Siempre he
creído que una obra de arte actúa como “ventana” al corazón del artista y al
contexto y situación histórica del momento. Adentrándonos en el juego de
colores y sombras, del trazado, de las imágenes y rostros, de los materiales
utilizados, el creador trata de sumergirnos y comprometernos con ese mundo que
quiere que observemos.
También pienso
que nunca hay que dar nada por sentado en esta vida pero un recorrido por el
Museo Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de Buenos Aires tendría que ser
paso obligado de todos. Y es ahí donde se encuentra el cuadro imponente del
maestro Ernesto de la Cárcova, Sin Pan y
San Trabajo (1893) no sólo por sus colores sino también por el realismo de
sus imágenes. Seguramente, el espectador que se pare frente a él sentirá que es
envuelto por la escena, encontrándose en un sórdido escenario en donde aparecen
sentados alrededor de una mesa, un matrimonio humilde que interactúa con el
paisaje que se observa por la ventana.
Esta obra
terminada en 1893, refleja la situación argentina de fines del siglo XIX donde
el país y el Buenos Aires de aquel entonces experimentaban nuevos aires
provenientes del exterior. La clase dirigente, bautizada la “Generación del 80”, intentó convertir al país en un modelo fiel a Europa.
La moda, la cultura, la infraestructura, el trazado urbano, en fin, todo debía
imitar al Viejo Continente. Ejemplo de ello fue que al artista en cuestión se
le asignó como deber la adquisición de obras de
arte en Europa para el embellecimiento de la ciudad de Buenos Aires.
El proyecto
político-económico que nos permitió incorporarnos en el ámbito internacional
fue la aplicación del liberalismo en la política y del modelo agroexportador en
la economía por el que proveíamos a los países de Europa carne y materia prima
a cambio de capitales y productos manufacturados, adecuándose perfectamente con
el positivismo de los ambientes político-culturales que apostaban al progreso y
desarrollo del país.
Siguiendo los
lineamientos planteados por Juan Bautista Alberdi en la Constitución de 1853 y
respondiendo a este proyecto nacional de trabajo y población del territorio con
mano de obra calificada se postuló el beneficio de traer al país brazos aptos
para el trabajo de los países de Europa Occidental. Así, la Argentina se
transformó, desde mediados del siglo XIX, en destino para aquellos que desearan
emigrar al país en busca de nuevos horizontes. Si bien el flujo migratorio se
inició en los años 50, tomó vigor a partir de los 80 bajo los anhelos e
impulsos de la clase elite dirigente de “poblar el desierto” y civilizar el
territorio. En palabras de dos historiadores argentinos, Carlos Alberto Floria
y Cesar A. García Belsunce: “El censo de
1869 da la primera imagen de un cambio incipiente y el punto de comparación
para el futuro. De allí en adelante, la radicación del inmigrante, la lucha
contra el analfabetismo, el desarrollo del ferrocarril, el régimen de la tierra,
la implantación de nuevas industrias, la aparición de la fábrica, el desarrollo
de la agricultura y del campo alambrado, serán notas fundamentales de la
metamorfosis de los años de transición.”[1] Este censo arrojó que un 12.1% de la
población del país era extranjera y en Buenos Aires representaba el 48%. Las otras provincias
testigos del movimiento inmigratorio fueron Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y
Mendoza.
En la exposición
del inmigrante que se realizó en el 2011 en Roma, en el imponente Monumento a Vittorio
Emanuele II, figuran una serie de panfletos en donde se invitaba a los
italianos que dejaban su patria a trasladarse a las provincias de Córdoba o
Santa Fe. También se encontraba un gran anuncio donde se brindaba información
de la Argentina asegurando que el clima era similar al napolitano. Así, una
gran cantidad de inmigrantes provenientes en su mayoría de Italia y España,
pero también de Francia, de Alemania y
algunos países del este, llegaron a nuestro país.
Esos años no
sólo estuvieron signados por la inmigración sino también por el progresismo, la
urbanización y el desarrollo de la industria. Sin embargo, la industrialización
de las ciudades y la tecnificación del campo provocaron grandes movimientos migratorios
hacia las zonas urbanas, transformándolas en una “olla a presión” debido al
aumento poblacional en poco tiempo, careciendo las ciudades de la
infraestructura necesaria para albergar semejante cantidad de habitantes.
Cabe destacar
también que el advenimiento de estos grupos trajo al país no solamente brazos
para el trabajo sino también nuevas ideas, para algunos, de índole
revolucionaria, que se expresaron en la Primera Asociación Internacional de
Trabajadores, en Londres, en 1864. Este “caldero de ideologías” provocó una
serie de levantamientos de diversos sectores que llevó al Estado a aumentar su
política represiva. El escenario
argentino se vio cada vez más invadido por huelgas generales, grandes
movilizaciones obreras y publicaciones que incentivaban a la lucha por mejoras
salariales y laborales para los trabajadores. Estas primeras agrupaciones estuvieron
formadas en un principio por obreros extranjeros, en especial, alemanes e
italianos, aunque se sumaron a sus filas un gran número de pensadores e
intelectuales argentinos. La conciencia
del trabajo, de la unión a través de los sindicatos, en definitiva del “ser
obrero”, se plasmó en nuestro país con la creación en 1896 del Partido
Socialista por el Dr. Juan Bautista Justo. Más adelante, se fundaría la
Federación Obrera Argentina que reuniría a los principales gremios anarquistas
y socialistas.
Así se encontraba nuestro país a fines del siglo
XIX. El parecernos a Europa repercutió hasta en las artes ya que desde
1880 se llevó a cabo una intensa actividad para promoverlas. Muchos artistas
viajaron a los países europeos, en especial a la Bella Italia, para completar su instrucción. Tomando el ejemplo de
los grandes maestros, traían de regreso una mezcla de romanticismo, neoclasicismo y naturalismo. Estos estudiantes
se vieron también influenciados por Gustave Courbet, fundador y máximo representante de la escuela
realista y activista del socialismo revolucionario, quien daba un tono social a sus obras.
Ernesto de la
Cárcova, miembro de una familia acomodada y siguiendo los pasos de varios de
sus colegas, viajó a París, Roma y Turín para completar su formación. Al
regresar, se convirtió en el Director de la Academia Nacional de Bellas Artes
en 1905 y fue fundador y primer Director de la Escuela Superior de Bellas Artes
en 1923. Perteneciente al Grupo Boedo, se lo caracteriza por su temática social
y su deseo de vinculares con los sectores populares y el movimiento obrero. Tal
es así que en 1894 se incorporó al Centro Obrero Socialista.
Ese mismo año
de la Cárcova expuso su obra Sin Pan y
Sin Trabajo en el Segundo Salón de Pintura organizado por El Ateneo, grupo
de intelectuales, políticos y letrados que en 1892 había dado vida a esta
institución con la intención de promover las artes en el país. Como el cuadro no fue pintado en Buenos
Aires, sino en Turín, cuando el artista era alumno de la Academia Albertina,
despertó una serie de debates en torno a la idea de que en realidad el pintor
no plasmaba la realidad rioplatense, ya que se encontraba a un océano de
distancia. Sin embargo, dicha obra resultó espejo fehaciente del contexto
político-social argentino del momento.
Si el
observador intentara encontrar palabras claves que clasifiquen la obra seguramente
inundarían su mente aquellas como pobreza, miseria, impotencia, ira, angustia,
desesperanza, entre otras. En ella un obrero interactúa con lo que sucede fuera
de su casa y su mano empuñada refleja su bronca, tal vez, con lo que observa: la
policía montada que reprime una manifestación. Su mujer, desesperanzada, lo
observa mientras amamanta a su hijo en brazos. No sabemos si se trata de un
obrero criollo o inmigrante, de un socialista o anarquista, de un obrero que se
mantiene fuera de la situación por falta de agallas o un extranjero que al no
estar nacionalizado se mantiene al margen de la militancia política. En fin,
los personajes están abiertos a la imaginación y libre interpretación del que
observa. No están encasillados en un grupo de
características sino que invitan a ser interpretados. Vale destacar que en ese ambiente rústico se
encuentran sobre la mesa, las herramientas, signo claro del desempleo y miseria
que vivían los obreros en esos momentos de crisis. Si bien nuestro personaje se
mantiene en su casa y su ira se manifiesta en su puño levantado, el inmigrante
trajo consigo una experiencia de lucha que nuestros criollos desconocían y de
los cuales aprendieron.
Las manchas
de humedad en las paredes, la mesa rústica, la silla, la cesta de mimbre y el
arcón que sirve de asiento a la mujer, completan la escena. Al ser una pintura
realista, existe una gran expresividad en rasgos y gestos que se logra gracias
a la perspectiva, el pasaje de claroscuros graduales y el modelado de los
volúmenes. El dibujo demuestra la expresión desolada e impotente de los rostros
de la pareja. El artista utilizó tonalidades bajas para intensificar el dramatismo de la escena, y la luz que entra a través de
la ventana iluminando el rostro del hombre que mira hacia afuera, acentúa ese
sentimiento de impotencia. El juego con las luces y las sombras acentúa lo
sórdido de la imagen mientras que los reflejos de luz en la mesa vacía acentúan
lo desolador y dramático del momento.
Ya el título
del cuadro nos da una noción de la situación penosa del trabajador en aquellos
días: Sin Pan y Sin Trabajo. Quitarle
al hombre su alimento y su trabajo, es quitarle su esencia, su propio ser, su
dignidad de ser humano, y de la Cárcova, a unos miles de kilómetros, lo reflejó
de una manera realista, siendo buen conocedor del juego del trazado y del
color. Sin Pan y Sin Trabajo es un
capítulo de la historia argentina, escrito no con la pluma sino con el pincel.
Lic. Andrea
Manfredi
Bibliografía:
-
Aproximaciones a la crítica y la
historia del arte II en: <www.fundart.org.ar>
-
Ernesto de la Cárcova (Buenos
Aires, 1866-1927) en: <www.buenosaires.gov.ar>
-
Floria, C. A. y C. A. García
Belsunce, Historia de los Argentinos,
Buenos Aires, Larousse, 2004, 2ed
-
Gache, Belén, Sin Pan y Sin Trabajo, de Ernesto de la Cárcova: la
década del ’90 y la transformación del imaginario social. V Congreso
Internacional de Semiótica Visual. Semiótica Visual: Teoría y Práctica. Siena,
Italia, junio de 1998, en: <www.findelmundo.com.ar>
[1]
Floria, C. A. y C. A. García Belsunce, Historia de los Argentinos, Buenos
Aires, Larousse, 2004, 2ed, p. 640
Te recomiendo el libro de Laura Malosetti Cosa Los Primeros modernos. En el capitulo 8 hace un análisis muy interesante de esta obra que sería muy enriquecedor para tu post. saludos!
ResponderEliminarMuchas gracias! Lo tendré en cuenta! Me resulta apasionante analizar la historia a través de las obras de arte por lo que todo dato es bienvenido!
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