jueves, 9 de agosto de 2012

Relatando a través del color. La Historia no se escribe sólo con la pluma sino también con el pincel


Siempre he creído que una obra de arte actúa como “ventana” al corazón del artista y al contexto y situación histórica del momento. Adentrándonos en el juego de colores y sombras, del trazado, de las imágenes y rostros, de los materiales utilizados, el creador trata de sumergirnos y comprometernos con ese mundo que quiere que observemos.

También pienso que nunca hay que dar nada por sentado en esta vida pero un recorrido por el Museo Nacional de Bellas Artes de la Ciudad de Buenos Aires tendría que ser paso obligado de todos. Y es ahí donde se encuentra el cuadro imponente del maestro Ernesto de la Cárcova, Sin Pan y San Trabajo (1893) no sólo por sus colores sino también por el realismo de sus imágenes. Seguramente, el espectador que se pare frente a él sentirá que es envuelto por la escena, encontrándose en un sórdido escenario en donde aparecen sentados alrededor de una mesa, un matrimonio humilde que interactúa con el paisaje que se observa por la ventana.

Esta obra terminada en 1893, refleja la situación argentina de fines del siglo XIX donde el país y el Buenos Aires de aquel entonces experimentaban nuevos aires provenientes del exterior. La clase dirigente, bautizada  la “Generación del 80”, intentó  convertir al país en un modelo fiel a Europa. La moda, la cultura, la infraestructura, el trazado urbano, en fin, todo debía imitar al Viejo Continente. Ejemplo de ello fue que al artista en cuestión se le asignó como deber  la adquisición de obras de arte en Europa para el embellecimiento de la ciudad de Buenos Aires.

El proyecto político-económico que nos permitió incorporarnos en el ámbito internacional fue la aplicación del liberalismo en la política y del modelo agroexportador en la economía por el que proveíamos a los países de Europa carne y materia prima a cambio de capitales y productos manufacturados, adecuándose perfectamente con el positivismo de los ambientes político-culturales que apostaban al progreso y desarrollo del país.

Siguiendo los lineamientos planteados por Juan Bautista Alberdi en la Constitución de 1853 y respondiendo a este proyecto nacional de trabajo y población del territorio con mano de obra calificada se postuló el beneficio de traer al país brazos aptos para el trabajo de los países de Europa Occidental. Así, la Argentina se transformó, desde mediados del siglo XIX, en destino para aquellos que desearan emigrar al país en busca de nuevos horizontes. Si bien el flujo migratorio se inició en los años 50, tomó vigor a partir de los 80 bajo los anhelos e impulsos de la clase elite dirigente de “poblar el desierto” y civilizar el territorio. En palabras de dos historiadores argentinos, Carlos Alberto Floria y Cesar A. García Belsunce: “El censo de 1869 da la primera imagen de un cambio incipiente y el punto de comparación para el futuro. De allí en adelante, la radicación del inmigrante, la lucha contra el analfabetismo, el desarrollo del ferrocarril, el régimen de la tierra, la implantación de nuevas industrias, la aparición de la fábrica, el desarrollo de la agricultura y del campo alambrado, serán notas fundamentales de la metamorfosis de los años de transición.”[1] Este censo arrojó que un 12.1% de la población del país era extranjera y en Buenos Aires  representaba el 48%. Las otras provincias testigos del movimiento inmigratorio fueron Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y Mendoza.

En la exposición del inmigrante que se realizó en el 2011 en Roma, en el imponente Monumento a Vittorio Emanuele II, figuran una serie de panfletos en donde se invitaba a los italianos que dejaban su patria a trasladarse a las provincias de Córdoba o Santa Fe. También se encontraba un gran anuncio donde se brindaba información de la Argentina asegurando que el clima era similar al napolitano. Así, una gran cantidad de inmigrantes provenientes en su mayoría de Italia y España, pero también de Francia, de Alemania  y algunos países del este, llegaron a nuestro país.

Esos años no sólo estuvieron signados por la inmigración sino también por el progresismo, la urbanización y el desarrollo de la industria. Sin embargo, la industrialización de las ciudades y la tecnificación del campo provocaron grandes movimientos migratorios hacia las zonas urbanas, transformándolas en una “olla a presión” debido al aumento poblacional en poco tiempo, careciendo las ciudades de la infraestructura necesaria para albergar semejante cantidad de habitantes.

Cabe destacar también que el advenimiento de estos grupos trajo al país no solamente brazos para el trabajo sino también nuevas ideas, para algunos, de índole revolucionaria, que se expresaron en la Primera Asociación Internacional de Trabajadores, en Londres, en 1864. Este “caldero de ideologías” provocó una serie de levantamientos de diversos sectores que llevó al Estado a aumentar su política represiva.  El escenario argentino se vio cada vez más invadido por huelgas generales, grandes movilizaciones obreras y publicaciones que incentivaban a la lucha por mejoras salariales y laborales para los trabajadores.  Estas primeras agrupaciones estuvieron formadas en un principio por obreros extranjeros, en especial, alemanes e italianos, aunque se sumaron a sus filas un gran número de pensadores e intelectuales argentinos.  La conciencia del trabajo, de la unión a través de los sindicatos, en definitiva del “ser obrero”, se plasmó en nuestro país con la creación en 1896 del Partido Socialista por el Dr. Juan Bautista Justo. Más adelante, se fundaría la Federación Obrera Argentina que reuniría a los principales gremios anarquistas y socialistas.

Así se encontraba nuestro país a fines del siglo XIX. El parecernos a Europa repercutió hasta en las artes ya que desde 1880 se llevó a cabo una intensa actividad para promoverlas. Muchos artistas viajaron a los países europeos, en especial a la Bella Italia, para completar su instrucción. Tomando el ejemplo de los grandes maestros, traían de regreso una mezcla de romanticismo,  neoclasicismo y naturalismo. Estos estudiantes se vieron también influenciados por Gustave Courbet, fundador y máximo representante de la escuela realista y activista del socialismo revolucionario, quien daba un tono social a sus obras.

Ernesto de la Cárcova, miembro de una familia acomodada y siguiendo los pasos de varios de sus colegas, viajó a París, Roma y Turín para completar su formación. Al regresar, se convirtió en el Director de la Academia Nacional de Bellas Artes en 1905 y fue fundador y primer Director de la Escuela Superior de Bellas Artes en 1923. Perteneciente al Grupo Boedo, se lo caracteriza por su temática social y su deseo de vinculares con los sectores populares y el movimiento obrero. Tal es así que en 1894 se incorporó al Centro Obrero Socialista.

Ese mismo año de la Cárcova expuso su obra Sin Pan y Sin Trabajo en el Segundo Salón de Pintura organizado por El Ateneo, grupo de intelectuales, políticos y letrados que en 1892 había dado vida a esta institución con la intención de promover las artes en el país.  Como el cuadro no fue pintado en Buenos Aires, sino en Turín, cuando el artista era alumno de la Academia Albertina, despertó una serie de debates en torno a la idea de que en realidad el pintor no plasmaba la realidad rioplatense, ya que se encontraba a un océano de distancia. Sin embargo, dicha obra resultó espejo fehaciente del contexto político-social argentino del momento.

Si el observador intentara encontrar palabras claves que clasifiquen la obra seguramente inundarían su mente aquellas como pobreza, miseria, impotencia, ira, angustia, desesperanza, entre otras. En ella un obrero interactúa con lo que sucede fuera de su casa y su mano empuñada refleja su  bronca, tal vez, con lo que observa: la policía montada que reprime una manifestación. Su mujer, desesperanzada, lo observa mientras amamanta a su hijo en brazos. No sabemos si se trata de un obrero criollo o inmigrante, de un socialista o anarquista, de un obrero que se mantiene fuera de la situación por falta de agallas o un extranjero que al no estar nacionalizado se mantiene al margen de la militancia política. En fin, los personajes están abiertos a la imaginación y libre interpretación del que observa. No están encasillados en un grupo de características sino que invitan a ser interpretados.  Vale destacar que en ese ambiente rústico se encuentran sobre la mesa, las herramientas, signo claro del desempleo y miseria que vivían los obreros en esos momentos de crisis. Si bien nuestro personaje se mantiene en su casa y su ira se manifiesta en su puño levantado, el inmigrante trajo consigo una experiencia de lucha que nuestros criollos desconocían y de los cuales aprendieron.

Las manchas de humedad en las paredes, la mesa rústica, la silla, la cesta de mimbre y el arcón que sirve de asiento a la mujer, completan la escena. Al ser una pintura realista, existe una gran expresividad en rasgos y gestos que se logra gracias a la perspectiva, el pasaje de claroscuros graduales y el modelado de los volúmenes. El dibujo demuestra la expresión desolada e impotente de los rostros de la pareja. El artista utilizó tonalidades bajas para intensificar el dramatismo de la escena, y la luz que entra a través de la ventana iluminando el rostro del hombre que mira hacia afuera, acentúa ese sentimiento de impotencia. El juego con las luces y las sombras acentúa lo sórdido de la imagen mientras que los reflejos de luz en la mesa vacía acentúan lo desolador y dramático del momento.

Ya el título del cuadro nos da una noción de la situación penosa del trabajador en aquellos días: Sin Pan y Sin Trabajo. Quitarle al hombre su alimento y su trabajo, es quitarle su esencia, su propio ser, su dignidad de ser humano, y de la Cárcova, a unos miles de kilómetros, lo reflejó de una manera realista, siendo buen conocedor del juego del trazado y del color. Sin Pan y Sin Trabajo es un capítulo de la historia argentina, escrito no con la pluma sino con el pincel.

Lic. Andrea Manfredi

Bibliografía:

-          Aproximaciones a la crítica y la historia del arte II en: <www.fundart.org.ar>

-          Ernesto de la Cárcova (Buenos Aires, 1866-1927) en: <www.buenosaires.gov.ar>

-          Floria, C. A. y C. A. García Belsunce, Historia de los Argentinos, Buenos Aires, Larousse, 2004, 2ed

-          Gache, Belén, Sin Pan y Sin Trabajo, de Ernesto de la Cárcova: la década del ’90 y la transformación del imaginario social. V Congreso Internacional de Semiótica Visual. Semiótica Visual: Teoría y Práctica. Siena, Italia, junio de 1998, en: <www.findelmundo.com.ar>

-          N° 142. Sin Pan y Sin Trabajo en: <www.agendadereflexion.com.ar > , 28 de diciembre de 2003

     - Imagen extraída de: www.elgrupoboedo.blogspot.com






[1] Floria, C. A. y C. A. García Belsunce, Historia de los Argentinos, Buenos Aires, Larousse, 2004, 2ed, p. 640

2 comentarios:

  1. Te recomiendo el libro de Laura Malosetti Cosa Los Primeros modernos. En el capitulo 8 hace un análisis muy interesante de esta obra que sería muy enriquecedor para tu post. saludos!

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    1. Muchas gracias! Lo tendré en cuenta! Me resulta apasionante analizar la historia a través de las obras de arte por lo que todo dato es bienvenido!

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