jueves, 31 de mayo de 2012

Checoslovaquia por una firma


14 de marzo de 1939.

“¿Herr Schmidt?”

“Diga…”

“El Führer lo necesita”

La pronunciación de esa frase indicaba que tenía que dirigirme inmediatamente hacia la Cancillería del Tercer Reich (Berlín) al encuentro de Adolfo Hitler.

 Al llegar fui conducido por un oficial de las SS al despacho del Führer. Ni bien entré lo vi manteniendo una calurosa charla con el mariscal Hermann Goering y su ministro de Asuntos Exteriores, von Ribbentrop.

“Herr Schmidt. – exclamó al verme- Lo he mandado a llamar porque necesito nuevamente de sus servicios. Alemania se encuentra en una etapa crucial de su existencia. Reclama su Lebensraum (espacio vital) por derecho natural y esto requiere una acción inmediata y eficaz.”

“Si, mi Führer”, respondí.

Desde 1923 me desempeñaba como el intérprete oficial de Hitler además de ocupar la jefatura del cuerpo de traductores gubernamentales en el Ministerio de Asuntos Exteriores del Tercer Reich.

Mis habilidades en numerosos idiomas como el francés, inglés, holandés, español, ruso, checo, eslovaco, polaco, rumano, entre otros, así como mi desempeño en varios episodios  internacionales como el Tratado de Locarno de 1925, la Sociedad de las Naciones y la Conferencia Económica de Londres, hicieron que en 1928, el canciller alemán Gustav Stresemann me designara traductor oficial, cargo que mantuve hasta 1945.

Para ese entonces, el nacionalismo y expansionismo alemán habían desencadenado la denominada “Crisis de los Sudetes”, lo que puso en marcha la declaración de independencia de Eslovaquia y la conformación del protectorado de Bohemia y Moravia. Siguiendo el principio de la “libre autodeterminación de los pueblos” promulgado en París en 1919, la política exterior nazi se dedicó a reincorporar a su Lebensraum aquellos territorios poblados por alemanes. Es así que, luego de la anexión de Austria en 1938, Hitler se volcó hacia Checoslovaquia donde residían tres millones de alemanes. El partido de los Sudetes (minoría étnica en Europa Central formada por alemanes que residían en Bohemia, Moravia y Silesia Oriental, que eran parte de Checoslovaquia) promulgó en 1938 una serie de decretos en los cuales exigieron autonomía y libertad para profesar su ideología.

En definitiva, nuestra política exterior se basaba en aquello que se había acordado en París tras la finalización de la Primera Guerra Mundial. Alemania tenía derecho a todo lo que hasta entonces había reclamado. Hitler, al enviar tropas a la Renania alemana, al fusionar a nuestra nación con Austria, y ahora al querer incorporar aquellos territorios, no hacía más que afirmar el derecho de tener un estado alemán soberano.

Hitler dio un ultimatum el 26 de septiembre de 1938 imponiendo su posición en una reunión de los premiers el día 30, que se conoció como los Acuerdos de Munich, en donde participaron Benito Mussolini, el primer ministro británico Neville Chamberlain y el presidente francés Édouard Daladier, los cuales prometieron a Alemania un plebiscito que fue aceptado para evitar la guerra. La nota de color fue que se había decidido el destino de Checoslovaquia pero ésta no había sido invitada a participar. Solamente se le comunicó el resultado.

La ocupación tuvo lugar del 1 al 10 de octubre. Como resultado, el país perdió 30.000 km de su suelo y los checos de la región fueron expulsados. El presidente Eduard Benes, incapaz de controlar la crisis generada, renunció el 5 de octubre, asumiendo Emil Hacha, ya entrado en años y con su salud muy deteriorada. 

Al año siguiente, Hitler decidió desmembrar el territorio checo por completo incitando a los funcionarios eslovacos a que declarasen su independencia. De esta forma, Checoslovaquia, que había sido creada a finales de la Primera Guerra Mundial, iba camino a la desaparición. No sólo Berlín presionaba al presidente Hacha sino también todos aquellos grupos étnicos que reclamaban la separación de los territorios. Evidentemente, nuestras intrigas entre checos y eslovacos funcionaron ya que el 14 de marzo de 1939, Eslovaquia proclamó su independencia bajo nuestra protección.

El presidente Hacha, confundido y desolado por la situación actual, solicitó una entrevista con Hitler. Así fue que ese mismo día a las 22.40 hs, el tren que transportaba a Hacha, a su hija y a su ministro de relaciones exteriores, Chvalkovsky, llegó a Berlín. Los tres fueron hospedados en el Hotel Adlon a la espera del llamado del Führer. Pero el presidente checo no sabía que en el momento en que arribaba a nuestra capital, el gobierno húngaro había enviado un ultimatum a la cancillería checa exigiendo la retirada de las tropas estacionadas en Rutenia y que también en ese momento nuestras tropas ocupaban la importante ciudad industrial checa Moravska-Ostrava.

El Führer no llamó al premier checo hasta una hora después de pasada la medianoche. Nos dijo que había esperado todo ese tiempo para darle al anciano dirigente la posibilidad de descansar, pero la espera no hizo más que generarle angustia y ansiedad.

Cuando los funcionarios checos arribaron al despacho de Hitler noté como el rostro del presidente reflejaba consternación y ansiedad. El intercambio de palabras que mantuvieron Hitler y Hacha a través de mi persona durante la entrevista giró en torno a una súplica por parte del mandatario checo en la cual aseguraba que desarmaría a su ejército pero pedía por la independencia de su pueblo. Sin embargo, la decisión de incorporar Checoslovaquia al Reich ya había sido tomada. Tropas alemanas entrarían en ese país a las seis de la mañana de ese mismo día mientras la Luftwaffe (Fuerza Aérea Alemana) ocuparía todos sus aeropuertos.

Ni bien terminé de traducir esta frase, Hacha y su ministro de Relaciones Exteriores quedaron atónitos. Solamente con su firma podría cambiarse el curso de los acontecimientos. La opción era simple para nosotros; conflictiva para ellos: la capitulación o la invasión. Para coronar ese primer encuentro, Hitler lanzó una afirmación lapidaria “Si la decisión es la resistencia entonces la consecuencia será la aniquilación de Checoslovaquia”. Con estas palabras terminó la entrevista por lo que los funcionarios checos se trasladaron a un salón contiguo para debatir el tremendo destino.

Unos minutos más tarde, Goering exclamó que Hacha se había desvanecido por lo que inmediatamente llamamos al médico personal del Führer, el Dr. Morrell, a quien habíamos alertado sobre la salud quebrantada del gobernante checo. Inmediatamente pensé que nada podía sucederle al primer mandatario ya que de ser así saldría al otro día publicado en la “primera plana” de todos los periódicos que “en la Cancillería habían asesinado al presidente Hacha”. En ese momento pudimos restablecer la línea telefónica con Praga por lo que fui en busca de Hacha a quien encontré totalmente recuperado gracias a la inyección que le aplicó el Dr. Morrell. Así pudo notificar a su gabinete lo que estaba sucediendo y aconsejar la capitulación. Entre tanto, me dispuse a pasar en limpio un breve comunicado oficial que había redactado con anticipación que establecía lo siguiente: “...el Presidente de Checoslovaquia colocaba confiado el destino del pueblo y el país checos en manos del Führer del Reich Alemán.”

Para ese entonces, Hacha había solicitado otra inyección vitamínica del doctor Morrell la cual lo revivió de tal forma que se negó rotundamente a firmar el documento a pesar de los gritos de Goering y Ribbentrop que comenzaron a perseguir a ambos funcionarios checos alrededor de la mesa en donde estaban los papeles, poniéndoselos por delante, colocándoles las lapiceras en las manos y repitiéndoles en tono amenazador que si seguían en esa posición, en dos horas Praga sería reducida a escombros.  La escena era dantesca pero funcionó ya que cinco minutos antes de las cuatro de la mañana, Hacha firmó.

En ese momento vi a Hitler correr hacia su despacho al tiempo que gritaba “¡Es el triunfo más grande de mi vida! ¡Pasaré a la historia como un gran alemán!”. La Cancillería era testigo del logro que habíamos obtenido. Hasta el doctor Morrell quiso ser partícipe asegurando que menos mal que se encontraba en aquel momento ya que sin sus “mágicas” inyecciones, tal vez, el documento nunca se habría firmado, a lo cual Hitler lo mandó a callar argumentando que por causa de esas “malditas inyecciones” “el viejito” había revivido de tal forma que por un instante se corrió el riesgo de que no firmara la capitulación.

Nuestra celebración fue interrumpida por el general Keitel quien informó que ya se habían impartido las órdenes para marchar sobre Checoslovaquia. Así, unas horas más tarde, un tren especial transportaría a Adolfo Hitler y varios integrantes de su séquito personal a la frontera checa.

A las seis de la mañana del 15 de marzo de 1939, las fuerzas alemanas entraron en Bohemia, Moravia y Eslovaquia. Simultáneamente, tropas húngaras ingresaron en Rutenia. Por la tarde, Hitler hizo acto de presencia en Praga y en el Castillo de Hradcany anunció que Checoslovaquia había dejado de existir, proclamando el Protectorado de Bohemia y Moravia.

Ahora ya lo sabés.

Lic. Andrea Manfredi


Bibliografía:

Toland, John, Adolf Hitler. Apogeo. Decadencia. Muerte. 1936-1945. Segunda Parte, Buenos Aires, Atlántida, 1977.

Palmer, R. y J. Colton, Historia Contemporánea, Madrid, Akal, 1980

La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) Desintegración de Checoslovaquia (15-3-1939) en:  < www.exordio.com>


jueves, 24 de mayo de 2012

¡LIDICE VIVIRÁ!

En un post anterior (Los curiosos pueden leer Atentado en Praga) les conté un acontecimiento de la II Guerra Mundial, estoy hablando del atentado que se cobró la vida de Reinhard Heydrich, uno de los más importantes jerarcas del Régimen Nazi. La Misión encargada de dicho atentado llevaba el nombre de “Antropoide” y había sido ideada por el gobierno checo que se había conformado en el exilio en la ciudad de Londres luego de que Alemania ocupara los territorios checoslovacos. Dos paracaidistas que servían en la resistencia checa en Inglaterra fueron reclutados para llevar a cabo este atentado. La misión era asesinar a Heydrich que desde 1941 era Protector de Bohemia Moravia, territorio de la ex Checoslovaquia militarmente ocupada por la Alemania Nazi. El gobierno del terror impuesto por Heydrich llevó al ex presidente checo Benes a organizar este plan que se llevó a cabo el 27 de mayo de 1942 en la ciudad de Praga. Heydrich murió unos días después del atentado producto de una septicemia general por las heridas que había sufrido.
Jozef Gabcik y Jan Kubis, los dos paracaidistas, fueron traicionados por un miembro de su grupo y tiempo después se quitaron la vida cuando fueron rodeados por 800 efectivos de las SS en una iglesia donde se ocultaban. Esto fue el 18 de junio de 1942, no había pasado todavía un mes desde el atentado, sin embargo durante ese tiempo en Praga habían sucedido cosas terribles.
Tal vez algunos lo han pensado ya, yo por lo menos cuando leí esta historia lo primero que pensé fue: “la reacción de Hitler debe haber sido terrible”, y no me equivoqué, aunque tampoco descubrí la pólvora, es fácil llegar a esa conclusión.
La ira de Hitler fue desmedida. Al saber del atentado, según el autor Laurent Binet, sus primeras órdenes habrían sido:
  1. Fusilar a 10.000 checos
  2. Ofrecer 1.000.000 de Reichmarks a cualquiera que contribuyera con los arrestos.
Despiadado.

Por suerte para los checos, algunas de las autoridades nazis en Bohemia-Moravia pensaban diferente que el Führer, pero no porque sintieran prurito alguno por ejecutar a 10.000 personas sino que consideraban que una ejecución masiva daría una imagen internacional de que el atentado había sido perpetrado por la resistencia local checa. Esto era inadmisible, el Reich no podía mostrar tal debilidad. Heydrich, la víctima, había sido nombrado protector justamente para eliminar a la resistencia interna, por tanto no se podía mostrar que ésta seguía viva. Esto seguro había sido un plan elucubrado en Londres, pensaban bien los nazis, y los indicios de la escena del crimen lo confirmaron. Se pudo convencer a Hitler de que sólo bastaría con ejecutar a aquellos que hubieran ayudado a los paracaidistas y a sus familias. Releo esta frase y me parece de lo más terrible. Sin embargo por el momento 10.000 checos salvaban sus vidas. Sólo por el momento. La sed de venganza nazi no era tan fácil de saciar.
Entre el 27 de mayo, día del atentado y el 18 de junio, día en que los paracaidistas fueron descubiertos, pasaron cosas atroces en Bohemia-Moravia como consecuencia del atentado y de la ira nazi. Mi intención es relatarles uno de los tantos y lamentables eventos de genocidio de esta época, pero me siento un poco avergonzada por tener que pasar por alto muchas otras ejecuciones que se realizaron antes de lo que yo quiero relatar. Muchas personas murieron por causa de este atentado, todas inocentes. No las paso por alto, sé de ellas y soy consciente del valor de cada una de sus muertes o vidas debería decir. Sin embargo hoy me remitiré al horror que se vivió el 10 de junio de 1942 en el poblado de Lidice.
Una de las teorías más aceptadas para explicar que los nazi hayan elegido Lidice, aunque no la única, es la de una carta muy breve de un hombre hacia una mujer. La carta no decía mucho, eran sólo unas breves frases que podían significar cualquier cosa. Sin embargo de alguna manera las pistas dirigieron a la Gestapo hacia la familia Horak, en el pueblo de Lidice. Aparentemente los Horak tenían un hijo sirviendo en la armada checoslovaca en Londres, que nada tenía que ver con el atentado, ni con los paracaidistas, ni con nada, sin embargo parece que la carta fue suficiente para justificar lo que pasó después. La locura toda de la Alemania Nazi se descargó sobre este pequeño poblado sin razón alguna.
La orden de Hitler era clara al respecto. Los pasos a seguir en cuanto a cualquier comunidad que pudiera estar relacionada con los asesinos o que pudieran estar escondiéndolos eran los siguientes:
-       Ejecutar a todos los hombres mayores de 15 años
-       Transportar a las mujeres a un campo de concentración
-       Reubicar a los niños aptos para la “arianización” en familias alemanas aprobadas
-       Hacer desaparecer el pueblo en su totalidad.
ASI SE HIZO.
El 10 de junio por la madrugada, efectivos de la Gestapo y de las SS llegaron al poblado. Se sacó de sus casas a toda la población con golpizas, gritos y amenazas. Fueron todos encerrados, las mujeres y niños por un lado y los hombres por otro. Durante unas cuantas horas los soldados nazis saquearon y destruyeron absolutamente todo lo que pudieron en el poblado. Por la mañana cuando los ciudadanos fueron liberados del encierro encontraron su pueblo en ruinas.
Siguiendo al pie de la letra las órdenes del Führer, los niños fueron separados de sus madres. Las mujeres fueron llevadas primero a un poblado vecino como parada intermedia en su camino hacia el más temible de los campos de concentración para mujeres, Ravensbruck.
Los niños fueron reubicados en el campo de exterminio de Chelmno. El 1º de julio Eichmann se decidió finalmente sobre la “cuestión de los niños de Lidice” y dio la orden de ejecución. Fueron casi todos gaseados en el campo. Se salvaron unos pocos que según el régimen nazi eran aptos para la “arianización”, es decir que por sus aptitudes y semejanzas con el prototipo de ario perfecto, podían ser adoptados por familias alemanas y así sucedió.
Los hombres fueron todos fusilados en el centro del pueblo y al otro día enterrados, labor que se dejó a un grupo de judíos que fue llevado hasta el lugar con el único fin de cavar una fosa común.
La orden de Hitler fue, LITERALMENTE, hacer desaparecer al pueblo del mapa. La ira del Führer era incontenible. Para eso se tiraron abajo todas las casas que habían quedado en pie, se incendió todo el pueblo, la iglesia fue profanada como así también el cementerio. Finalizado todo se puso un cartel avisando que estaba prohibida la entrada y que quien lo intentara sería fusilado.
No he podido hallarla, aunque confieso que no se si estoy preparada para ver algo así, pero existe una filmación, realizada por los propios nazis, de la destrucción del pueblo. Esta fue utilizada como prueba en los Juicios de Núremberg contra los altos jerarcas nazis.
Lidice y su gente desapareció. El monstruo nazi se tragó a un pueblo entero y lo hizo desvanecerse. Sin embargo, muy por el contrario a lo que Hitler esperaba, la noticia se esparció rápidamente y en poco tiempo el nombre de Lidice estaba en boca de la opinión pública mundial. Los medios de comunicación, que habían sido tan útiles y tan bien utilizados por el Führer se le pusieron en contra. Hasta el momento, las atrocidades del mundo nazi se habían realizado bajo una sombra de misterio, de alguna u otra manera el mundo desconocía lo que pasaba puertas adentro del Reich. Sin embargo Lidice traspasó las fronteras y todo el mundo supo la verdad.
La opinión pública mundial repudió la masacre. Plazas, calles, edificios y pueblos fueron nombrados como el poblado, hasta en Centro y Sud América. Desde ese momento la Unión Soviética luchó en nombre de Lidice. En Inglaterra apareció un slogan que recorrió el mundo que decía: “Lidice shall live!” (¡Lidice vivirá!).      
340 ciudadanos del pueblo fueron asesinados y 1300 fue el número total de muertos que se cobró la venganza nazi por el atentado a Heydrich. Algunas mujeres sobrevivieron a Ravensbruck y regresaron a Lidice que fue reconstruido en 1949. Sólo 17 niños fueron restituidos a sus madres. 
Desde que leí lo sucedido me he preguntado si se puede ver algo positivo en el atentado en contra de Heydrich. Sí, se eliminó a uno de los más temibles jerarcas nazis, uno de los cerebros detrás de la Solución Final, pero también es cierto que a pesar de su muerte la maquinaria del Holocausto ya estaba en marcha y fue imposible frenarla. ¿Sirvió entonces de algo el atentado? ¿El hecho de que la opinión pública tuviera conocimiento de esta masacre pudo cambiar en algo las cosas? Me cuesta responderme sin desdecirme una y otra vez. Seguramente, con o sin atentado, las vejaciones a la humanidad habrían sido las mismas o tal vez no, la historia es una sola y las interpretaciones pueden ser muchas. Lo único de lo que estoy segura es de la importancia de que cada vez más gente conozca estos sucesos que forman parte de nuestro pasado. La II Guerra Mundial marcó un antes y un después en el mundo entero y en ese mundo vivimos todos nosotros. En cada país hay un Lidice, aunque tal vez con otro nombre y en otras circunstancias, que siempre hemos de recordar, y nunca pero nunca olvidar para no permitir jamás que algo así vuelva a suceder. 
¡AHORA YA LO SABES!
Lic. Diana Fubini
Bibliografía
-       Binet, Laurent, HHhH, Buenos Aires, Grupo Editorial Planeta, 2012
-       www.lidice-memorial.cz

jueves, 17 de mayo de 2012

Los cacos en la Chicago Argentina de principios del siglo XX


Eran las 10 de la noche de un frío 24 de mayo de 1916, el tren número 20 que partía de Tucumán con destino a Buenos Aires, y que transportaba la recaudación de las boleterías de las estaciones y los sueldos de los empleados del ferrocarril, hacía su parada en el andén de Rosario Central (Santa Fe). Allí fue abordado por Pedro Alessi, Salvatore Casaliccio, Luis Ansaldi, Antonio Sciabica y Esteban Curaba, todos con boletos de segunda clase, que se ubicaron en el vagón cercano al que transportaba dinero. El plan para asaltar el tren estaba en marcha.
Pedro Alessi tenía casi 30 años y como durante 5, se había desempeñado como guarda del Ferrocarril Central Argentino, tenía perfecto conocimiento sobre cómo se realizaba el traslado del dinero recaudado y tenía también un plan para asaltar el tren. Como era oriundo de Raffadale, Sicilia, le presentó el proyecto a su paisano José Cuffaro, alias Peppo Budello, quien dentro de la mafia siciliana rosarina de principios del siglo XX era reconocido como un “capitán”. Cuffaro que había sido detenido varias veces por la policía local y que estaba sindicado por los informantes policiales como “mafioso”, trabajaba como conserje del teatro Colón de Rosario (que fue demolido en los años ’50) donde realizaba las reuniones de logística de sus actividades delictivas.
A poco de partir el tren de la estación Rosario Central, los asaltantes encabezados por Alessi con el rostro cubierto y a punta de pistola, ingresaron en el vagón de la recaudación donde el custodio Amadeo Fiori, el cajero Nazareno Cestola y el estafetero José Barrutti fueron reducidos y maniatados. Alessi con una tenaza que extrajo de su sobretodo, comenzó a cortar las cadenas que sujetaban las cajas de la recaudación, los depósitos bancarios, el dinero en billetes, las monedas y los sueldos del personal que serían abonados a principios de mes. Alessi como ex guarda que conocía al dedillo el funcionamiento del tren, accionó una palanca automática del convoy que hizo disminuir su marcha, deteniéndose finalmente frente al predio del Mercado de Hacienda, donde en un sulky (especie de carruaje chico tirado por caballos, utilizado como medio de transporte) los esperaban Cuffaro y Curaba.
Cuando el tren se detuvo a apenas media cuadra de la estación Coronel Aguirre, el maquinista Domingo de Francesi, que desconocía que se había producido un robo, bajó de la locomotora con una antorcha en la mano buscando el desperfecto. En ese momento el cajero Céstola que había logrado desatarse, comenzó a gritar pidiendo auxilio. El maquinista alertado reanudó rápidamente la marcha del convoy, mientras que el guarda de la estación que se estaba acercando al tren para ver qué había pasado, cuando escuchó los gritos volvió corriendo a la estación para llamar a la policía. Los asaltantes que obviamente no contaban con este imprevisto tuvieron que apresurar el atraco y empezaron a arrojar al campo las cajas con el dinero, y en vez de saltar cuando el tren se detuvo, tuvieron que bajarse en la estación. En la oscuridad, Cuffaro y Curaba trataban de encontrar y subir al sulky las cajas con el dinero y ya habían hallado una, cuando el resto de la banda llegó corriendo y entre todos, lograron subir otras dos. Como es sabido que las cosas hechas a las apuradas siempre salen mal, en la corrida perdieron unas 30 bolsas de dinero, que eran las que contenían el grueso de la recaudación. Para peor, Juan Curaba que era el encargado de agarrar los sacos del dinero, se confundió y se llevó uno que tenía estampillas. Encima, los cacos (como se le decía entonces a los delincuentes) al escuchar que se acercaba la policía se desbandaron dejando en el lugar las pruebas del delito, como herramientas, sombreros, linternas, cortafierros, etc.
En la fuga, Cuffaro y Juan Curaba se dirigieron a bordo del sulky al barrio Sáenz Peña, que era el lugar acordado por la banda para encontrarse y en un descampado ocultaron en un pozo el total de solamente 2.254,74 pesos de los 17.274,84 que transportaba el tren. Entre tanto Sciabica y Ansaldi se fueron al barrio Saladillo, mientras Alessi, Esteban Curaba y Casaliccio se ponían a cubierto de la persecución policial huyendo a pie. Al día siguiente, la banda se repartió el botín dejando como corresponde al “capo” Cuffaro alias Peppo Budello, la jugosa cantidad de 1.734,74 pesos, que obviamente era mucho más de la mitad de lo robado, mientras que el resto de la banda se repartió lo que quedaba. Entre tanto, ni bien llegó el tren a Retiro, todo el personal que trabajaba en él, desde los mozos hasta el maquinista, fue detenido por la policía y llevado nuevamente a Rosario, a las oficinas de la Policía de Investigaciones. Allí todos fueron liberados casi inmediatamente, menos los custodios del furgón que llevaba el dinero que, hasta que se comprobó su inocencia permanecieron 15 días presos. La policía no logró dar con los verdaderos autores del asalto, sólo encontraron cerca de la vía, la tenaza que había utilizado Alessi y los pertrechos que habían dejado en la huída. El 30 de mayo atraparon a un siciliano al que no se le pudo probar nada, pero que aplacó por un tiempo a la prensa y a la opinión pública. Si bien en un principio el robo al tren pareció un éxito en cuanto a que la policía no pudo detener inmediatamente a los verdaderos culpables, en realidad el dinero que robaron no les sirvió de mucho, porque la compañía tranviaria hizo pública la numeración de los billetes de cincuenta pesos que se encontraban entre el dinero robado.
Como de este osado golpe al tren que había sido planeado con bastante antelación sólo obtuvieron un magro botín, la banda volvió a los métodos con los que conseguían mayor cantidad de dinero y que los dejaba menos expuestos: los secuestros extorsivos. Entonces una tarde el propio Peppo Budello y otro de sus secuaces, Francisco Ulisano secuestraron a un tal Moressi, que también era siciliano y conductor del coche de plaza Nº 3 (un sulky pero con capota, lo que hoy diríamos un taxi o remise). Los secuestradores luego de hacerlo recorrer varias direcciones, finalmente lo llevaron a un lugar despoblado, donde en una casa de las afueras de Rosario lo mantuvieron encerrado en un sótano. Cuando el rescate fue pagado, llevaron a Moressi hasta la parada del tranvía para que pudiera regresar a su casa. El secuestrado le dijo a la policía que había estado todo el tiempo con los ojos vendados y que no podía reconocer a sus secuestradores. ¿No es raro? ¿Habrá estado con los ojos tapados cuando lo abordaron Ulisano y Budello y cuando subió al tranvía?.
Cuando el 19 de septiembre, tras algunos meses de investigar el atraco al tren y a algunos secuestros, la policía emitió la orden de captura sobre Cuffaro, se lo describió como “jornalero con instrucción y once años de estadía en el país, 1,69 m., blanco, cabello castaño oscuro, bigote más claro, barba afeitada”. Y, gracias al allanamiento de su cuarto en el teatro Colón, se pudo encontrar que escondía armas, cachiporras y balas.
El Subjefe de la División de Investigaciones de Rosario, el subcomisario Pinazo, decía que la policía cuando menos se lo esperaba, encontraba en una calle aislada o en un mercado, el cuerpo de un hombre muerto de quien muchas veces era imposible conocer su identidad y menos aún la de sus asesinos.  Pinazo trataba de buscar el origen histórico de la mafia y siguiendo la línea positivista de la época y el pensamiento de Cesare Lombroso, decía que era la “sangre sarracena” que corría por las venas de los sicilianos la culpable de ese comportamiento criminal. En su hipótesis sobre el porqué los mafiosos elegían a sus víctimas entre las personas humildes, arriesgaba como respuesta que el hecho de que éstas fueran connacionales, les daba una especie de garantía de seguridad ya que ninguno denunciaba y que por esa razón muchos crímenes quedaban impunes “apareciendo como simples accidentes o desapariciones misteriosas”. La mafia rosarina también seguía códigos que debían ser respetados como en su Italia natal.
A principios del siglo XX, Rosario era una ciudad conocida por la opinión pública como de atentados con bombas a los comerciantes que se negaban a pagar extorsiones, secuestros de niños y vendettas. Pero estos actos criminales no terminaron con los arrestos de Cuffaro y su banda. Hacia los años ’30, la ciudad recibió el nombre de “la Chicago Argentina” gracias a las actividades delictivas de Chicho Grande y Chicho Chico vinculadas también a lo que mejor sabían hacer en esa época los mafiosos: secuestros extorsivos, prostitución y juego clandestino. Las bandas italoargentinas fanfarroneaban con estar organizadas como la mafia siciliana, con sus “capos” y sus códigos de ormetá. En otro post que publiqué en diciembre de 2011 “Yira, Yira … (como dice la canción de Enrique Santos Discépolo)”, comenté cómo estas mafias se relacionaban con las de Buenos Aires para facilitar la trata de personas. Estos hechos no hubieran sido posibles sin la complicidad de la corrupción política y policial de la época, pero gracias al esfuerzo de algunos policías y jueces honestos se logró que estos mal vivientes pudieran ser identificados. Algunos volvieron a su terruño, otros fueron muertos en enfrentamientos y la mayoría terminaron presos.
Ahora ya lo sabés!
Lic. Alicia Di Gaetano
Bibliografía
Aguirre, Osvaldo, Historias de la mafia en la Argentina”, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2010
Luna, Felix (Dir.) Historia de la Argentina 1930-1943, Colombia, Crónica Hyspanoamérica Ediciones de Argentina S.A., 1992

miércoles, 9 de mayo de 2012

80 contra 4000


“Sé que lo que se cometió en San Carlos fue un crimen de guerra, pero esto fue debido al descontrol que sucumbió en el momento”. Teniente primero Carlos Daniel Esteban, el “Leonidas Argentino”

Lo que sigue a continuación es su relato:

En esa fría mañana del 15 de mayo de 1982, a las 10hs., mis hombres y yo fuimos trasladados con dos helicópteros desde Puerto Darwin y Prado del Ganso, escenario de uno de los enfrentamientos más crudos de Malvinas, a Puerto San Carlos, ubicado en el límite noroccidental de la isla Soledad. Nuestro objetivo era relevar a los efectivos de la Compañía de Comandos 601 que desde hacía dos días se encontraban inspeccionando y reconociendo el lugar y dar alerta sobre un posible desembarco inglés. A partir de ese momento, el Regimiento de Infantería 25 o Regimiento “Güemes”, bajo mis órdenes, ocuparía dicha plaza.

Una vez llegados me entrevisté con el teniente primero Daniel González Deibe el cual me explicó la situación imperante. Acto seguido, dispuse a mis hombres para un reconocimiento de la zona además de ubicarlos en posiciones de observación y defensa. Continuamos con su misma misión: observar y alertar ante un posible desembarco. Coloqué varios hombres para mantener el control de la población en San Carlos. A pesar de nuestros despliegues y desplazamientos, el armamento con el que contábamos no era el ideal ya que su corto alcance no nos aseguraba un desenlace a nuestro favor. Sin embargo, el juramento y sentimiento de patria, nos instó a continuar defendiendo el enclave.

La mejor decisión fue dividirnos en tres grupos de 20 hombres cada uno al mando de los subtenientes Roberto Reyes, José Alberto Vázquez y mío. Dispuse rotar a mis hombres cada 48 horas a fin de no agotarlos física y mentalmente. Esa noche nos quedamos los tres conversando y compartiendo hasta tarde y a las primeras horas de la mañana partimos rumbo a nuestras posiciones.

Ya sea por instinto o tal vez por mi formación académica en Ciencias Políticas que realicé de forma paralela a mi carrera militar, permití a los civiles de San Carlos seguir con sus vidas normalmente para no levantar sospechas al enemigo. Así  supondrían que no nos encontrábamos en el lugar, y eso nos daría un margen de maniobras.  Se ve que funcionó.

Unos días después, once buques británicos se dispusieron a desembarcar miles de hombres transportando grandes cantidades de armamento y equipo. Nosotros éramos solo ochenta efectivos, ellos, cerca de 4000.  

La situación geográfica al sudoeste de las islas nos resultó beneficiosa ya que sus playas rocosas dificultarían el desembarco de los ingleses. No solo la geografía sino también el clima entorpecían sus movimientos  ya que imaginar a esos hombres desplazándose y cargando armamento en aguas heladas, hacía que se me congelara la sangre, literalmente.

A la 01.30hs de la madrugada del 21 de mayo, escuchamos una fuerte detonación. Sobresaltados nos alzamos en armas y nos pusimos en guardia. Mientras intentábamos recomponernos del frío y el sueño sentimos nuevas detonaciones por lo que mandé a preguntar a los hombres que hacían vigilancia qué era lo que sucedía.  Fui alertado de que algo estaba ocurriendo por lo que rápidamente me dispuse a movilizar a mi regimiento y cubrir los 150 metros de pendiente que nos separaban del puesto de observación. En ese instante, quedé atónito. La bahía y nosotros éramos testigos del descomunal desembarco británico. Logré divisar cinco buques de guerra que navegaban junto al gran crucero “Canberra” apodado, la “ballena blanca” por sus extraordinarias dimensiones.  Los helicópteros en el aire y la gran cantidad de lanchones que navegaban hacia la costa, completaban el panorama. Nosotros no llegábamos a cien hombres y nuestro armamento no era apto para lo que se avecinaba.

Rápidamente, me dirigí  a mi puesto de mando para darle “las buenas nuevas” al General de Brigada Omar Parada en Puerto Argentino.  Inmediatamente ordené al subteniente Vázquez  reunir dos grupos que avanzarían por la derecha y la izquierda; uno bajo su mando, el otro bajo el mío.  Era una situación límite, sin duda alguna, y eso se reflejaba en el rostro de mis subalternos. Sin embargo, con valentía, siguieron y acataron mis órdenes. Digno de destacar;  digno de recordar. Por cierto, tuve que volver a insistir solicitando apoyo aéreo al general Parada, el cual se mostro aprensivo ante tremenda noticia: “¡Vienen de a miles!” recuerdo haberle dicho a viva voz.

Mientras el enemigo avanzaba hacia nosotros, me apresuré a destruir toda documentación además de evacuar el pueblo de San Carlos. Si hubiésemos permanecido un minuto más en el lugar, nos habríamos encontrado envueltos en un enfrentamiento desigual, favorable a ellos, sin duda.  Así, nos encaminamos hacia los montes que se extendían detrás y tomamos posiciones pero la Compañía B del Para 3 británica nos detectó y abrió fuego contra nosotros. La diferencia de armamento se hacía notar. Mientras tanto, dos helicópteros sobrevolaban la zona apoyando a las tropas desembarcadas. Para mal, otros dos helicópteros se sumaron provistos de ametralladoras y cohetes. Desde nuestro puesto éramos testigos del avance de los 4200 efectivos británicos que llegaban al pueblo.

Recuerdo que todavía era muy temprano y el frío entumecía los huesos cuando vi aproximarse hacia nosotros un Sea King solo, por lo que en ese instante me di cuenta que se había producido una descoordinación entre el helicóptero y las fuerzas enemigas ya que estos llegaban por detrás de nosotros pero no avistábamos a las tropas por el frente. Así fue que ordené a mis ochenta hombres abrir fuego, averiándolo.  

El enemigo no se hizo esperar por lo que decidí cambiar de posición. El terreno y la disipación de la niebla no nos ayudaron pero a pesar de todo logramos despistarlos llevándolos a una posición de frente a nosotros. Cuando el Sea King se alejaba humeando, apareció un segundo helicóptero, en este caso un Gazelle, de menores proporciones por lo que, sin perder tiempo ordené nuevamente abrir fuego. En medio del griterío de mis hombres vi como el helicóptero era alcanzado por nuestros proyectiles y comenzaba a caer para hundirse en las aguas del río San Carlos. Sus tripulantes, gravemente heridos,  emergieron de entre los hierros retorcidos e intentaron nadar hacia la orilla. Los “sapucais” de los soldados correntinos, complementaban le escena. 

En ese momento, mis hombres comenzaron a disparar desenfrenadamente contra ellos, el sargento Evans y Ed Candlis, quienes heridos gravemente intentaban escapar de los disparos. No pude contenerlos. Más tarde, se me acusaría de haber cometido crimen de guerra pero en ese instante, en el fragor del combate, se me hacía imposible contener a mis subalternos e indicarles que lo que estaban haciendo no era lo correcto. Son esos segundos en la guerra en los cuales el desahogo y el deseo de victoria, sobrepasan lo ético.

Para ese entonces nos encontrábamos totalmente rodeados por la infantería, los helicópteros por detrás y los buques en la bahía. Esta situación me llevó a organizar un nuevo desplazamiento para ocultarnos. En ese instante vimos llegar un segundo Gazelle sobre el que volvimos a abrir fuego. El artefacto se estrelló a metros del río San Carlos y comenzó a incendiarse. Ordené un nuevo cambio de posiciones, notando que habíamos despistado a los británicos ya que seguían disparando sobre el punto anterior.

El helicóptero que habíamos derribado ardía con los cadáveres de sus tripulantes en su interior. En medio de tan tremenda escena, recuerdo que uno de los subalternos del subteniente Vázquez, el cabo primero Ubaldo Ferreyra, se dirigió a él para pedirle autorización para cortar una oreja a uno de los pilotos fallecidos ya que le había prometido a su hermano llevarle la del primer inglés que matara. El subteniente Vázquez, ante semejante pedido, indignado, le ordenó volver a su posición.

Teníamos que dejar al enemigo detrás por lo que nos desplazamos unos 350 metros por la orilla hasta encontrarnos con un acantilado que conducía a la costa. El descenso se dificultaba y para agravar aún más la situación un nuevo Gazelle se aproximaba, disparando con sus ametralladoras. Ni mis hombres ni yo nos amedrentamos ya que respondimos al ataque, averiando el aparato y obligándolo a replegarse.

Fue en ese entonces que viendo que la misión que se nos encomendó había sido cumplida ordené un último desplazamiento en la espera de ser rescatados. Permanecimos en ese lugar casi tres horas y media hasta que divisamos un nuevo Gazelle que se acercaba a nosotros. Inmediatamente adoptamos una posición que nos favorecería en el enfrentamiento que hizo que el helicóptero se retirara a toda prisa. Esto nos permitió un nuevo cambio de posiciones y escapar sin ser detectados. Logramos llegar a la localidad de Douglas Paddock donde establecimos contacto con Puerto Argentino, sede del alto mando. Al día siguiente, 25 de mayo, conmemoramos el Día de la Patria y finalmente fuimos recuperados por un helicóptero propio y trasladados a Puerto Argentino.

Mientras sobrevolábamos esas tierras agrestes y desiertas, mis sensaciones se mezclaron. Por un lado sentía una gran alegría por haber cumplido con mi deber de soldado argentino reduciendo al enemigo a pesar de la diferencia de efectivos entre ambos bandos, pero por el otro, sentía una profunda tristeza por las vidas que se habían perdido. La guerra nos lleva a experimentar sensaciones y vivencias que muy difícilmente se pueden ignorar u olvidar.  

Un día y medio después, decidí volver al frente por lo que junto con mis hombres, nos trasladamos a Darwin. Pero eso es ya otra historia...

Ahora ya lo sabés.

Lic. Andrea Manfredi

Fuentes:

Manfredi, Alberto N., Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur en < www.guerratlanticosur.com.ar>

jueves, 3 de mayo de 2012

ATENTADO EN PRAGA

Es la madrugada de un día de verano en Praga y el silencio inunda las calles. Es 18 de junio de 1942. Siete hombres se ocultan desde hace unos cuantos días en la cripta de la Iglesia ortodoxa San Carlos Borromeo. Allí abajo hace frío y apenas pueden conciliar el sueño, la situación en que se encuentran es sin dudas inverosímil, sus vidas son juguetes del azar, ahora todo depende de la historia, que se da de una manera y no de otra. Escuchan de pronto ruido de motores que se acercan. A esa hora es extraño tal movimiento, algo anda mal, muy mal. De pronto desde el oscuro hueco de la cripta en el subsuelo de la Iglesia se escuchan pasos. Los han encontrado.

En 1941 Reinhard Heydrich fue nombrado por el mismísimo Hitler Protector de Bohemia-Moravia. Perdón, creo que debo ir todavía más atrás en la historia, me he adelantado en presentarles a Heydrich.
En 1939 da inicio la Segunda Guerra Mundial y poco a poco va tomando forma la maquinaria del horror que creó el Partido Nazi alemán con la ayuda de su instrumento más temible, las SS o en alemán las Schutzstaffel, la organización militar, policial y de seguridad del régimen. Hitler asciende al poder y con él la locura nacionalsocialista, el fanatismo nazi, el horror con nombres y apellidos. Junto al Führer se perfilan las más retorcidas personalidades de la jerarquía del tercer Reich: Heinrich Himmler, Comandante en Jefe de las SS, Hermann Goering, Comandante de las Fuerzas Aéreas, Adolf Eichmann, hábil estratega en la logística del transporte del Holocausto, Bormann, Goebbels, entre tantos otros nombres desafortunadamente famosos. A lo lejos pero a pasos agigantados se asoma uno de los personajes más temidos, el “nazi perfecto”, “la bestia rubia”, “el verdugo de Praga”, “el hombre con corazón de hielo”, Reninhard Hyedrich. Pero para hablar de la bestia rubia todavía falta, aunque no mucho.

Tal vez esté de más mencionar la imperiosa necesidad de Hitler de “germanizar” la tierra o por lo menos Europa. Cientos de libros se han escrito sobre la teoría de la raza aria del Führer, sobre la superioridad del alemán puro por sobre todas las otras “razas”. Sin embargo para relatarles esta historia me veo obligada a mencionar este punto.
Dentro de esta política-teoría ideada por una mente retorcida y llevada a cabo por los lacayos más aduladores, se hallaba la inmediata necesidad de expandir la “germanidad” por todo el continente, depurar los territorios contaminados de gente racialmente inferior y de recuperar a los alemanes que se hallaban bajo otras banderas. Esta fue la realidad que vivió el recientemente formado estado checoslovaco. Conformado como tal en 1918 después de la I Guerra Mundial, Checoslovaquia aunaba en su territorio gente de diversas nacionalidades, entre ellas, más de 3 millones de alemanes que durante esta época comenzaron a poyar al partido Nazi. Hitler ni lento ni perezoso utilizó esto para poner en su mira a este nuevo estado. El objetivo del Führer: recuperar los llamados Sudetes, territorio checoslovaco  fronterizo con Alemania en el cual habitaba esta gran mayoría de alemanes. Esta es una historia larga y llena de datos imposibles de obviar, pero como debo resumirla, espero se me perdone la contracción de información que estoy por realizar.

En 1939, Hitler logra el desmembramiento de Checoslovaquia. Por un lado la región de Eslovaquia se convierte teóricamente en un estado independiente aunque bajo el ala “protectora” del Reich, por otro lado la zona de los Sudetes se transforma en el Protectorado de Bohemia-Moravia, directamente bajo el control nazi. En marzo de ese año ingresan las tropas en Praga y ya nada será lo mismo.
Ahora sí: Reinhard Heydrich. Este ha tenido dentro del régimen nazi algunas idas y venidas, de hecho ha estado a punto de perderlo todo, pero si algo se puede decir de Heydrich es que es un hombre extremadamente inteligente, hábil y por sobre todas las cosas despiadado. No se contenta con la idea de quedar en el olvido.
En 1931 ingresa en las SS, lideradas por Himmler, y en poco tiempo se convierte en su mano derecha. En una escalada astronómica es nombrado en 1936 líder de la Gestapo, la temible policía de inteligencia del régimen nazi. Se gana la admiración del Führer que no es poco, le temen sus enemigos y también sus colaboradores. El mismo Hitler lo llama “el hombre con corazón de hielo”. Es un hombre físicamente adiestrado para el combate, experto con la espada y de un ingenio y destreza mental muy útiles para el Reich. Se dice por 1940 que es el nazi perfecto, por su entrega, por su despiadado carácter y por su porte rubio y de ojos claros. Heydrich es uno de los cerebros detrás de la Solución Final. El día de la monstruosa Conferencia de Wansee donde unos diez jerarcas nazis decidieron el destino de millones de judíos, fue él, quien con la ayuda logística y meticulosa de Eichmann, se llevó los laureles por la organización de lo que se conocerá luego como la maquinaria del Holocausto. 

No por nada he mencionado que fue llamado también entre muchos otros apodos, “el verdugo de Praga”. En 1941 Heydrich es nombrado Protector de Bohemia-Moravia, el territorio checo recientemente ocupado por Alemania. El objetivo: Eliminar de una vez por todas a la resistencia local. El pueblo checo no volvió a ser el mismo. En poco tiempo Heydrich pudo informar al Führer que finalmente el protectorado estaba en “orden”. Lo ha logrado gracias a fusilamientos masivos, deportaciones, vejaciones, encarcelamientos, en fin, el terror en su más vivo ejemplo. Chequia es una cárcel y en ella viven miles de hombres y mujeres atemorizados.

Mientras tanto, en Londres, se ha formado el gobierno checo en el exilio. Benes, su ex presidente, con la ayuda inglesa, comienza a urdir un plan que cambiará las hojas de la historia o por lo menos eso esperan.

Allí, dos jóvenes checos, aunque debería especificar, un joven eslovaco y uno moravo, son estudiados de cerca durante sus entrenamientos. Son soldados y paracaidistas. Pertenecen a la resistencia checa en el exilio y se preparan para la acción, aunque todavía no saben cuál será su destino. Pueden permanecer en Londres, enamorarse, casarse y dejar pasar la guerra en la tranquilidad de las calles londinenses o tal vez el deber los llame.

Dentro de la cripta en la Iglesia retumban los pasos de lo que parecen ser unas cuantas decenas de hombres que seguramente van armados. Intento imaginar las miradas de desconsuelo y desesperanza de esos siete hombres que están sepultados allí abajo y que todavía no han sido descubiertos, aunque es sólo cuestión de tiempo.

El joven eslovaco y el moravo son reclutados en Londres para realizar la misión de sus vidas aunque deben saber que es un plan suicida y así se los hace saber su superior. En unos meses un avión los dejará caer en las cercanías de Praga junto con otros paracaidistas. Llevarán consigo documentos falsos, ropa “made in Checoslovaquia” para no despertar sospechas y una MISION: asesinar a Reinhard Heydrich.

Es 27 de mayo de 1942. En una esquina en Praga el eslovaco y el moravo esperan ansiosos. Han pasado meses desde que tocaron suelo checo con sus paracaídas, ambos tienen novias y gente que los ha ayudado en su clandestinidad. Son las 10 de la mañana y el auto todavía no llega, debería haber pasado ya hace rato, parece que la misión será un fracaso. Sin embargo improvisamente lo ven, allí viene el vehículo que transporta a Heydrich. El joven eslovaco se planta en mitad de la calle, el auto frena, el joven apunta con su Sten dispara y.. nada.. el casquillo se atora, el tiro no sale, Heydrich sigue vivo. El moravo, que observa la situación, reacciona, arroja una granada, no da en el blanco pero la bomba explota en un costado del auto. CAOS. El moravo y el eslovaco emprenden la huida y después de varios días de vagar por la ciudad se refugian junto a otros paracaidistas en una iglesia. La ciudad está fuertemente custodiada, se han convertido en los hombres más buscados del Reich.

Heydrich es llevado al hospital, operado de urgencia y se recupera lentamente.


Ya han pasado seis horas desde que los siete hombres escucharon por primera vez los pasos en la superficie de la Iglesia. El tiroteo y las explosiones han sido continuos desde la madrugada. Los SS han intentado inundar la cripta y ahumarlos para obligarlos a salir pero los paracaidistas checos han defendido su habitáculo con heroísmo. Han caído muertos ya tres de sus compañeros entre ellos el eslovaco. Quedan cuatro hombres resistiendo. Finalmente cerca de las 16 horas saben que no podrán aguantar más, se han quedado sin municiones, no tienen escapatoria pues están en el subsuelo y los oficiales de las SS han encontrado una segunda entrada. De pronto el silencio. ¿Qué estará pasando en la cripta? ¿Se han rendido? Un oficial SS ingresa lentamente bajando por una pequeña escalera. La escena es dantesca. La habitación está inundada, flotan en ella colchones, papeles, un calentador y algunas ropas, hay un túnel a medio cavar por donde parece que han intentado huir. Sin embargo, allí están los paracaidistas de la resistencia checa, entre ellos el moravo y el eslovaco, sin vida. Se han suicidado antes de caer en las manos de las SS.

Heydrich si bien había mostrado una leve mejoría en un primer momento, había fallecido ocho días después del atentado por una septicemia general. Se cree que los dos paracaidistas lo supieron antes de morir.

El moravo Jan Kubis y el eslovaco Jozef Gabcik llevaron a cabo el único atentado y asesinato satisfactorio a un jerarca nazi de tal envergadura (Hitler salió ileso de varios intentos de asesinato). Fueron delatados por un colega paracaidista, Karel Curda, que había llegado a Praga en las mismas condiciones que ellos con otra misión. Fuera de la cripta de iglesia había 800 efectivos de las SS, no se sabe si los checos tuvieron conciencia de dicho número.

Las consecuencias del atentado fueron por un lado positivas y por otro lado desastrosas, si queres conocerlas podes leer la segunda parte de este post en ¡LIDICE VIVIRÁ!

AHORA YA LO SABES!

Lic. Diana Fubini

Bibliografía

- Binet, Laurent, HHhH, Buenos Aires, Grupo Editorial Planeta, 2012