14 de marzo de
1939.
“¿Herr Schmidt?”
“Diga…”
“El Führer lo necesita”
La pronunciación de esa frase
indicaba que tenía que dirigirme inmediatamente hacia la Cancillería del Tercer
Reich (Berlín) al encuentro de Adolfo Hitler.
Al llegar fui conducido por un oficial de las
SS al despacho del Führer. Ni bien
entré lo vi manteniendo una calurosa charla con el mariscal Hermann Goering
y su ministro de Asuntos Exteriores, von Ribbentrop.
“Herr Schmidt. – exclamó al
verme- Lo he mandado a llamar porque necesito nuevamente de sus servicios.
Alemania se encuentra en una etapa crucial de su existencia. Reclama su Lebensraum (espacio vital) por derecho
natural y esto requiere una acción inmediata y eficaz.”
“Si, mi Führer”, respondí.
Desde 1923 me desempeñaba como el
intérprete oficial de Hitler además de ocupar la jefatura del cuerpo de
traductores gubernamentales en el Ministerio de Asuntos Exteriores del Tercer
Reich.
Mis habilidades en numerosos
idiomas como el francés, inglés, holandés, español, ruso, checo, eslovaco,
polaco, rumano, entre otros, así como mi desempeño en varios episodios internacionales como el Tratado de Locarno de
1925, la Sociedad de las Naciones y la Conferencia Económica de Londres,
hicieron que en 1928, el canciller alemán Gustav Stresemann me designara
traductor oficial, cargo que mantuve hasta 1945.
Para ese entonces, el nacionalismo
y expansionismo alemán habían desencadenado la denominada “Crisis de los
Sudetes”, lo que puso en marcha la declaración de independencia de Eslovaquia y
la conformación del protectorado de Bohemia y Moravia. Siguiendo el principio
de la “libre autodeterminación de los pueblos” promulgado en París en 1919, la
política exterior nazi se dedicó a reincorporar a su Lebensraum aquellos territorios poblados por alemanes. Es así que,
luego de la anexión de Austria en 1938, Hitler se volcó hacia Checoslovaquia
donde residían tres millones de alemanes. El partido de los Sudetes (minoría
étnica en Europa Central formada por alemanes que residían en Bohemia, Moravia y
Silesia Oriental, que eran parte de Checoslovaquia) promulgó en 1938 una serie
de decretos en los cuales exigieron autonomía y libertad para profesar su
ideología.
En definitiva, nuestra política
exterior se basaba en aquello que se había acordado en París tras la
finalización de la Primera Guerra Mundial. Alemania tenía derecho a todo lo que
hasta entonces había reclamado. Hitler, al enviar tropas a la Renania alemana,
al fusionar a nuestra nación con Austria, y ahora al querer incorporar aquellos
territorios, no hacía más que afirmar el derecho de tener un estado alemán
soberano.
Hitler dio un ultimatum el 26 de septiembre de 1938 imponiendo
su posición en una reunión de los premiers
el día 30, que se conoció como los Acuerdos
de Munich, en donde participaron Benito Mussolini, el primer ministro británico
Neville Chamberlain y el presidente francés Édouard Daladier, los cuales
prometieron a Alemania un plebiscito que fue aceptado para evitar la guerra. La
nota de color fue que se había decidido el destino de Checoslovaquia pero ésta no
había sido invitada a participar. Solamente se le comunicó el resultado.
La ocupación tuvo lugar del 1 al
10 de octubre. Como resultado, el país perdió 30.000 km de su suelo y los
checos de la región fueron expulsados. El presidente Eduard Benes, incapaz de
controlar la crisis generada, renunció el 5 de octubre, asumiendo Emil Hacha,
ya entrado en años y con su salud muy deteriorada.
Al año siguiente, Hitler decidió
desmembrar el territorio checo por completo incitando a los funcionarios
eslovacos a que declarasen su independencia. De esta forma, Checoslovaquia, que
había sido creada a finales de la Primera Guerra Mundial, iba camino a la
desaparición. No sólo Berlín presionaba al presidente Hacha sino también todos
aquellos grupos étnicos que reclamaban la separación de los territorios. Evidentemente,
nuestras intrigas entre checos y eslovacos funcionaron ya que el 14 de marzo de
1939, Eslovaquia proclamó su independencia bajo nuestra protección.
El presidente Hacha, confundido y
desolado por la situación actual, solicitó una entrevista con Hitler. Así fue
que ese mismo día a las 22.40 hs, el tren que transportaba a Hacha, a su hija y
a su ministro de relaciones exteriores, Chvalkovsky, llegó a Berlín. Los tres
fueron hospedados en el Hotel Adlon a la espera del llamado del Führer. Pero el presidente checo no
sabía que en el momento en que arribaba a nuestra capital, el gobierno húngaro
había enviado un ultimatum a la
cancillería checa exigiendo la retirada de las tropas estacionadas en Rutenia y
que también en ese momento nuestras tropas ocupaban la importante ciudad
industrial checa Moravska-Ostrava.
El Führer no llamó al premier checo hasta una hora después de pasada
la medianoche. Nos dijo que había esperado todo ese tiempo para darle al
anciano dirigente la posibilidad de descansar, pero la espera no hizo más que
generarle angustia y ansiedad.
Cuando los funcionarios checos arribaron
al despacho de Hitler noté como el rostro del presidente reflejaba
consternación y ansiedad. El intercambio de palabras que mantuvieron Hitler y
Hacha a través de mi persona durante la entrevista giró en torno a una súplica por
parte del mandatario checo en la cual aseguraba que desarmaría a su ejército
pero pedía por la independencia de su pueblo. Sin embargo, la decisión de
incorporar Checoslovaquia al Reich ya
había sido tomada. Tropas alemanas entrarían en ese país a las seis de la
mañana de ese mismo día mientras la Luftwaffe
(Fuerza Aérea Alemana) ocuparía todos sus aeropuertos.
Ni bien terminé de traducir esta
frase, Hacha y su ministro de Relaciones Exteriores quedaron atónitos.
Solamente con su firma podría cambiarse el curso de los acontecimientos. La
opción era simple para nosotros; conflictiva para ellos: la capitulación o la
invasión. Para coronar ese primer encuentro, Hitler lanzó una afirmación
lapidaria “Si la decisión es la resistencia entonces la consecuencia será la
aniquilación de Checoslovaquia”. Con estas palabras terminó la entrevista por
lo que los funcionarios checos se trasladaron a un salón contiguo para debatir el
tremendo destino.
Unos minutos más tarde, Goering
exclamó que Hacha se había desvanecido por lo que inmediatamente llamamos al
médico personal del Führer, el Dr.
Morrell, a quien habíamos alertado sobre la salud quebrantada del gobernante
checo. Inmediatamente pensé que nada podía sucederle al primer mandatario ya
que de ser así saldría al otro día publicado en la “primera plana” de todos los
periódicos que “en la Cancillería habían asesinado al presidente Hacha”. En ese
momento pudimos restablecer la línea telefónica con Praga por lo que fui en busca
de Hacha a quien encontré totalmente recuperado gracias a la inyección que le aplicó
el Dr. Morrell. Así pudo notificar a su gabinete lo que estaba sucediendo y
aconsejar la capitulación. Entre tanto, me dispuse a pasar en limpio un breve
comunicado oficial que había redactado con anticipación que establecía lo
siguiente: “...el Presidente de Checoslovaquia colocaba confiado el destino del
pueblo y el país checos en manos del Führer
del Reich Alemán.”
Para ese entonces, Hacha había
solicitado otra inyección vitamínica del doctor Morrell la cual lo revivió de
tal forma que se negó rotundamente a firmar el documento a pesar de los gritos
de Goering y Ribbentrop que comenzaron a perseguir a ambos funcionarios checos alrededor
de la mesa en donde estaban los papeles, poniéndoselos por delante, colocándoles
las lapiceras en las manos y repitiéndoles en tono amenazador que si seguían en
esa posición, en dos horas Praga sería reducida a escombros. La escena era dantesca pero funcionó ya que
cinco minutos antes de las cuatro de la mañana, Hacha firmó.
En ese momento vi a Hitler correr
hacia su despacho al tiempo que gritaba “¡Es el triunfo más grande de mi vida!
¡Pasaré a la historia como un gran alemán!”. La Cancillería era testigo del
logro que habíamos obtenido. Hasta el doctor Morrell quiso ser partícipe
asegurando que menos mal que se encontraba en aquel momento ya que sin sus
“mágicas” inyecciones, tal vez, el documento nunca se habría firmado, a lo cual
Hitler lo mandó a callar argumentando que por causa de esas “malditas
inyecciones” “el viejito” había revivido de tal forma que por un instante se
corrió el riesgo de que no firmara la capitulación.
Nuestra celebración fue
interrumpida por el general Keitel quien informó que ya se habían impartido las
órdenes para marchar sobre Checoslovaquia. Así, unas horas más tarde, un tren
especial transportaría a Adolfo Hitler y varios integrantes de su séquito
personal a la frontera checa.
A las seis de la mañana del 15 de marzo de 1939, las fuerzas
alemanas entraron en Bohemia, Moravia y Eslovaquia. Simultáneamente, tropas
húngaras ingresaron en Rutenia. Por la tarde, Hitler hizo acto de presencia en
Praga y en el Castillo de Hradcany anunció que Checoslovaquia había dejado de
existir, proclamando el Protectorado de Bohemia y Moravia.
Ahora ya lo sabés.
Lic. Andrea Manfredi
Bibliografía:
Toland, John, Adolf Hitler.
Apogeo. Decadencia. Muerte. 1936-1945. Segunda Parte, Buenos Aires,
Atlántida, 1977.
Palmer, R. y J. Colton, Historia Contemporánea, Madrid,
Akal, 1980
La
Segunda Guerra Mundial (1939-1945) Desintegración de Checoslovaquia (15-3-1939)
en: <
www.exordio.com>