jueves, 16 de agosto de 2012

Jesuitas y Maestros de Santa Catalina (Córdoba)

Si me preguntaran ¿cuál es tu lugar en el mundo? No dudaría en responder: Capilla del Monte, Córdoba. En este lugar mágico donde desde hace más de 10 años pasamos con mi familia nuestras vacaciones de invierno, siempre encontramos un lugar nuevo para conocer. Así fue que la semana pasada nos dijimos “vamos a la Estancia Jesuítica Santa Catalina”, que fue declarada Museo Histórico Nacional en 1941 y Patrimonio Cultural de la Humanidad (UNESCO) en el año 2000.
A medida que avanzábamos por la polvorienta ruta de ripio al rayo del sol, desde la comodidad de mi auto, se me hacía difícil imaginar a aquellos primeros jesuitas atravesando esas desoladas e inconmensurables tierras de silencios eternos y olores a polvo y tierra. Esos valientes desafiando la prudencia y sin más ayuda que la de Dios, enfilaban por senderos abiertos por ellos mismos, enfrentando tanto aborígenes (no tan pacíficos) como todo tipo de animales y alimañas que jamás habían visto en su Europa natal. Pensé en los jesuitas Francisco de Angulo y Alonso de Barzana, que arribaron a Córdoba luego de ser recibidos en Santiago del Estero por el Obispo fray Francisco de Vitoria. Recordé que Barzana, conocedor de lenguas indígenas, en 1588 había llegado a las márgenes del río Salado. Se dice que este hombre cuando regresó a Cuzco, en 1598, murió “rodeado de sus amados indios, con olor a santidad”. Creo que un viaje tan agotador, a ciudades tan distantes, hoy sólo podría hacerse en avión.
En tanta inmensidad y desierto, las vocaciones religiosas no eran sólo masculinas, el historiador Maeder señala que “hubo comunidades religiosas femeninas en Córdoba […] los monasterios de Santa Catalina, fundado en 1613 y de carmelitas descalzas o Teresas, erigido en 1627. También reflexioné que en este paisaje árido que disfrutaba desde la ventana de mi vehículo, muchos jesuitas habían muerto violentamente. El Padre Romero en 1628 relataba que el Padre Roque había terminado de dar la misa cuando “dos indios con dos porras de piedra, llamadas itaizá, descargaron tan crueles golpes sobre la sagrada cabeza, que se la abrieron y derribaron muerto haciéndole añicos la cara y la cabeza con las porras”. La misma suerte corrió el Padre Alonso Rodríguez a quien “Le dieron tantos golpes en la mollera y cabeza con las porras de piedra que le derribaron muerto junto a la iglesia. Desnudaron a los santos de sus vestidos y al santo Padre Alonso le partieron la cintura. Arrastraron los santos cuerpos un buen trecho alrededor de la casa, y metidos en la iglesia les prendieron fuego”.
Mientras seguíamos recorriendo el zigzagueante camino de cornisas, yo continuaba absorta en mis pensamientos, que me llevaron a principios del siglo XVI cuando las “Reducciones” (“reducti” (llevados) porque los indios eran “llevados” a la fe cristiana”) funcionaban como aldeas. Allí los encomenderos cumplían las indicaciones de “evangelizar” a los indígenas impuestas desde la época de Felipe II: “He tenido por bien, hacer encargo especial a los Padres de la Compañía, […] que indefectiblemente mantengan escuelas en los pueblos y procuren que los indios hablen la lengua castellana”. Así, los jesuitas fundaron en 1599 sus colegios y residencias en Córdoba. En 1644 decía un sacerdote que en sus colegios “Se enseña a los niños la doctrina cristiana, predicándose con igual espíritu a negros, indios y españoles, en sus lenguas”.
Cuando finalmente llegamos cerca del mediodía, el sol en la Estancia de Santa Catalina era abrasador (no puedo imaginar lo que debe ser en verano). El silencio sólo era interrumpido por el graznido de algunas aves y por el ladrido de los perros. Por suerte estaba abierto el local que en 1622 funcionaba como ranchería de indígenas y esclavos devenida en una pulpería campestre, donde nos sirvieron las empanadas más ricas que comimos en toda Córdoba. El predio que ocupa Santa Catalina es grande y está muy bien cuidado, no me fue difícil imaginar allí a negros y aborígenes en sus quehaceres, junto a niños estudiando. Decía el jesuita José Cardiel a mediados del siglo XVII que, “En la crianza de los muchachos de uno y otro sexo se pone mucho cuidado, como lo ponen todas las Repúblicas bien ordenadas; pues de su educación depende todo el bienestar de la República […] Vienen a la escuela los hijos de los caciques, de los Cabildantes, de los músicos […] todos los cuales componen la nobleza del pueblo. Tienen sus maestros indios y aprenden a leer con notable destreza y leen la lengua extraña mejor que nosotros […] También hacen la letra harto buena, con tanta perfección que nos engañan ser de alguna bella imprenta”. Pero no sólo se aprendía a leer y escribir, en aquellas escuelas también enseñaban a tocar instrumentos y a cantar: “cantan con tal armonía, majestad y devoción, que enternecerá el corazón más duro”.
Estas tierras, donde se encuentra Santa Catalina, fueron otorgadas en 1584 a Don Miguel de Ardiles que se encontraba junto a Don Jerónimo Luís de Cabrera fundador de Córdoba. Cuando aquél murió, la propiedad pasó a manos de su hijo Miguel de Ardiles el Mozo que vendió las tierras a Luis Frassón, quien en 1622 las revendió a la Compañía de Jesús. La estancia estaba en pleno auge cuando se produjo la expulsión de los jesuitas, decretada por Carlos III en 1767. Entonces la Junta de Temporalidades se encargó de la administración de todos los bienes de la Compañía incluyendo esclavos, ganados y frutos. Todo el patrimonio de los jesuitas fue dilapidado por la incompetencia de algunos administradores, que a partir de 1767 tuvieron que empezar a venderlo. De esta manera, en 1774, Don Francisco Antonio Díaz, Alcalde Ordinario de primer voto compró Santa Catalina en una subasta promovida por la Junta de Temporalidades, y permanece hasta la actualidad en manos de sus descendientes que hoy ocupan varias habitaciones de la propiedad. Los actuales dueños cuentan con la labor de Marcelo, un guía que nos contó apasionadamente la historia de la Estancia Jesuítica mejor conservada de toda la Argentina desde 1622.
La iglesia de Santa Catalina con su fachada simétrica flanqueada por dos torres es de estilo barroco. Sigue el diseño de la iglesia Gesú de Roma del arquitecto Vignola, quien cumplimentó las exigencias formuladas en el Concilio de Trento (años 1545/1563): cuenta con una nave simple central y su planta es de cruz latina cuyo crucero remata en una cúpula con ventanas en la bóveda. A esta iglesia monumental se sumaron los claustros cercando patios, galerías, rancherías, huertas, depósitos, talleres y caballerizas.
Gracias a Marcelo supimos que fueron esclavos negros los que construyeron la Iglesia y la Casa, y que el gran retablo del altar mayor de madera y dorado a la hoja, donde se destaca un lienzo representativo de la santa patrona de la estancia, fue traído íntegramente de Europa. Entre otras pinturas que decoran los muros de la iglesia se lucen una imagen de vestir del Señor de la Humildad y la Paciencia y una talla policromada de un Cristo crucificado con rasgos claramente indígenas. Marcelo también nos mostró un pequeño espacio de la iglesia, al que sólo se puede entrar agachado, que era el lugar donde los jesuitas escondían sus cuadros e imágenes cuando había malones. En este escondite se encontró un túnel bajo tierra de aproximadamente 15km., por donde se supone que las misiones se conectaban entre sí, el cual lamentablemente se derrumbó hace algunos años.
Cuando terminamos el recorrido, Marcelo nos acompaño a la Escuela Gregoria Matorras, cruzando la polvorienta calle, donde fuimos recibidos por su Director y maestro que nos mostró el establecimiento que orgullosamente dirige. Quizá se pregunten ¿porqué comento esto? Porque quiero compartir con ustedes la emoción que sentí al ver que esta escuelita rural cuenta con un pequeño museo, nacido de la iniciativa de sus únicos dos maestros y de los niños que allí asisten desde jardín de infantes hasta terminar el ciclo primario. Este museo chiquito y maravilloso se realizó gracias a las donaciones de las familias de los alumnos y allí se pueden apreciar desde morteros de los comechingones hasta antiguos rayadores y muñecas antiguas. Como dije, esta escuela cuenta con tan sólo dos maestros: una “seño” que por la mañana es maestra y por la tarde policía, un maestro (y Director), y otra “seño” que además de mantener la escuela impecable, prepara para los chicos la comida y la merienda. Tal vez estos maestros maravillosos, que conocen lo que es el sacrificio, el esfuerzo y la entrega, tengan algo de aquellos maestros jesuitas que enseñaban lo que consideraban que era lo mejor para sus hermanos americanos y africanos, aún en medio de tantas dificultades (independientemente de que con ojos de hoy podamos criticarlos, pero esa es otra discusión).
Fue un honor para mí conocer a Marcelo, a los maestros y a los niños del Gregoria Matorras a quienes dedico este post, al igual que a todas esas personas que como ellos, trabajan silenciosamente, olvidados por los políticos de turno, haciendo de nuestra Argentina profunda un mejor lugar donde vivir. El año que viene visitaremos otra vez la escuela a la que llevaremos libros para hacer crecer su modesta biblioteca, junto con todo lo que podamos transportar.
Ahora ya lo sabés!
Lic. Alicia Di Gaetano
Bibliografía y fuentes
·         Bischoff, Efraín U. Historia de Córdoba, Buenos Aires, Plus Ultra, 1979
·         Busaniche,  José Luis, Lecturas de la Historia Argentina. Relatos de Contemporáneos 1527-1870, Buenos Aires, Solar, 1938.
·         Maeder, Ernesto J.A., “La Iglesia Diocesana: El clero secular y las órdenes religiosas” en Nueva Historia de la Nación Argentina, Período español (1600-1819) Tomo 2, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Planeta, 1999

6 comentarios:

  1. Realmente sorprende que 400 años atras estos Jesuitas construyeron algo tan hermoso en el medio de la Nada.
    Y lo mas Importante, actualmente, es el trabajo de esos Maestros y Alumnos en lugares de dificil Acceso, muchas veces olvidados y Marginados pero que verdaderamente todos los dias convierten a nuestro país en una verdadera Patria Grande

    Marcelo


    Una vez mas Excelente

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    1. Gracias Marcelo por tu comentario. Justamente por la belleza de la Estancia Jesuítica Santa Catalina y por lo bien cuidada que está, mereció ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
      En cuanto a los Maestros y Alumnos (con MAYUSCULAS como vos lo escribís)son un claro ejemplo de lo que se puede hacer por nuestros niños en todos los rincones de nuestra Hermosa Argentina.
      Saludos
      Alicia

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    2. Marcelo, te consulto si tenes datos del túnel de la estancia de Santa Catalina, en Cordoba. En Jesús Maria me informaron que tu conoces el trayecto del túnel que une las estancia de Santa Catalina y Jesús Maria. Por favor, si tenes datos certeros dek trayecto del Tunel o contactos en Jesús Maria que puedan darme datos, te agradecería me escribas un email a: mm_gonza@yahoo.com.ar

      Un cordial saludo

      Mariano Gonzalez Diaz

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  2. Muy linda redaccion y hermoso los trabajos que hacen los chicos en su escuela!

    Saludos,
    Clara.

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    1. Si Clara, es maravilloso el trabajo que realizan los chicos y sus dedicados maestros, tendrías que ver con qué orgullo nos mostraron la biblioteca, el comedor, el museo ... Por eso no podía dejar de escribir sobre el tema. Te agradezco muchisimo tu comentario.
      Saludos,
      Alicia

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  3. Muy interesante lo del túnel de la estancia Santa Catalina. Alguien sabe hacia dónde iba...porque 15 km es una distancia larga y encima por debajo del terreno de la estancia.
    Si alguien tiene algún dato, por favor avísenme a mi correo: mm_gonza@yahoo.com.ar
    Gracias
    Mariano Gonzalez Diaz

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