viernes, 24 de agosto de 2012

LA INGLATERRA DE GLORIANA – CAPÍTULO 2: LA OTRA REINA



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Enrique VIII, el padre de Isabel, había tenido dos hermanas mujeres, Margarita y María que tuvieron cada una su descendencia. Según las leyes de sucesión, si Enrique no hubiera tenido hijos entonces los siguientes en la línea para heredar la corona habrían sido los hijos de Margarita, la mayor, y luego los de María, la menor. Sin embargo, Enrique sí había tenido hijos y ellos habían heredado, primero Eduardo, luego María y ahora Isabel.
Isabel llegó al trono con la intención de quedarse porque se consideraba hija legítima de Enrique VIII.  Sin embargo, la legitimidad, la religión y su soltería, fueron tres temas que llevaron a algunos personajes de la realeza y de la nobleza a cuestionar su derecho al trono y a reclamar su lugar como soberanos.

María Estuardo
Había tres pretendientes que tenían, por consanguineidad, después de Isabel, derecho al trono de Inglaterra:

1) Por un lado estaba María Estuardo, nieta de Margarita, la hermana mayor de Enrique VIII y por si fuera poco hija del rey de Escocia, Jacobo V;






2) Por el otro estaban Catalina y María Grey, nietas de María, la hermana menor de Enrique.

María Grey

Catalina Grey

Estas tres mujeres reclamaron en algún momento el trono inglés. En cuanto a María Grey, aparentemente sufría de enanismo, malformaciones y tenía la espalda encorvada, por tanto para esas épocas era una candidata muy poco popular. Catalina Grey por su parte cometió el error de casarse sin el consentimiento de Isabel por tanto cuando esta lo supo la hizo encarcelar y allí permaneció hasta su muerte a los 27 años. A todo esto se sumaba que María y Catalina eran hermanas de Juana Grey, la famosa “reina de los 9 días” que había sido utilizada para destronar a María Tudor (hermana de Isabel) y por tanto Isabel las “miraba torcido desde el vamos”.
Con las Grey fuera de la escena, la única que tenía todavía posibilidades de reclamar era María Estuardo y aunque en su momento Enrique VIII había excluido a los Estuardo de la sucesión mediante un Acta, ésto no impidió que María reclamara lo que ella consideraba que le pertenecía.

María nació el día de la Virgen en 1542 y fue la única hija sobreviviente del rey Jacobo V de Escocia y al morir él prematuramente se convirtió en reina de Escocia con sólo 9 meses de edad en 1543. Por supuesto que al ser menor de edad María gobernó con una regencia, es decir que otras personas gobernaban por ella hasta su mayoría de edad. Primero, el regente fue James Hamilton III y en 1554 la madre de María, María de Guisa, se hizo con el poder y gobernó hasta su muerte en 1560.
María y Francisco coronados reyes de Francia
Cuando tenía sólo 5 años se iniciaron tratativas con Francia para casar a María con el Delfín, el futuro rey Francisco y así, en agosto de ese año, una flota francesa se llevó a la pequeña reina al continente mientras su madre quedaba al mando del gobierno. María y Francisco se casaron en 1558, ella tenía 16 años y él 14. Al año siguiente el rey Enrique II murió y así Francisco y María se convirtieron en reyes de Francia. 

Sin embargo, dos años después, en 1560, su marido Francisco II murió repentinamente por una infección producida por una otitis y como no habían tenido hijos la corona francesa pasó al hermano menor de Francisco, Carlos IX, y María, sin tener mucho qué hacer en Francia regresó a Escocia a recuperar su corona en 1561.
Cuando llegó a su país encontró al pueblo dividido por la religión, la eterna lucha entre católicos y protestantes. Por un lado, estaba ella a quien apoyaban los católicos y por el otro su hermano ilegítimo, Jacobo Estuardo I, a quien apoyaban los protestantes. Pero para desilusión de la facción católica María no se terminó de jugar por ellos y decidió tolerar el orden protestante establecido y hasta mantuvo a su hermano como consejero real.

María y Enrique Estuardo
María era todavía muy joven cuando regresó a Escocia y a diferencia de su prima Isabel, como ya veremos en los próximos capítulos, era una mujer que disfrutaba de la compañía de los hombres, que deseaba estar casada y hasta podría decirse que necesitaba un hombre a su lado. Por eso en 1565 se casó con Enrique Estuardo, Lord Darnley, que al igual que ella, y como solía ser en las casas reinantes en la que estaban todos emparentados, era descendiente de Enrique VII y además católico. Este matrimonio tuvo dos consecuencias muy importantes: Por un lado, la facción protestante se enardeció al ver a su reina que no sólo era católica sino que ahora se casaba con un católico. Esto llevó a una rebelión liderada por su hermano que fue finalmente aplacada por María. Por el otro, se ganaron la ira de Isabel que al saber del matrimonio puso el grito en el cielo, porque Estuardo era un noble inglés y por tanto sólo ella podía dar su consentimiento para el matrimonio. Pero ¿Cuál era el verdadero problema de fondo para Isabel? Nada más y nada menos que un hijo de María y Enrique Estuardo tendría un fuerte derecho no sólo a la corona escocesa obviamente sino que también al trono inglés, por la sangre de María y también por la de su esposo. Recordemos que Isabel se negaba a casarse y por ende no tenía hijos que la heredaran, la perspectiva de un niño con cualidades perfectas para heredar era el mayor peligro para nuestra reina.

En 1566 nació el primer y único hijo de María y Enrique Estuardo, Jacobo, en el Castillo de Edimburgo, y para esas fechas iniciaron los problemas en la pareja real. Estuardo comenzó a presionar a María para que esta le cediera el título de “rey” y producto de los celos asesinó frente a María a su secretario personal con quien pensaba que ella tenía un amorío. Esto provocó la ruptura definitiva de la pareja y curiosamente tiempo después, mientras Estuardo se recuperaba de una enfermedad, posiblemente sífilis, la casa donde este reposaba explotó y el rey consorte fue hallado muerto en el jardín aunque se dice que su cuerpo mostraba señales de estrangulamiento.

En 1568 María volvió a contraer matrimonio con Jacobo Hepburn, IV Conde de Bothwell, a quien se consideró siempre autor del asesinato de Estuardo. Una vez más los lores se levantaron en contra de la reina y a pesar de que Maria acató las ordenes de los rebeldes aun así fue encarcelada y finalmente obligada a abdicar a favor de su hijo Jacobo que tenia apenas un año. María logró escapar del castillo donde la tenían cautiva disfrazada de lavandera y tras sufrir una nueva derrota militar huyó a Inglaterra donde fue apresada por oficiales de Isabel en el Norte.

Retrato de María durante su cautiverio
Seguramente María pensó, aunque erróneamente, que Isabel la habría ayudado a volver a Escocia para imponerse como su soberana, pero, lamentablemente, se equivocó. ¿Por qué? Por un lado, la facción protestante había finalmente vencido en Escocia y esto beneficiaba o por lo menos dejaba muy tranquila a Isabel y bajo ningún concepto habría ayudado a María a recuperar su corona y que esta encima restaurara el catolicismo. Por otro lado, a la reina de Inglaterra le convenía que la única persona con derecho real a su trono estuviera en sus manos y que no pudiera desde Escocia reclamarle nada. Había sin embargo otro problema que nuestra protagonista tenía que tener en cuenta. Al igual que había pasado con ella cuando su hermana María Tudor había sido reina, hoy María Estuardo podía transformarse en el objetivo de aquellos lores que querían ver a Isabel humillada y sin su corona, lo más probable es que María se convirtiera en el centro de futuros complots, como después sucedió. Por esto, y muy por el contrario a lo que María esperaba, Isabel la encerró y la mantuvo cautiva durante 18 años.

Si tuvo María, en un principio, intenciones de complotar en contra de Isabel no se tiene certeza absoluta, sin embargo, lo más probable es que no haya sido esa la idea original. Pero a medida que pasaban los años María se dio cuenta de que si no hacía nada iba a permanecer presa durante toda su vida pues la reina de Inglaterra no tenía intenciones de ayudarla.
Tres fueron los complots en los que se implicó a María y que las redes de espionaje de la reina desmantelaron. Primero se dio el Complot del Duque de Norfolk por el cual se intentó casar a María con el lord más adinerado de Inglaterra con lo cual, si había hijos, el reclamo al trono inglés habría sido extremadamente fuerte; luego el Complot Throckmorton que buscó destronar a Isabel y poner en su lugar a María y finalmente el Complot Babington del cual se piensa que si bien conocía de su existencia, ella nunca participó, aunque aparentemente se halló una carta donde daba su consentimiento para asesinar a Isabel.
A todo esto se sumó el hallazgo de las llamadas “cartas del cofre” donde según las investigaciones de la época María quedaba comprometida en el asesinato de su segundo marido, Enrique Estuardo (el que había explotados por los aires).

Si bien el Parlamento inglés había presionado a Isabel desde el minuto cero para que juzgara y condenara a María, la reina no podía evadir el hecho de que su prima era también una reina, ungida por Dios, que las dos eran pares y que por tanto no podía decidir sobre su vida o su muerte. Los años pasaron y los complots, verdaderos o no, se sucedieron uno tras otro hasta que Isabel no pudo evitar más tomar una decisión, cosa que le costaba muchísimo, pues se caracterizaba por la indecisión, y en esta cuestión fueron 18 años de dudas.
María era una reina y allí yacía el conflicto. Finalmente, luego de mucha presión Isabel decidió que se iniciara una investigación por el asesinato de Estuardo y por eso fue llevada a juicio donde las famosas cartas del cofre fueron utilizadas como pruebas. María declaró que como reina soberana no estaba obligada a obedecer las leyes inglesas ya que ella sólo respondía a Dios. Sin embargo, y a pesar de las dudosas pruebas en su contra, María fue hallada culpable por el asesinato de Enrique Estuardo, su segundo marido, y por su implicancia en el complot Babington. Se dice que Isabel sufrió muchísimo al firmar la Orden de Ejecución.
María fue decapitada el 8 de febrero de 1587 y murió como una mártir católica. Su muerte tuvo consecuencias importantes para el reinado de Isabel, pero eso lo veremos en los próximos capítulos.

A la muerte de Isabel, que murió sin hijos, la sucedió el hijo de María, Jacobo, que unificó Escocia e Inglaterra bajo la misma corona. De esta forma, la dinastía Tudor desaparecía y la Estuardo se preparaba para reinar sobre Inglaterra.

Tumba de María en la Abadía de Westminster donde la hizo colocar su hijo Jacobo luego de ser coronado rey de Inglaterra a la muerte de Isabel

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Lic. Diana Fubini

Bibliografía

Rex, Richard, Elizabeth I, Londres, Tempus, 2003
Lee, Stephen J., The reign of Elizabeth I 1558-1603, Routledge, 2007
Ridley, JasperThe Tudor age, Londres, Robinson, 2002
Weir, AlisonHenry VIII. King & court, Londres, Vintage, 2008

Imágenes extraídas de:


jueves, 16 de agosto de 2012

Jesuitas y Maestros de Santa Catalina (Córdoba)

Si me preguntaran ¿cuál es tu lugar en el mundo? No dudaría en responder: Capilla del Monte, Córdoba. En este lugar mágico donde desde hace más de 10 años pasamos con mi familia nuestras vacaciones de invierno, siempre encontramos un lugar nuevo para conocer. Así fue que la semana pasada nos dijimos “vamos a la Estancia Jesuítica Santa Catalina”, que fue declarada Museo Histórico Nacional en 1941 y Patrimonio Cultural de la Humanidad (UNESCO) en el año 2000.
A medida que avanzábamos por la polvorienta ruta de ripio al rayo del sol, desde la comodidad de mi auto, se me hacía difícil imaginar a aquellos primeros jesuitas atravesando esas desoladas e inconmensurables tierras de silencios eternos y olores a polvo y tierra. Esos valientes desafiando la prudencia y sin más ayuda que la de Dios, enfilaban por senderos abiertos por ellos mismos, enfrentando tanto aborígenes (no tan pacíficos) como todo tipo de animales y alimañas que jamás habían visto en su Europa natal. Pensé en los jesuitas Francisco de Angulo y Alonso de Barzana, que arribaron a Córdoba luego de ser recibidos en Santiago del Estero por el Obispo fray Francisco de Vitoria. Recordé que Barzana, conocedor de lenguas indígenas, en 1588 había llegado a las márgenes del río Salado. Se dice que este hombre cuando regresó a Cuzco, en 1598, murió “rodeado de sus amados indios, con olor a santidad”. Creo que un viaje tan agotador, a ciudades tan distantes, hoy sólo podría hacerse en avión.
En tanta inmensidad y desierto, las vocaciones religiosas no eran sólo masculinas, el historiador Maeder señala que “hubo comunidades religiosas femeninas en Córdoba […] los monasterios de Santa Catalina, fundado en 1613 y de carmelitas descalzas o Teresas, erigido en 1627. También reflexioné que en este paisaje árido que disfrutaba desde la ventana de mi vehículo, muchos jesuitas habían muerto violentamente. El Padre Romero en 1628 relataba que el Padre Roque había terminado de dar la misa cuando “dos indios con dos porras de piedra, llamadas itaizá, descargaron tan crueles golpes sobre la sagrada cabeza, que se la abrieron y derribaron muerto haciéndole añicos la cara y la cabeza con las porras”. La misma suerte corrió el Padre Alonso Rodríguez a quien “Le dieron tantos golpes en la mollera y cabeza con las porras de piedra que le derribaron muerto junto a la iglesia. Desnudaron a los santos de sus vestidos y al santo Padre Alonso le partieron la cintura. Arrastraron los santos cuerpos un buen trecho alrededor de la casa, y metidos en la iglesia les prendieron fuego”.
Mientras seguíamos recorriendo el zigzagueante camino de cornisas, yo continuaba absorta en mis pensamientos, que me llevaron a principios del siglo XVI cuando las “Reducciones” (“reducti” (llevados) porque los indios eran “llevados” a la fe cristiana”) funcionaban como aldeas. Allí los encomenderos cumplían las indicaciones de “evangelizar” a los indígenas impuestas desde la época de Felipe II: “He tenido por bien, hacer encargo especial a los Padres de la Compañía, […] que indefectiblemente mantengan escuelas en los pueblos y procuren que los indios hablen la lengua castellana”. Así, los jesuitas fundaron en 1599 sus colegios y residencias en Córdoba. En 1644 decía un sacerdote que en sus colegios “Se enseña a los niños la doctrina cristiana, predicándose con igual espíritu a negros, indios y españoles, en sus lenguas”.
Cuando finalmente llegamos cerca del mediodía, el sol en la Estancia de Santa Catalina era abrasador (no puedo imaginar lo que debe ser en verano). El silencio sólo era interrumpido por el graznido de algunas aves y por el ladrido de los perros. Por suerte estaba abierto el local que en 1622 funcionaba como ranchería de indígenas y esclavos devenida en una pulpería campestre, donde nos sirvieron las empanadas más ricas que comimos en toda Córdoba. El predio que ocupa Santa Catalina es grande y está muy bien cuidado, no me fue difícil imaginar allí a negros y aborígenes en sus quehaceres, junto a niños estudiando. Decía el jesuita José Cardiel a mediados del siglo XVII que, “En la crianza de los muchachos de uno y otro sexo se pone mucho cuidado, como lo ponen todas las Repúblicas bien ordenadas; pues de su educación depende todo el bienestar de la República […] Vienen a la escuela los hijos de los caciques, de los Cabildantes, de los músicos […] todos los cuales componen la nobleza del pueblo. Tienen sus maestros indios y aprenden a leer con notable destreza y leen la lengua extraña mejor que nosotros […] También hacen la letra harto buena, con tanta perfección que nos engañan ser de alguna bella imprenta”. Pero no sólo se aprendía a leer y escribir, en aquellas escuelas también enseñaban a tocar instrumentos y a cantar: “cantan con tal armonía, majestad y devoción, que enternecerá el corazón más duro”.
Estas tierras, donde se encuentra Santa Catalina, fueron otorgadas en 1584 a Don Miguel de Ardiles que se encontraba junto a Don Jerónimo Luís de Cabrera fundador de Córdoba. Cuando aquél murió, la propiedad pasó a manos de su hijo Miguel de Ardiles el Mozo que vendió las tierras a Luis Frassón, quien en 1622 las revendió a la Compañía de Jesús. La estancia estaba en pleno auge cuando se produjo la expulsión de los jesuitas, decretada por Carlos III en 1767. Entonces la Junta de Temporalidades se encargó de la administración de todos los bienes de la Compañía incluyendo esclavos, ganados y frutos. Todo el patrimonio de los jesuitas fue dilapidado por la incompetencia de algunos administradores, que a partir de 1767 tuvieron que empezar a venderlo. De esta manera, en 1774, Don Francisco Antonio Díaz, Alcalde Ordinario de primer voto compró Santa Catalina en una subasta promovida por la Junta de Temporalidades, y permanece hasta la actualidad en manos de sus descendientes que hoy ocupan varias habitaciones de la propiedad. Los actuales dueños cuentan con la labor de Marcelo, un guía que nos contó apasionadamente la historia de la Estancia Jesuítica mejor conservada de toda la Argentina desde 1622.
La iglesia de Santa Catalina con su fachada simétrica flanqueada por dos torres es de estilo barroco. Sigue el diseño de la iglesia Gesú de Roma del arquitecto Vignola, quien cumplimentó las exigencias formuladas en el Concilio de Trento (años 1545/1563): cuenta con una nave simple central y su planta es de cruz latina cuyo crucero remata en una cúpula con ventanas en la bóveda. A esta iglesia monumental se sumaron los claustros cercando patios, galerías, rancherías, huertas, depósitos, talleres y caballerizas.
Gracias a Marcelo supimos que fueron esclavos negros los que construyeron la Iglesia y la Casa, y que el gran retablo del altar mayor de madera y dorado a la hoja, donde se destaca un lienzo representativo de la santa patrona de la estancia, fue traído íntegramente de Europa. Entre otras pinturas que decoran los muros de la iglesia se lucen una imagen de vestir del Señor de la Humildad y la Paciencia y una talla policromada de un Cristo crucificado con rasgos claramente indígenas. Marcelo también nos mostró un pequeño espacio de la iglesia, al que sólo se puede entrar agachado, que era el lugar donde los jesuitas escondían sus cuadros e imágenes cuando había malones. En este escondite se encontró un túnel bajo tierra de aproximadamente 15km., por donde se supone que las misiones se conectaban entre sí, el cual lamentablemente se derrumbó hace algunos años.
Cuando terminamos el recorrido, Marcelo nos acompaño a la Escuela Gregoria Matorras, cruzando la polvorienta calle, donde fuimos recibidos por su Director y maestro que nos mostró el establecimiento que orgullosamente dirige. Quizá se pregunten ¿porqué comento esto? Porque quiero compartir con ustedes la emoción que sentí al ver que esta escuelita rural cuenta con un pequeño museo, nacido de la iniciativa de sus únicos dos maestros y de los niños que allí asisten desde jardín de infantes hasta terminar el ciclo primario. Este museo chiquito y maravilloso se realizó gracias a las donaciones de las familias de los alumnos y allí se pueden apreciar desde morteros de los comechingones hasta antiguos rayadores y muñecas antiguas. Como dije, esta escuela cuenta con tan sólo dos maestros: una “seño” que por la mañana es maestra y por la tarde policía, un maestro (y Director), y otra “seño” que además de mantener la escuela impecable, prepara para los chicos la comida y la merienda. Tal vez estos maestros maravillosos, que conocen lo que es el sacrificio, el esfuerzo y la entrega, tengan algo de aquellos maestros jesuitas que enseñaban lo que consideraban que era lo mejor para sus hermanos americanos y africanos, aún en medio de tantas dificultades (independientemente de que con ojos de hoy podamos criticarlos, pero esa es otra discusión).
Fue un honor para mí conocer a Marcelo, a los maestros y a los niños del Gregoria Matorras a quienes dedico este post, al igual que a todas esas personas que como ellos, trabajan silenciosamente, olvidados por los políticos de turno, haciendo de nuestra Argentina profunda un mejor lugar donde vivir. El año que viene visitaremos otra vez la escuela a la que llevaremos libros para hacer crecer su modesta biblioteca, junto con todo lo que podamos transportar.
Ahora ya lo sabés!
Lic. Alicia Di Gaetano
Bibliografía y fuentes
·         Bischoff, Efraín U. Historia de Córdoba, Buenos Aires, Plus Ultra, 1979
·         Busaniche,  José Luis, Lecturas de la Historia Argentina. Relatos de Contemporáneos 1527-1870, Buenos Aires, Solar, 1938.
·         Maeder, Ernesto J.A., “La Iglesia Diocesana: El clero secular y las órdenes religiosas” en Nueva Historia de la Nación Argentina, Período español (1600-1819) Tomo 2, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Planeta, 1999

jueves, 9 de agosto de 2012

Relatando a través del color. La Historia no se escribe sólo con la pluma sino también con el pincel


Siempre he creído que una obra de arte actúa como “ventana” al corazón del artista y al contexto y situación histórica del momento. Adentrándonos en el juego de colores y sombras, del trazado, de las imágenes y rostros, de los materiales utilizados, el creador trata de sumergirnos y comprometernos con ese mundo que quiere que observemos.

También pienso que nunca hay que dar nada por sentado en esta vida pero un recorrido por el Museo Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de Buenos Aires tendría que ser paso obligado de todos. Y es ahí donde se encuentra el cuadro imponente del maestro Ernesto de la Cárcova, Sin Pan y San Trabajo (1893) no sólo por sus colores sino también por el realismo de sus imágenes. Seguramente, el espectador que se pare frente a él sentirá que es envuelto por la escena, encontrándose en un sórdido escenario en donde aparecen sentados alrededor de una mesa, un matrimonio humilde que interactúa con el paisaje que se observa por la ventana.

Esta obra terminada en 1893, refleja la situación argentina de fines del siglo XIX donde el país y el Buenos Aires de aquel entonces experimentaban nuevos aires provenientes del exterior. La clase dirigente, bautizada  la “Generación del 80”, intentó  convertir al país en un modelo fiel a Europa. La moda, la cultura, la infraestructura, el trazado urbano, en fin, todo debía imitar al Viejo Continente. Ejemplo de ello fue que al artista en cuestión se le asignó como deber  la adquisición de obras de arte en Europa para el embellecimiento de la ciudad de Buenos Aires.

El proyecto político-económico que nos permitió incorporarnos en el ámbito internacional fue la aplicación del liberalismo en la política y del modelo agroexportador en la economía por el que proveíamos a los países de Europa carne y materia prima a cambio de capitales y productos manufacturados, adecuándose perfectamente con el positivismo de los ambientes político-culturales que apostaban al progreso y desarrollo del país.

Siguiendo los lineamientos planteados por Juan Bautista Alberdi en la Constitución de 1853 y respondiendo a este proyecto nacional de trabajo y población del territorio con mano de obra calificada se postuló el beneficio de traer al país brazos aptos para el trabajo de los países de Europa Occidental. Así, la Argentina se transformó, desde mediados del siglo XIX, en destino para aquellos que desearan emigrar al país en busca de nuevos horizontes. Si bien el flujo migratorio se inició en los años 50, tomó vigor a partir de los 80 bajo los anhelos e impulsos de la clase elite dirigente de “poblar el desierto” y civilizar el territorio. En palabras de dos historiadores argentinos, Carlos Alberto Floria y Cesar A. García Belsunce: “El censo de 1869 da la primera imagen de un cambio incipiente y el punto de comparación para el futuro. De allí en adelante, la radicación del inmigrante, la lucha contra el analfabetismo, el desarrollo del ferrocarril, el régimen de la tierra, la implantación de nuevas industrias, la aparición de la fábrica, el desarrollo de la agricultura y del campo alambrado, serán notas fundamentales de la metamorfosis de los años de transición.”[1] Este censo arrojó que un 12.1% de la población del país era extranjera y en Buenos Aires  representaba el 48%. Las otras provincias testigos del movimiento inmigratorio fueron Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Mendoza.

En la exposición del inmigrante que se realizó en el 2011 en Roma, en el imponente Monumento a Vittorio Emanuele II, figuran una serie de panfletos en donde se invitaba a los italianos que dejaban su patria a trasladarse a las provincias de Córdoba o Santa Fe. También se encontraba un gran anuncio donde se brindaba información de la Argentina asegurando que el clima era similar al napolitano. Así, una gran cantidad de inmigrantes provenientes en su mayoría de Italia y España, pero también de Francia, de Alemania  y algunos países del este, llegaron a nuestro país.

Esos años no sólo estuvieron signados por la inmigración sino también por el progresismo, la urbanización y el desarrollo de la industria. Sin embargo, la industrialización de las ciudades y la tecnificación del campo provocaron grandes movimientos migratorios hacia las zonas urbanas, transformándolas en una “olla a presión” debido al aumento poblacional en poco tiempo, careciendo las ciudades de la infraestructura necesaria para albergar semejante cantidad de habitantes.

Cabe destacar también que el advenimiento de estos grupos trajo al país no solamente brazos para el trabajo sino también nuevas ideas, para algunos, de índole revolucionaria, que se expresaron en la Primera Asociación Internacional de Trabajadores, en Londres, en 1864. Este “caldero de ideologías” provocó una serie de levantamientos de diversos sectores que llevó al Estado a aumentar su política represiva.  El escenario argentino se vio cada vez más invadido por huelgas generales, grandes movilizaciones obreras y publicaciones que incentivaban a la lucha por mejoras salariales y laborales para los trabajadores.  Estas primeras agrupaciones estuvieron formadas en un principio por obreros extranjeros, en especial, alemanes e italianos, aunque se sumaron a sus filas un gran número de pensadores e intelectuales argentinos.  La conciencia del trabajo, de la unión a través de los sindicatos, en definitiva del “ser obrero”, se plasmó en nuestro país con la creación en 1896 del Partido Socialista por el Dr. Juan Bautista Justo. Más adelante, se fundaría la Federación Obrera Argentina que reuniría a los principales gremios anarquistas y socialistas.

Así se encontraba nuestro país a fines del siglo XIX. El parecernos a Europa repercutió hasta en las artes ya que desde 1880 se llevó a cabo una intensa actividad para promoverlas. Muchos artistas viajaron a los países europeos, en especial a la Bella Italia, para completar su instrucción. Tomando el ejemplo de los grandes maestros, traían de regreso una mezcla de romanticismo,  neoclasicismo y naturalismo. Estos estudiantes se vieron también influenciados por Gustave Courbet, fundador y máximo representante de la escuela realista y activista del socialismo revolucionario, quien daba un tono social a sus obras.

Ernesto de la Cárcova, miembro de una familia acomodada y siguiendo los pasos de varios de sus colegas, viajó a París, Roma y Turín para completar su formación. Al regresar, se convirtió en el Director de la Academia Nacional de Bellas Artes en 1905 y fue fundador y primer Director de la Escuela Superior de Bellas Artes en 1923. Perteneciente al Grupo Boedo, se lo caracteriza por su temática social y su deseo de vinculares con los sectores populares y el movimiento obrero. Tal es así que en 1894 se incorporó al Centro Obrero Socialista.

Ese mismo año de la Cárcova expuso su obra Sin Pan y Sin Trabajo en el Segundo Salón de Pintura organizado por El Ateneo, grupo de intelectuales, políticos y letrados que en 1892 había dado vida a esta institución con la intención de promover las artes en el país.  Como el cuadro no fue pintado en Buenos Aires, sino en Turín, cuando el artista era alumno de la Academia Albertina, despertó una serie de debates en torno a la idea de que en realidad el pintor no plasmaba la realidad rioplatense, ya que se encontraba a un océano de distancia. Sin embargo, dicha obra resultó espejo fehaciente del contexto político-social argentino del momento.

Si el observador intentara encontrar palabras claves que clasifiquen la obra seguramente inundarían su mente aquellas como pobreza, miseria, impotencia, ira, angustia, desesperanza, entre otras. En ella un obrero interactúa con lo que sucede fuera de su casa y su mano empuñada refleja su  bronca, tal vez, con lo que observa: la policía montada que reprime una manifestación. Su mujer, desesperanzada, lo observa mientras amamanta a su hijo en brazos. No sabemos si se trata de un obrero criollo o inmigrante, de un socialista o anarquista, de un obrero que se mantiene fuera de la situación por falta de agallas o un extranjero que al no estar nacionalizado se mantiene al margen de la militancia política. En fin, los personajes están abiertos a la imaginación y libre interpretación del que observa. No están encasillados en un grupo de características sino que invitan a ser interpretados.  Vale destacar que en ese ambiente rústico se encuentran sobre la mesa, las herramientas, signo claro del desempleo y miseria que vivían los obreros en esos momentos de crisis. Si bien nuestro personaje se mantiene en su casa y su ira se manifiesta en su puño levantado, el inmigrante trajo consigo una experiencia de lucha que nuestros criollos desconocían y de los cuales aprendieron.

Las manchas de humedad en las paredes, la mesa rústica, la silla, la cesta de mimbre y el arcón que sirve de asiento a la mujer, completan la escena. Al ser una pintura realista, existe una gran expresividad en rasgos y gestos que se logra gracias a la perspectiva, el pasaje de claroscuros graduales y el modelado de los volúmenes. El dibujo demuestra la expresión desolada e impotente de los rostros de la pareja. El artista utilizó tonalidades bajas para intensificar el dramatismo de la escena, y la luz que entra a través de la ventana iluminando el rostro del hombre que mira hacia afuera, acentúa ese sentimiento de impotencia. El juego con las luces y las sombras acentúa lo sórdido de la imagen mientras que los reflejos de luz en la mesa vacía acentúan lo desolador y dramático del momento.

Ya el título del cuadro nos da una noción de la situación penosa del trabajador en aquellos días: Sin Pan y Sin Trabajo. Quitarle al hombre su alimento y su trabajo, es quitarle su esencia, su propio ser, su dignidad de ser humano, y de la Cárcova, a unos miles de kilómetros, lo reflejó de una manera realista, siendo buen conocedor del juego del trazado y del color. Sin Pan y Sin Trabajo es un capítulo de la historia argentina, escrito no con la pluma sino con el pincel.

Lic. Andrea Manfredi

Bibliografía:

-          Aproximaciones a la crítica y la historia del arte II en: <www.fundart.org.ar>

-          Ernesto de la Cárcova (Buenos Aires, 1866-1927) en: <www.buenosaires.gov.ar>

-          Floria, C. A. y C. A. García Belsunce, Historia de los Argentinos, Buenos Aires, Larousse, 2004, 2ed

-          Gache, Belén, Sin Pan y Sin Trabajo, de Ernesto de la Cárcova: la década del ’90 y la transformación del imaginario social. V Congreso Internacional de Semiótica Visual. Semiótica Visual: Teoría y Práctica. Siena, Italia, junio de 1998, en: <www.findelmundo.com.ar>

-          N° 142. Sin Pan y Sin Trabajo en: <www.agendadereflexion.com.ar > , 28 de diciembre de 2003

     - Imagen extraída de: www.elgrupoboedo.blogspot.com






[1] Floria, C. A. y C. A. García Belsunce, Historia de los Argentinos, Buenos Aires, Larousse, 2004, 2ed, p. 640

viernes, 3 de agosto de 2012

LA INGLATERRA DE GLORIANA – CAPITULO 1: EL ASCENSO



Ya escribí tanto sobre los Tudor que me da un poco de vergüenza volver a contar la historia de Enrique VIII pero para poder hablar de su hija Isabel es obligatorio. No puedo empezar su historia si no lo menciono previamente. Voy a resumir muy someramente los hechos hasta el nacimiento de Isabel pero si quisieran saber un poco más pueden leer “Seis bodas y cinco funerales”, donde me despacho con toda la vida de Enrique como se debe. Ahí va mi resumen:
Enrique VIII era el rey de Inglaterra y estaba casado con la española Catalina de Aragón con quien tenía una sola hija mujer, María Tudor. Enrique sin embargo quería un varón pero Catalina ya no podía darle hijos entonces decidió que quería divorciarse de Catalina y casarse con Ana Bolena, que lo tenía “hechizado” y que como era joven seguramente le daría varones. Obviamente la Iglesia Católica, o sea el Papa, le negó el divorcio, entonces Enrique creó una Iglesia propia, con él a la cabeza, se divorció y se casó nuevamente.
De su matrimonio con Bolena nació Isabel pero ni noticias de algún varón. Entonces Enrique decidió deshacerse de Ana y tras un juicio bastante dudoso, la hizo decapitar. Isabel tenía apenas 2 años. El rey se casó por tercera vez con Jane Seymour y finalmente nació el tan preciado varón, Eduardo. Ahora podemos seguir con nuestra protagonista:
Cuando nació Isabel, su hermana mayor, María fue declarada bastarda por Enrique, pero cuando nació Eduardo, Isabel acompañó a María en la lista de hijas bastardas. Esto quiere decir que ni María ni Isabel podían heredar la corona. Cuando un rey tenía hijos extramatrimoniales, cosa que era muy común, estos llevaban el título de “hijo del rey”, pero bajo ningún concepto significaba que tuvieran algún derecho a la corona. De esta manera las dos hijas del rey pasaron a ser: Lady Mary y Lady Elizabeth, the king’s daughters (“hijas del rey”).
Cuando murió Enrique obviamente lo sucedió en el trono el príncipe Eduardo pero por suerte para María e Isabel, Enrique, tiempo antes, había entrado en razón y mediante un acta las había restaurado en la línea sucesoria al trono, sin embargo lo que nunca se solucionó fue el tema de la bastardización, o sea que, si bien se convertían en herederas, eran todavía consideradas legalmente bastardas, porque supuestamente no habían sido hijas de reinas, aunque Catalina y Ana Bolena sí lo habían sido. En fin, Enrique no se caracterizó nunca por comportarse de manera coherente.
Durante su niñez, Isabel y María vivieron en las afueras de la ciudad, en diferentes palacetes, como era la costumbre. En general tenían un séquito de sirvientes y se movían cada unos cuantos meses de palacio en palacio, pues les cuento que en esa época la limpieza de las casas no era como hoy en día, no existían los baños y la higiene personal dejaba mucho que desear, por eso cada tanto se tenía que deshabitar por completo la casa para que se pudiera limpiar y volver a condiciones vivibles.
Isabel recibió durante todos estos años la educación típica de una princesa, y se benefició con las nuevas corrientes renacentistas, por lo cual tanto ella como su hermana sabían hablar varios idiomas, conocían sobre filosofía y religión, podían traducir textos del griego y del latín y eran finas bailarinas y cantantes, entre muchas otras cosas. Esta educación no tenía otro fin más que convertirlas en un buen partido para casarse con algún príncipe de un Estado vecino. Pero, como les contaba, si bien fueron educadas bajo los más altos estándares de la época a pedido de Enrique, el hecho de que fueran consideradas bastardas hizo que ningún otro Estado las considerara seriamente para un enlace de matrimonio. Visto en perspectiva y una vez que termine de contarles la historia de Isabel, se puede decir que Enrique realmente arruinó la vida de sus dos hijas, por lo menos en cuanto a lo afectivo se refiere. No les voy a adelantar la vida de Isabel pero puedo contarles que María no se casó sino hasta tener casi cuarenta años, su marido nunca la amó y murió sola y sin hijos. (Pueden leer: Princesa, bastarda y reina – la vida de Bloody Mary)
Como les decía entonces, el príncipe Eduardo, menor que Isabel y María, se convirtió muy joven en rey de Inglaterra, sin embargo era un niño muy vulnerable y murió a los 15 años de tuberculosis pero antes de eso arregló la sucesión de su trono. Recordemos que Enrique VIII había restaurado a sus dos hijas a la sucesión en el siguiente orden, primero María y luego Isabel cosa que Eduardo sabía perfectamente, sin embargo había un problema a tener en cuenta. Si recuerdan, Enrique, para casarse con Ana Bolena había creado una Iglesia propia separándose de la Iglesia Católica, por tanto Isabel y Eduardo, sus hijos menores, habían crecido bajo esa nueva religión, por el momento muy cercana al protestantismo, pero por el contrario María, su hija mayor, era una católica recalcitrante. Entonces ¿Cuál era el problema que se le presentaba a Eduardo al momento de ceder su corona? Muy simple: que heredara María y que quisiera restaurar la religión católica en Inglaterra. Para evitar eso el joven rey le quitó a su hermana el derecho de heredar y por tanto, aunque Isabel era protestante como él, tuvo que hacer lo mismo con ella. Nombró en cambio como heredera a Lady Jane Grey que por vía sanguínea era la más cercana al trono y que fue llamada la “reina de los 9 días” porque María no se dejó amedrentar y con ayuda de un grupo de nobles del norte le quitó el trono y tiempo después la hizo decapitar por traición.
Ahora, María Tudor, la hija mayor de Enrique, era reina de Inglaterra y como bien temía Eduardo, lo primero que hizo fue reinstaurar la religión católica como la oficial. ¿Qué quería decir esto? Que toda otra religión era considerada herética, y ¿Qué les pasaba a los herejes? Morían en las hogueras.
María fue conocida como “Bloody Mary” o la “Reina sangrienta” porque hizo perseguir y quemar vivos a cientos de herejes. Pensemos que en pocos años el pueblo inglés había pasado de ser católico a protestante y luego a católico una vez más. Era difícil amoldarse a los caprichos reales en tan poco tiempo y por eso los “herejes” morían.
Volvamos entonces con Isabel que al fin y al cabo es nuestra protagonista. Les conté que Isabel, como hija del segundo matrimonio de Enrique, había sido educada en la nueva religión. Viajemos entonces en el tiempo e intentemos imaginar la situación de Isabel. María reinaba en una nación que se convertía al catolicismo a la fuerza, los herejes eran perseguidos y quemados sin vacilaciones y en medio de esa revolución nuestra princesa no sólo era anticatólica sino que además era la heredera al trono. Cuál era el problema, pensarán ustedes, si María podía procrear un heredero y terminado el problema. Bueno, no era tan fácil. María no se había casado, justamente porque al ser supuestamente “bastarda” no le había servido a ningún príncipe o rey vecino como alianza política y por eso había pasado toda su vida en soledad. Cuando tomó el trono tenía 37 años, y en esas épocas una mujer de esa edad era considerada mayor y por supuesto estéril. María sin embargo logró casarse con el heredero español Felipe II pero su matrimonio fue infeliz. Por otra parte, Isabel,  mujer inteligente y astuta, bien imaginaba que María seguramente nunca tendría hijos y de morir así, ella heredaría. El problema yacía en que era vox populi que ella no era católica, y como le pasó a Eduardo, María se negaba rotundamente a que su hermana heredara y restaurara una vez más la nueva religión. Una de las cuestiones más complicadas era el tema de la Misa que para María era lo más importante en este mundo y que para los protestantes era herejía. Isabel entonces se encontró en un brete, pero hábil como era, decidió salvar su pellejo y comenzó a asistir a Misa diariamente (a veces hasta dos veces) con el único objetivo de preservar su vida y su lugar en el reino. Pero María era una inteligente mujer también ella y a pesar de las apariencias, la duda de la “conversión” de Isabel estaba siempre latente. Sin embargo, nuestra protagonista, se mantuvo firme y, quien sabe con qué pensamientos muy dentro suyo, asistió a Misa durante años.
Otro problema latente para Isabel era que ella se había convertido “sucesoriamente” en la enemiga natural de María. Pensemos juntos: pasaban los años y María no podía procrear, su marido era español y estaba a punto de heredar su corona y por eso la visitó sólo dos veces en lo que duró el matrimonio, por tanto parecía imposible que ella quedara embarazada, a esto se sumaba que los grupos opositores, en general protestantes, crecían producto de la persecución a los herejes. En medio de todo este embrollo político y religioso, estaba Isabel, la heredera directa al trono, joven, hermosa y por sobretodo fértil. María vivía con la espada de Damocles pendiendo de un hilo sobre su cabeza, ella era una mujer mayor y seca por dentro y su hermana por el contrario brillaba en la corte. Lo único que podía dificultar la posición de Isabel era una sospecha de traición y esta no se hizo esperar.
Cuando María se casó con el católico Felipe II (futuro rey español) algunos aristócratas ingleses, en su mayoría protestantes, comenzaron a complotar en su contra y pusieron su atención obviamente en Isabel. Lamentablemente para ellos su avance hacia Londres fue frenado por la reina y el protagonista del levantamiento, el Duque de Suffolk, al ser interrogado confesó que el plan consistía en bajar a María y coronar a Isabel. Los cuestionamientos siguieron durante días y a pesar de que no pudieron comprobar la implicancia de la princesa en el complot (y de hecho ella no había participado) Isabel fue igualmente llamada a Londres y encerrada en la Torre, donde se tenía a los traidores. Finalmente, después de un tiempo considerable de encierro se dio una situación de esas que considero hasta novelescas, donde la realidad le gana a la ficción. Uno de los implicados exoneró a Isabel de toda culpa en su discurso mientras yacía en el cadalso a punto de ser decapitado. En esa época los testimonios de las personas que estaban a punto de morir eran considerados casi como verdades del Evangelio y por eso al poco tiempo Isabel fue liberada y puesta bajo el cuidado o mejor dicho custodia de un Sir fiel a María y allí vivió durante un tiempo. Se dice que Isabel le hizo la vida imposible a este hombre y que él sabiendo que ella algún podría heredar pasó los momentos más incómodos de su vida teniendo presa en su casa a una princesa real.
Pero al fin y al cabo fue el tiempo lo que terminó por acomodar las cosas.
En abril de 1555 María llamó a Isabel a Londres para que presenciara su parto, que nunca llegó, era una falsa alarma o las ganas desmedida de la reina de quedar embarazada. En 1557 fue convocada nuevamente por la misma razón pero este niño tampoco llegó porque lo que tenía María era un tumor que le hinchó el vientre y le provocó la muerte. Su marido Felipe se había ido hace tiempo a recibir su corona a España y por tanto para Isabel ya no quedaba más que esperar, las circunstancias se ponían de su lado y ya no necesitaba participar de complots, ya había aprendido la lección.
María finalmente comprendió que le esperaba la muerte y tuvo una última charla con Isabel porque aparentemente, y provocando mucha oposición de los ultra católicos que la apoyaban, había aceptado que la heredera natural era su hermana. María le pidió a Isabel que no les negara a sus súbditos la Misa y el amor de la Virgen María a lo que Isabel, sabiéndose finalmente vencedora, le respondió muy diplomáticamente que ella haría sólo lo que su corazón le dictara. Al fin y al cabo Isabel no había dejado de ser protestante y no cambiaría ahora.
El 17 de noviembre de 1558 murió María producto del cáncer. Su consejo real declaró a Isabel reina de Inglaterra y fueron enviados mensajeros a su palacete en Hatfield donde fue informada de las novedades. El 28 de noviembre entró la magnífica Isabel a Londres y el 15 de enero fue coronada en la Abadía de Westminster.
Iniciaba la Era Dorada, la Inglaterra de Gloriana.
CONTINUARÁ…

Lic. Diana Fubini

Rex, Richard, Elizabeth I, Londres, Tempus, 2003