jueves, 25 de agosto de 2011

EL CÓDEX DA VINCI


El inimaginable protocolo de la corte!

Lugar: Italia – Milán
Época: 1452-1519

Imaginemos el siguiente escenario: llega la hora de la cena en la Corte de Ludovico Sforza. Están invitados al festín los más nobles cortesanos y las más refinadas mujeres. El salón se viste de colores dorados y plateados, la vajilla reluce sobre los manteles púrpuras. Los comensales ingresan armoniosamente a la sala y educadamente ocupan sus lugares. Comienza el desfile de los platos más elaborados y gustosos que la cocina del palacio puede ofrecer. Los invitados degustan los manjares en la más agradable de las veladas…

¡ERROR! Lamento decepcionarlos, pero no podríamos estar más alejados de la realidad. ¿Por qué? Los invito a conocer el verdadero escenario a la hora de comer en la corte de Ludovico Sforza según Leonardo Da Vinci.

Leonardo vivió y sirvió en la corte de Ludovico, pero a diferencia de lo que podríamos pensar, no fue contratado en su calidad de artista, más bien Da Vinci era el Maestro de Banquetes en la corte milanesa y como tal estaba encargado de la organización de fiestas y espectáculos. Allí Leonardo habría iniciado la redacción del llamado Códex Romanoff* y como buen observador, Leonardo estudió los modales de los hombres de la época a la hora de comer y llevó al papel algunas consideraciones, consejos y recomendaciones para el momento de sentarse a la mesa. ¡Consideraciones por demás necesarias vistas las condiciones en que se comía por esos tiempos!
Aunque nos parezca algo obvio y de sentido común Leonardo escribe en su Códex, que es necesario avisar a los invitados que no deben sentarse “encima de la mesa (o debajo) ni de espaldasy mucho menosen la falda de otro invitado; las piernas no deben ir encima de la mesa y tampoco se puede poner “para comer su cabeza sobre el plato”; el comensal no debe escupir ni para adelante ni de lado, tampoco pellizcar o dar codazos; es de vital importancia pedir permiso al vecino antes de tomar comida de su plato y sobretodo antes de colocarle trozos de su propia comida masticados a medias” y sería bueno también evitar guardar comida en su bolso para comerla luego; como mencionamos antes hay que evitar “limpiar el cuchillo en la ropa del vecino” y si es posible también intentar no “tallar dibujos sobre la mesa” con el mismo; está prohibido conspirar en la mesa a no ser que el conspirador sea el mismo Ludovico y sobretodo hay que hacer lo posible por “abandonar la mesa si está por vomitar” para ahorrarse un espectáculo realmente desagradable.
Los consejos de Leonardo abarcan también la disposición de los comensales en la mesa respecto de su Señor. Es preferible para Ludovico Sforza que “aquellos invitados que padezcan enfermedades horrendas” como la sífilis o que tengan heridas abiertas o úlceras sean ubicados lejos. Nadie quiere comer con una herida supurante cerca. Los enfermos de Peste en cambio deben estar totalmente separados de los demás invitados y aclara Leonardo que “su mesa deberá estar situada al alcance de la vista de Mi Señor (mas no de su mano)”, mesa construida con maderas de baja calidad pues todo deberá ser quemado una vez que el comensal se haya retirado. El apartado de la peste parece sin dudas algo exagerado, es difícil pensar que un enfermo de peste pudiera estar invitado a una cena de gala.
Tampoco, continúa Leonardo, deben sentarse cerca del Señor Sforza quienes padezcan hipo, hablen gangoso o sufran espasmos nerviosos y depresiones pues sus conversaciones se vuelven tediosas, a no ser que sean hijos de cardenales o papas, en cuyo caso nada puede hacerse al respecto, Ludovico bien sabe con quienes mantener las apariencias.
Por último, pero no menos importante, “si para la comida hay planeado un asesinato, es claro que se debe ubicar al asesino en las cercanías de su víctima”, de esta manera la realización del hecho interrumpirá lo menos posible la conversación que se esté llevando a cabo en la mesa. Luego, una vez que los sirvientes retiran el cadáver, todo buen anfitrión debe tener siempre algún invitado que espere afuera para ocupar el lugar vacío.

Si bien el códex es mucho más extenso y posee desde recetas hasta inventos para utilizar en la cocina, he elegido algunas de las reglas básicas para que podamos imaginar el verdadero escenario al momento de sentarse en la mesa junto al señor Ludovico Sforza en la Italia del siglo XV según Leonardo Da Vinci.

* Si bien este Códex se le atribuye a Da Vinci, las pruebas de su veracidad no son del todo fehacientes. Quienes han estudiado este texto se basan en algunas premisas para adjudicarlo al gran genio, premisas que hoy tomaremos por ciertas para dar a conocer las supuestas y por cierto muy peculiares normas de protocolo de Leonardo.


   
Lic. Diana Fubini

Da Vinci, Leonardo, Apuntes de cocina. Pensamientos, Misceláneas y fábulas, Buenos Aires, Distal, 2003


jueves, 18 de agosto de 2011

JUSTICIALISMO ESPACIAL



Época: siglo XX
Ubicación: Argentina

El Peronismo también llegó al espacio sideral gracias a los descubrimientos del astrónomo entrerriano, Miguel Itzigsohn, quien entre los años 1955 y 1972, fue director del departamento de Astrometría Extrameridiana y Mecánica Celeste del Observatorio Astronómico de la Universidad de La Plata.
Durante la segunda presidencia del general Juan Domingo Perón, Itzigsohn descubrió cinco asteroides a los que bautizó en honor a la Primera Dama, la señora Eva Duarte de Perón, antes de su fallecimiento, con los siguientes nombres:

“Evita” (1569)
“Abanderada” (1581)
“Fanática” (1589)
“Descamisada” (1588)
“Mártir” (1582)

Se dice que tras la caída de Perón, la Revolución Libertadora intentó modificar los nombres de los cinco “asteroides peronistas” pero no lo logró porque los mismos ya estaban inscriptos en los registros astronómicos del mundo y esto es  inamovible. Es así que a partir de entonces, cinco miembros del cosmos se sumaron a las listas del movimiento.
Ahora ya los sabés.

Lic. Andrea Manfredi

FUENTES:
Sección de Asteroides de la Liga Iberoamericana de Astronomía (LIADA): https://sites.google.com/site/seccionasteroidesliada/
Lista de científicos. http://www.oni.escuelas.edu.ar

jueves, 11 de agosto de 2011

Bodas remixadas

Lugar: Antigua Grecia

Siglo: IV a.C.


Cuando asistimos a una boda y la novia hace su entrada al templo con el rostro cubierto con un elegante velo, nos emocionamos esperando el momento en que descubra su cara y diga “sí quiero”, y cuando vemos románticas escenas de recién casados atravesando la puerta del hogar donde el esposo lleva en brazos a la esposa, quizá se nos escape un suspiro. Pero jamás pensaríamos que ambas costumbres se relacionan con rituales que realizaban los antiguos griegos para apaciguar a los dioses. Es que en el siglo IV los helenos eran tan supersticiosos que no cruzaban la pierna izquierda sobre la derecha, sentían profundo respeto por los eclipses y nunca realizaban ninguna actividad sin antes consultarlo con la pitonisa.

En todas las épocas (incluso en la actualidad) el matrimonio, el nacimiento y la muerte han tenido en común, marcar un tránsito que puso y pone en consideración la estabilidad de la familia. Los antiguos griegos no escapaban a esa realidad, pero le agregaban un plus de angustia: creían que en esos momentos de tránsito se exponían a contaminaciones o a contactos con seres sobrenaturales y demoníacos. Además sostenían que la comunidad entera podía ser víctima de las desgracias que esos encuentros traerían aparejados, ya que si alguien veía a esos extraños seres, quedaría irremediablemente atacado por la locura. Por eso realizaban solemnes ceremonias, tanto para conjurar a los amenazantes peligros, como para asegurar que sea benéfico el cambio que se había operado.

En cuanto al matrimonio, los atenienses preferían casarse en época de luna llena, en invierno y durante el mes consagrado a Hera, la diosa del matrimonio. Los rituales de casamiento comenzaban cuando las familias de los novios decoraban sus casas con guirnaldas de laurel y olivo. La boda era un acuerdo oral entre dos hombres: el pretendiente y el padre de la joven, en donde se entregaba una dote. Aparentemente la existencia de una donación habría diferenciado el matrimonio legítimo del concubinato y como era un acuerdo oral, tenía 2 testigos. La futura esposa de casi 15 años de edad no tomaba parte de la ceremonia, ya que su consentimiento no le era solicitado.

El día de la boda la joven abandonaba a sus dioses ancestrales, a los que tenía que sosegar para adoptar a los dioses del esposo. Entonces realizaba un sacrificio por última vez en el altar familiar, ofreciendo sus juguetes y los objetos que la habían acompañado en su infancia. Luego un cortejo de mujeres con antorchas partía a buscar agua en una vasija especial, para que la muchacha realizara el ritual de la purificación mediante el baño. La novia, durante toda la comida de bodas (que era ofrecida por su padre) debía permanecer con el rostro cubierto para cuidarse de los seres maléficos. Este velo no sería levantado más que por el esposo al llegar a su casa. Durante los festejos se servían pastelillos de sésamo y miel, la novia recibía como regalo un dátil y un membrillo, considerados garantía de fecundidad y también se realizaba un sacrificio. Este último, marcaba la admisión de la joven al hogar del novio, por lo que con el mismo fuego de la antorcha de la morada paterna del joven, se encendía simbólicamente una llama nueva, en honor a la nueva pareja. Hacia la noche, los esposos partían en un carro seguido por parientes y amigos al fulgor de las antorchas, mientras entonaban el canto de bodas, acompañado de cítaras y oboes. Cuando la pareja entraba en la cámara nupcial, los invitados gritaban para alejar a los malos espíritus. Este era el momento en que el novio podía levantar el velo de la novia. Pero antes de entrar al hogar, para evitar la hostilidad de los dioses, el esposo hacía un rapto simulado, llevando a la joven en brazos hasta el hogar, procurando que los pies de ella no rozaran el suelo. ¿No suena conocido?

En cambio en Esparta, la ceremonia carecía de todo romanticismo y era extremadamente violenta para la novia, ya que mantenía íntegra la tradición del rapto. Según Plutarco a la joven “raptada” se le cortaba el cabello al ras, le ponían ropa y calzado de hombre y la dejaban acostada sola y sin luz. “El esposo, que había comido junto con sus compañeros, como de costumbre, entraba, le desataba el cinturón y, tomándola en los brazos, la llevaba a su cama. Luego de pasar con ella un rato bastante breve, volvía a acostarse junto a sus compañeros”.

Afortunadamente, ha quedado grabado en la memoria ancestral de la humanidad, (al menos en occidente) el recuerdo de las ceremonias de bodas atenienses y no de las espartanas.

Ahora ya lo sabés!.

Lic. Alicia Di Gaetano

Bibliografía:
Flaceliere, Robert, La vida cotidiana en Grecia en el Siglo de Pericles, Buenos Aires, Talleres Gráficos Didot, 1967
Puech Henri-Charles [Dir] Historia de las Religiones Antiguas, Vol. II, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002

jueves, 4 de agosto de 2011

Seis bodas y cinco funerales


Cómo ser reina y morir en el intento

Lugar: Inglaterra
Época: Siglo XVI

Enrique VIII, rey de Inglaterra, se casó con Catalina de Aragón, Ana Bolena, Juana Seymour, Ana de Cleves, Catalina Howard y Catalina Parr en ese orden y antes de que inicien la lectura debo advertirles que pese a la cantidad evidente de bodas, esta no es una historia de amor, más bien es el relato de la vida de un rey que hizo lo imposible por hacer desdichadas las vidas de seis mujeres y juzguen por ustedes mismos, pero ¡creo sinceramente que lo logró!

Como todo príncipe en esos tiempos, Enrique VIII, rey de Inglaterra, se casó en primeras nupcias con una de las princesas de uno de los reinos vecinos, Catalina de Aragón, la hija menor de los Reyes Católicos. ¿Amor? No, en absoluto. Todos los casamientos entre príncipes eran alianzas entre potencias. Si se tenía suerte podía uno recibir un retrato del o de la pretendiente, una suerte de foto de perfil de hoy en día, pero en la mayoría de los casos los príncipes y las princesas viajaban cientos de kilómetros sin saber qué les esperaba del otro lado.
Sea como fuere, el matrimonio entre estos dos jóvenes fue arreglado, como lo eran todos.

Enrique y Catalina estuvieron casados por más de veinte años. Tuvieron varios hijos pero todos murieron, menos María, su única hija. Esta única hija mujer, fue la perdición de Catalina. ¿Por qué? Porque el motivo principal del matrimonio entre príncipes no era el amor, ni la vida conyugal ni la felicidad siquiera, el motivo y el objetivo era procrear, preferentemente hijos varones, y si eran varios mucho mejor. La mortalidad infantil era muy alta y una cantidad considerable de hijos varones aseguraba la continuidad y sin un heredero varón la dinastía Tudor (la de Enrique) se despediría de la corona. Pero lamentablemente la reina (lamentablemente para Catalina claro está) no pudo procrear lo que se esperaba de ella y por tanto Enrique, cuyo único objetivo en la vida parecía ser la procreación de un niño, la culpó y quiso anular su casamiento. ¿Cómo? Volvamos en el tiempo apenas unos años. Catalina había sido primero esposa de Arturo, el hermano mayor de Enrique que había muerto joven. Catalina había jurado que ese matrimonio no se había consumado (que los novios no se habían “conocido”) y el Papa la había dispensado para que pudiera casarse con Enrique, que era ahora el heredero al trono. Valiéndose del pasado de la joven, Enrique que estaba encaprichado casi hasta la locura con una de las damas de honor de Catalina  inició un proceso para separarse de Catalina que duró años. Enrique aseguraba que Catalina sí había “conocido” a su anterior marido (que había habido relación carnal) y que por tanto ella y él vivían en pecado. ¡Tarde se dio cuenta del pecado, pues ya habían pasado veinte años de matrimonio! Estaba claro que el nuevo amor del rey era el verdadero culpable. Si bien claramente la excusa era endeble Enrique se separaría de Catalina aunque tuviera que poner el reino patas para arriba, él era el rey y podía hacer y deshacer a su antojo y así lo hizo.
El Papa, que era el único que podía decidir sobre este tema, le negó una y otra vez la anulación del matrimonio y entonces Enrique negó la supremacía del pontífice, se separó de la Iglesia Católica y se nombró jefe y cabeza de la Iglesia de Inglaterra. De esta manera pudo declarar nulo su matrimonio y salirse con la suya.
Todo esto hizo Enrique VIII para casarse con Ana Bolena, que sabiendo que el rey estaba encaprichado con ella le negó su virginidad hasta no ser su legítima esposa. Gracias a su desmedida ambición Ana lo logró, se casó, ella fue coronada reina y sus hijos declarados legítimos. Catalina fue humillada y desterrada y murió sola a los 50 años aún declarándose la legítima reina de Inglaterra. Perdió la corona, pero por suerte no su cabeza, ya veremos por qué.
Irónicamente Ana Bolena tampoco pudo darle un varón a Enrique pues tuvieron una sola hija llamada Isabel y por tanto el rey la mandó a decapitar acusándola falsamente de adulterio y fue ejecutada junto a una lista de supuestos amantes. La historia diría que eran todos inocentes. ¡Qué desdicha para estos hombres el haberse cruzado en el camino de Ana Bolena!
Mientras Ana era decapitada se dice que Enrique almorzaba con su nueva favorita, a su vez dama de honor de Ana, la joven y atractiva Juana Seymour. Juana fue su tercera esposa y la que Enrique declaró que había sido su verdadera reina, aunque tal vez esto fuera porque Juana pudo darle lo que él tanto había esperado, un heredero varón, el futuro Eduardo VI. Lamentablemente la reina murió a los pocos días de dar a luz dejando por segunda vez viudo a Enrique.
El rey tardó en decidirse, pero finalmente, sus consejeros lograron que aceptara contraer matrimonio por cuarta vez, con una mujer extranjera, también con el objetivo de una alianza. Era la hora de Ana de Cleves, quien llegó a la corte inglesa con un velo que cubría su rostro. Tiempo antes Enrique había recibido un retrato de Ana y se había sentido complacido con lo que había visto pero al quitarle el velo, Enrique la encontró repulsiva. Al día siguiente de la noche de bodas Enrique dijo “No me gustaba antes y ahora me gusta mucho menos”. Ana por su parte no había tenido el mismo privilegio, pues podríamos pensar que si ella hubiera tenido la oportunidad de ver un retrato del viejo y obeso Enrique podría haberse negado… o por lo menos ¡habría sabido con qué se iba a encontrar! Una vez más el capricho del rey pudo más y los consejeros del rey hicieron hasta lo imposible para anular este matrimonio cosa que Ana aceptó complacida, seguramente prefirió el repudio a perder la cabeza.
Catalina Howard fue tal vez el mayor capricho de Enrique. Fue su quinta mujer, muy joven y exultante, que sedujo al rey con su sexo joven y despreocupado. Pero Catalina al poco tiempo se aburrió de la vejez del rey, se asqueó de su obesidad y sus úlceras supurantes y cayó rendida a las pasiones de uno de los favoritos de Enrique, el mozo Culpeper. Catalina y Culpeper fueron decapitados, ella por adúltera y él por alta traición. Se dice que la joven, en su celda, pidió el madero para practicar cómo colocar la cabeza para el momento de su muerte.
La última reina de Enrique fue Catalina Parr, una mujer mayor, viuda y que supo contener los cambiantes humores del rey. Catalina había aprendido la lección y no quería casarse con Enrique, ¿quién en su sano juicio podría querer ocupar ese lugar una vez más? Pero finalmente no pudo negarse a las exigencias de Enrique, después de todo él era el rey. A pesar de todo Catalina no se salvó de la ira del rey, acusada de herética por sus inclinaciones protestantes Enrique la hizo apresar, pero ella muy diplomáticamente se presentó ante el rey y pidió disculpas públicamente, Enrique ya viejo y cansado la perdonó. El rey murió estando casado todavía con Catalina.

Eduardo VI, su hijo varón, heredó el trono a su muerte pero murió adolescente y sin hijos, lo siguió María Tudor (su hija con Catalina de Aragón) quien murió también sin descendencia y finalmente heredó Isabel I (su hija con Ana Bolena), que fue una de las reinas más importantes de la historia de Inglaterra pero nunca se casó y tampoco tuvo hijos. 
Parece que a pesar de los esfuerzos de Enrique, la dinastía Tudor estaba destinada a la extinción.

Ahora ya lo sabés!

Lic. Diana Fubini

Bibliografía

Ridley, Jasper, The Tudor age, Londres, Robinson, 2002
Weir, Alison, Henry VIII. King & court, Londres, Vintage, 2008
Fraser, Antonia, Las seis mujeres de Enrique VIII, Buenos Aires, Vergara Editor, 1993
Cabal, Juan, Como las estrellas. Cinco vidas femeninas: Ana Bolena, Catalina Howard, Luisa de la Valliere, La emperatriz Josefina, Mme. Recamier, Barcelona, Editorial juventud, 1943