jueves, 24 de noviembre de 2011

El Diluvio Universal y el Arca … ¿de Noé o de Ut-Napistín?

Durante la Edad Media y la Edad Moderna, en líneas generales, los relatos bíblicos no eran puestos en tela de juicio. Pero a partir de los siglos XVII y XVIII los movimientos filosóficos racionalistas y luego los positivistas, pusieron en consideración las ideas dogmáticas religiosas. Desde entonces, los arqueólogos han tratado de comprobar la veracidad de las historias narradas en la Biblia. En este post te invito a acompañar a los “verdaderos Indiana Jones” en sus excavaciones, para analizar si son leyendas: el Diluvio y el Arca de Noé.

El judaísmo y el cristianismo tuvieron su cuna en el área que se extiende desde el extremo occidental del “creciente Fértil” hasta la estepa sirio-arábiga. Por lo tanto, los hebreos tuvieron contacto tanto con los invasores amoritas, arameos, elamitas, coseos, etc., como con los grandes imperios mesopotámicos de Asia Menor: hititas, hurritas y egipcios, que como se ha demostrado, tenían una misma familia lingüística. También se demostró que en Babilonia (actual Irak) se hablaban 2 lenguas, el sumerio (utilizado por sacerdotes y juristas) y el semita. Es importante abordar las cuestiones lingüísticas cuando los mitos son analizados, ya que muchas veces, las leyendas son transferidas de una cultura a otra a partir del idioma.

En 1845 el explorador británico Austen Henry Layard, reubicó la ciudad de Nínive que había sido destruida en el 612 a.C., cerca de Mosul, Irak. Allí se descubrió la biblioteca del rey Asurbanipal, donde se encontró el poema del Gilgamesh cuyos fragmentos hablaban de un gran diluvio.

A medida que se descubrieron documentos escritos en tablillas de barro, los especialistas en escritura cuneiforme luego de analizar el origen de los signos, las relaciones lingüísticas y otros problemas análogos, arribaron a la conclusión de que se encontraban ante un idioma desconocido: mezcla de signos que correspondían a una escritura de letras, sílabas e imágenes, por lo que se especuló con que no podía ser babilónica, ni asiria, ni semita, sino de un pueblo probablemente no semita. La hipótesis era muy osada, sin embargo al avanzar las investigaciones, algunos estudiosos le dieron a ese pueblo el nombre de acadios y sumerios. Ambos calificativos eran tomados del título de los más remotos “reyes de Sumer y Acad”. Los historiadores tuvieron claros indicios de que la cultura babilónica había sido heredada de pueblos mucho más antiguos que los egipcios y los semitas.

Los hallazgos arqueológicos y las inscripciones en los fragmentos de las tabillas descubiertas, demostraban que esta civilización parecía unirse con el Génesis, al menos con los primeros hombres anteriores al diluvio. Esta hipótesis se confirmaba con el hallazgo de las “listas de reyes sumerios”: Así como la Biblia cita a 10 “primeros padres”, desde Adán hasta el Diluvio, los sumerios los llamaron “primeros reyes” igualmente en número de 10.

En 1872 George Smith, un aficionado en el campo de la arqueología y apasionado seguidor de la epopeya de Gilgamesh, (que estaba incompleta) partió a Kuyunki (Irak), para buscar en una montaña de escombros las placas de arcilla que faltaban para completar el relato. Smith regresó a Londres con 384 fragmentos de placas de arcilla, descifrando que Ut-napistin, había soñado que el dios Ea le advertía que los dioses impondrían un castigo a los hombres por lo que “todo cuanto tenía lo llevé conmigo; todo el fruto de mi vida lo cargué en el barco; familia y parientes todos: Animales del campo, animales de las praderas y artesanos de todos los oficios. A todos embarqué. Subí al barco y cerré la puerta…En el horizonte lejano se apelotonaba una nube negra… La claridad del día se convirtió de repente en noche: Ya no pude distinguir la tierra del cielo. Los dioses, llenos de terror ante las aguas, huían y se refugiaban en el cielo de Anu. Los dioses, se acurrucaban como perros junto a la pared y se quedaban quietos…Durante 6 días y 6 noches aumentaron la tempestad y las olas, el huracán bramaba sobre todo el país. [...] Al amanecer del séptimo día solté una paloma y la envié lejos, y como no hallaba sitio donde descansar, regresó. Envié una golondrina y la dejé volar; Voló, voló la golondrina y volvió también a mí, porque no hallaba un sitio donde descansar, por eso volvía. Solté luego un cuervo, le dejé volar, y él marchó volando. El cuervo vio que el nivel del agua descendía; Por eso come, vuela, grazna … y no regresa” ¿Te suena conocido?

A partir de 1921, el arqueólogo británico Sir Leonard Woolley, abrió una fosa en la colina de Sumer (actual Irak), que es casi como empieza toda investigación arqueológica, hasta una profundidad de 12 metros. En esta tierra los habitantes de Ur habían cavado las tumbas para sus monarcas, allí se encontraron joyas y recipientes de oro. Pero cuando alcanzó mayor profundidad en la excavación, halló una capa de arcilla completamente limpia que no presentaba la menor huella de restos de utensilios ni de basura; esta arcilla limpia y uniforme formaba una capa de casi dos metros y medio. Esto demostraba que el país de Sumer debió conocer una enorme inundación. Woolley se hallaba ante una conclusión trascendental: en concordancia con el relato bíblico y con la epopeya del Gilgamés, se confirmaba la autenticidad histórica de uno de los relatos más importantes de la humanidad: El Diluvio. Woolley, sirviéndose de la información de las tumbas de reyes sumerios “luego vino el diluvio y después del diluvio el rey descendió de nuevo del cielo” y de su descubrimiento, afirmó que esta civilización existió 4.000 años a.C.

Si bien este descubrimiento arqueológico evidenció que el Diluvio no era una leyenda, el desciframiento de la escritura cuneiforme del Gilgamesh confirmó lo que muchos se negaban a admitir: la narración de la Biblia no era la más antigua que existía sobre el Diluvio. Evidentemente, los hebreos tuvieron contacto con el mito de Gilgamesh, ya que los escritores del Antiguo Testamento “copiaron” el relato con pocas diferencias, convirtiendo a Ut-napistin en el bíblico Noé.

El frío y deshabitado Monte de Ararat, situado en la frontera entre Turquía y Armenia, parece guardar el secreto del Arca de Noé. Su denominación armenia es Hayastan, que quiere decir tierra de los hijos de Hayat, justamente, el nombre de uno de los hijos de Noé. En este inhóspito lugar, en 1949, un aldeano turco declaró haber visto el Arca de Noé y desde entonces algunas expediciones intentaron llegar hasta allí. Pero la búsqueda de esta reliquia se hace difícil, sea por las condiciones climáticas (el frío extremo) o porque hasta no hace mucho era una zona militar reservada, donde operaba la guerrilla kurda. Las imágenes satelitales del Monte de Ararat hacen sospechar que podría tratarse del Arca, pero ¿de Noé o de Ut-napistín? El día que costosísimas excavaciones se puedan llevar a cabo, esta enigmática incógnita quedará resuelta.

Ahora ya lo sabés!
Lic. Alicia Di Gaetano

Referencias:
Ceram, C.W., Dioses, Tumbas y Sabios, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, 1993

Puech, Henri Charles Puech [Dir] Historia de las Religiones. Religiones Antiguas II, España, Siglo XXI, 2002

http://www.abc.es/20100428/cultura-cultura/hallan-arca-monte-ararat-20100428.html

jueves, 17 de noviembre de 2011

EN EL VALLE DE LAS LÁGRIMAS

Después de escuchar atentamente la radio durante unos minutos Gustavo Nicolich le dijo a Carlitos Páez que tenía una buena noticia para darle, la búsqueda había finalizado. Las misiones de rescate para hallar a los posibles sobrevivientes de la catástrofe se habían dado por concluidas. Los pasajeros del Fairchild de la Fuerza Aérea Uruguaya habían sido dados por muertos. Carlos Páez tuvo ganas de golpear a Nicolich, no entendía cómo podía ser esa una buena noticia. Su amigo respondió que entonces desde ese momento dependía sólo de ellos mismos salir de las montañas y volver a la civilización.
Habían pasado diez días desde que el 12 de octubre de 1972 un grupo de jóvenes que conformaban un equipo de rugby junto con otros pasajeros entre ellos familiares (45 personas en total) habían partido en un charter desde la ciudad de Montevideo hacia Santiago de Chile donde se llevaría a cabo un partido de rugby.
Ese mismo día el viaje había sido interrumpido y habían aterrizado en la ciudad argentina de Mendoza porque las condiciones climáticas hacían imposible el cruce de los Andes. Sin embargo el 13 de octubre el grupo de 45 personas reanudó el viaje hacia Chile.
Muy por el contrario a lo que este grupo de jóvenes, que fantaseaban con pasar cuatro días primaverales en una ciudad nueva y llena de atractivos, el viaje resultó ser una catástrofe de resultados hasta ese momento inimaginables.
Por motivos de navegación, cosa que se sabría tiempo después, el avión cayó en medio de las nieves eternas de la Cordillera de los Andes. Primero golpeó la panza del avión contra una masa de piedra y con ella se desprendieron las alas y la cola llevándose consigo la vida de muchos de los pasajeros. La parte delantera del avión siguió su recorrido en línea recta como un bólido que finalmente se deslizó a gran velocidad como un trineo por un valle nevado hasta que colisionó contra un montículo de nieve desatando el caos.
En ese mismísimo momento daban inicio 45 historias, historias de muerte, de desesperación, de confusión pero también historias de vida, de valentía y de esperanza.
Inmediatamente después del accidente algunos de los sobrevivientes que habían iniciado los estudios de medicina tomaron el rol de médicos y se ocuparon de las primeras curaciones de los heridos. De los 45 pasajeros originales habían sobrevivido 29. El caos invadía la escena. Algunos habían salidos del fuselaje y fumaban bajo la nevisca, otros retiraban a los muertos y los posaban sobre la nieve, los “médicos” curaban todo tipo de heridas, físicas y emocionales, otros organizaban el interior del fuselaje.
La primera noche, y de esto han hablado todos los sobrevivientes, fue desesperante. Vestidos con ropas que habían sido pensadas para tardes de fiesta en un clima primaveral, los 29 pasajeros tuvieron que soportar temperaturas de 30 grados bajo cero, hacinados en un espacio mínimo, con gritos de dolor como música de fondo de aquellos que habían resultado gravemente heridos.
Los primeros días fueron de espera, espera del rescate que iba a llegar. La poca comida que tenían se racionaba militarmente entre los 29, un trago de vino y un pedacito de chocolate o alguna otra conserva que había sido hallada en alguna valija. Diez días pasaron así, sujetos a una racionalización metódica para no desfallecer.
Sin embargo al décimo día del accidente, la noticia más temida llegó a oídos de los sobrevivientes a través de una de las radios que habían logrado reparar. La búsqueda había finalizado, ellos estaban muertos para la civilización. ¿Qué quedaba por hacer entonces? Vivir. Salir de allí por sus propios medios.
El problema capital por ese momento era la comida. Alimentarse de chocolate era obviamente insuficiente y habían pasado ya diez días. De hecho el libro que escribió muchos años después uno de los sobrevivientes, Carlos Páez, lleva como título “Después del día diez”, el día que supieron que estaban solos en el mundo.
La idea de alimentarse de la carne humana de los muertos, según cuentan los sobrevivientes, había ya pasado por la mente de muchos. Era la solución obvia. En medio de un paisaje tan extremo, donde no había absolutamente nada de que alimentarse, no existía otra salida para seguir con vida. Era comer o morir. La noticia de que habían sido dados por muertos fue el puntapié para tomar la decisión. Uno de los sobrevivientes había comentado que antes de morir de hambre se comería al piloto, ya saben, por provocar el desastre. Esto había quedado en la mente de Carlos Páez, que se lo comentó a otro de los sobrevivientes quien le confesó que ya lo había pensado. La decisión se tomó rápidamente, aunque no sin algunas discusiones y cuestionamientos morales. Pero finalmente, como han dicho los sobrevivientes, era la única salida posible, de lo contrario los esperaba una muerte lenta y solitaria en la montaña.
Durante los siguientes 62 días que permanecieron en la montaña, los jóvenes uruguayos se alimentaron del cuerpo de sus compañeros fallecidos. Primero fueron algunas tiras de carne cortadas meticulosamente por los llamados médicos, y con el tiempo, fue tarea de todos proveer el alimento, cosa que se volvió algo absolutamente normal. Los sobrevivientes habían creado una nueva civilización donde el agua derretida de nieve y la carne humana eran los alimentos por excelencia, o mejor dicho, los únicos.
Sin embargo, si el accidente, la muerte de amigos y familiares, el hambre y la antropofagia no habían sido suficiente, el 29 de octubre una nueva tragedia azotó a estos jóvenes. Una avalancha cayó sobre el fuselaje del avión provocando una vez más el caos. La nieve tapó absolutamente todo y a todos. En medio de una oscuridad absoluta los que habían quedado menos enterrados comenzaron a excavar frenéticamente para salvar a aquellos que seguían bajo la helada nieve. Cuando Carlos Páez rememora la escena sobre la avalancha que fue filmada años después en la película Viven (Alive), recuerda haberle dicho al director que ellos no habían tenido luz alguna durante el desastre, pero el director le respondió que necesitaba por lo menos una mínima iluminación para poder filmar. Imaginemos entonces la obscuridad penetrante que habrá invadido ese momento de total desesperación. Siete compañeros murieron ese día y quienes sobrevivieron tuvieron que permanecer dentro del fuselaje, cubiertos de nieve y tiritando de frío, enterrados por más de un alud, sin ver la luz del sol, sin aire del exterior y alimentándose de sus amigos recientemente muertos en un espacio que si era pequeño antes, ahora era directamente claustrofóbico. Difícilmente, creo yo, podamos siquiera imaginar una situación semejante.
Los días pasaron y finalmente lograron salir del fuselaje y con mucho trabajo y esfuerzo quitaron la nieve del interior, a sus amigos fallecidos y volvió todo un poco a la normalidad, a la normalidad a la que se habían acostumbrado allí arriba en al montaña.
Era sin embargo imperioso moverse, hacer algo para salir de allí… ¿Cuánto tiempo más podía un hombre vivir en estas condiciones?
Salieron algunas expediciones en búsqueda de la cola del avión donde estaban las baterías de la radio, pero no hubo suerte, la radio no funcionó, y los expedicionarios llegaban débiles y mentalmente enfermos de cada una de las expediciones.  
Dos meses habían pasado en la montaña. Muchos amigos habían muerto producto de la avalancha, infecciones imposibles de curar y de a poco comenzarían a morir por el sólo hecho de vivir en condiciones infrahumanas. Uno de los sobrevivientes, Fernando “Nando” Parrado, había estado en coma los primeros tres días después del accidente y había perdido a su madre y a su hermana en el mismo. Nando Parrado estaba determinado a volver, de la manera que fuera, para decirle a su padre que no todo estaba perdido, que él estaba vivo. Valiéndose de la información que les había dado el piloto antes de morir, de que estaban del lado Chileno, Parrado decidió realizar la última expedición, caminar hacia el Oeste hasta los verdes valles de Chile y buscar ayuda. Antonio Vizintín y Roberto Canessa serían sus compañeros de travesía, que en ese momento eran los más fuertes físicamente.
A 62 días del accidente los tres expedicionarios se despidieron de sus compañeros y emprendieron el viaje. Luego de tres días de caminata llegaron a la primera cumbre y la sorpresa fue inesperada. No había valles, ni vegetación ni lagos ni nada. Sólo había más montañas. Parrado le dijo a Canessa que seguiría y que si debía morir lo haría caminando. Canessa y Parrado decidieron mandar de vuelta a Vizintín para utilizar su parte extra de comida. Vizintín tardó sólo 3 horas en desandar el camino que habían hecho en 3 días. En esas condiciones Canessa y Parrado continuaron la travesía, con ropas inadecuadas, con poca comida y con toda la cordillera por delante pues el piloto estaba equivocado, el avión había caído del lado argentino.
Diez días después de la partida de los expedicionarios, la radio dio la noticia que tanto esperaban quienes habían permanecido en la montaña. Dos sobrevivientes uruguayos habían sido hallado en los valles de Chile. Al día siguiente el sonido ensordecedor y milagroso de los helicópteros se oía a través de la inmensidad de los picos nevados. El tan ansiado rescate había llegado. Parrado y Canessa habían caminado durante diez días y habían logrado lo impensable.
16 fueron los sobrevivientes que hoy, cuarenta años después, cuentan su historia como un relato de supervivencia y de trabajo en equipo. Es realmente un placer escucharlos hablar. Personalmente tuve el agrado de hablar telefónicamente hace ya más de 7 años con Carlos Páez quien tuvo la amabilidad de relatarme algunas cosas y de regalarme su libro, y realmente se lo agradezco.

Dedicado a los sobrevivientes a quienes admiro y a todos aquellos que murieron en la montaña.

Lic. Diana Fubini

AHORA YA LO SABES!

Bibliografía
Carlos, Páez, Después del día diez, Montevideo, Librería Linardi y Risso, 2003
Parrado, Nando, Milagro de los Andes, Barcelona, Editorial Planeta, 2006
Vierci, Pablo, La sociedad de la nieve, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008

jueves, 10 de noviembre de 2011

Entre bambalinas y candilejas coloniales

En la América colonial, el teatro fue introducido por religiosos misioneros para difundir las doctrinas católicas, los aborígenes interpretaban piezas sagradas escritas en su lengua bajo la guía de los eclesiásticos. La representación sacramental más antigua que se conoce fue interpretada en 1533 por los naturales de Tlaxcala, dirigidos por los franciscanos del Virreinato de México. Como estas obras eran realizadas dentro de los templos, a fines del siglo XVI, las autoridades virreinales erigieron teatros en las principales ciudades hispanoamericanas. En el Río de la Plata las representaciones teatrales se realizaban en recintos inapropiados, ya que recién en el siglo XIX poseyó un teatro. En este post te invito a dar una mirada al mundo artístico colonial de nuestra patria:

Las actrices recién hacia 1587 accedieron a los escenarios, pero sólo aquellas casadas cuyos maridos fueran parte de la farándula, siendo hasta entonces interpretados los papeles femeninos por jóvenes vestidos de mujer. Siempre asistían eclesiásticos y un Oidor del real Tribunal a las representaciones, para evitar “cuantos defectos pueden corromper la juventud y servir de escándalo al pueblo, que se revisen antes las comedias y se quite de ellas toda expresión inhonesta o cualquier pasaje que pueda mirarse con este aspecto”. Al igual que en España las obras de teatro eran censuradas.

El espectáculo lo difundía un joven de la trouppe que recorría calles y plazas gritando al son de un tambor. Las compañías de cómicos ambulantes atravesaban nuestro país en pintorescas caravanas, anunciando su presencia con instrumentos musicales. Estas compañías, se instalaban en los patios traseros de las casas y de las posadas, donde el público se disponía a cielo abierto en las galerías altas y bajas, convirtiéndose en plateas preferenciales las ventanas que daban a los patios. Se colocaba a modo de escenario un tablado, sin telón, y como única decoración una cortina o un tapiz de fondo. Al terminar la función, los artistas pasaban un guante o un pañuelo pidiendo una moneda como recompensa por su actuación. Como frecuentemente surgían peleas entre los espectadores, que a golpazo limpio y entre los quejidos de las mujeres y los niños, abandonaban la función para continuar la riña afuera, la justicia prohibió que las representaciones teatrales se realizaran en estos patios. Entonces se empezaron a utilizar los corrales y los terrenos baldíos para instalar los entarimados, donde las mujeres asistían separadas de los hombres. El espectáculo que se suspendía en caso de lluvia, duraba dos horas y media, comenzaba a las cuatro de la tarde en verano y a las tres en invierno.

Los escándalos también eran habituales en las representaciones teatrales, como el que tuvo lugar el 14 de diciembre de 1733 en Catamarca, donde un actor hacía el papel de maestro y otro llamado Juan Castillo, hacía de madre que llevaba en brazos a “su hijo” que era un chivo de verdad. “El maestro se dirige a la madre y pregunta: que inclinación tiene el niño? Dígame señora, a qué le ha de dedicar: a sacerdote, a Alcalde o a Regidor?. La madre contesta “No lo quiero para otra cosa, sino para Teniente, no le ve tan lindas barbas y rostro, que es propio para teniente?”, haciendo en ese momento balar al chivo. Asistía a la función el Teniente de gobernador, justicia mayor y capitán de guerra, maestre de campo don Juan de Sosa, quien poseía tupidas barbas, que, como tuvo que soportar la carcajada y las burlas del auditorio, puso preso a Castillo por “pronunciar palabras ofensivas hacia la primera autoridad”. En Buenos Aires también se abrió un expediente por una gresca protagonizada por un tal Francisco López, que asistió a una función de teatro con su mujer. La pareja dejó  atado su caballo en la puerta como el resto del público, cuando a un gracioso se le ocurrió unir las colas de los animales. Al finalizar el espectáculo, estaba la mujer montada para partir, cuando comenzó la tirada de cohetes espantando a los equinos que trataban de desunir sus colas al galope. La señora quedó tendida con las faldas levantadas exhibiendo sus prendas íntimas, y ante las carcajadas de la gente, el marido montó en cólera contra los espectadores, pero este hecho quedó impune porque el chistoso nunca fue localizado.

En 1747, para los festejos de la proclamación de Fernando VI, se representaron en Buenos Aires “La vida es sueño” y “Las armas de la hermosura”, de Calderón de la Barca, haciendo de actores en esa ocasión, los soldados de la guarnición del fuerte de San Baltasar de Austria. Hacia 1789, Buenos Aires ya contaba con el Teatro de la Ranchería, conocido como Casa de Comedias, ubicado en las actuales Alsina y Perú, donde estaba el Mercado del Centro. La construcción del teatro se le encomendó al empresario Francisco de Velarde, para “representación de Comedias dispuestas a beneficio de los Niños Expósitos”. Era como un galpón amplio con bastidores, telones, vestuario y cubierto de techos de paja, con bancos de madera y largas filas de palcos, según refiere el propio Velarde. La entrada costaba 2 reales para los blancos y 1 para “los que no lo eran”. Desafortunadamente, el 16 de agosto de 1792 el teatro se incendió debido a un cohete que partió desde la iglesia de San Juan Bautista.

Hacia 1804 se inauguró el segundo teatro de la colonia, que se conocería como Teatro Argentino, emplazado en las actuales Reconquista y Perón, frente al convento de la Merced, a pesar de las protestas del mercedario fray Basilio Cruz, porque se autorizó una casa de comedias frente a “otra de recogimiento y religiosidad”. También las autoridades de la Ciudad se molestaron al sentirse desairadas porque los actores saludaban más veces al “Señor Virrey, después al Señor Oydor Juez del Teatro” y dejaron para el final a los señores Alcaldes. Según la certificación del escribano Inocencio Antonio Agrelo del 18 de octubre de 1804, “en la noche del día dos del corriente se adornaron con colgaduras de damasco los Palcos del Señor Virrey y del Señor Juez de Teatro, sin haberse puesto igual adorno ni otro alguno en el Palco de la Ciudad”. Estas quejas presentadas al Cabildo, fueron dirimidas por Real Cédula expedida en Madrid el 12 de junio de 1805.

La noche del 24 de junio de 1806, el Virrey Sobremonte y su familia se encontraban en el teatro, disfrutando de “El sí de las niñas” de Moratín, cuando un mensajero le entregó un pliego urgente por el que el Capitán de Navío Santiago de Liniers, le advertía que buques de guerra británicos: 6 corbetas, 2 bergantines y 1 fragata de 32 cañones se acercaban a la rada de Buenos Aires. Las invasiones inglesas habían comenzado, pero esta es otra historia.

Ahora ya lo sabés!

Lic. Alicia Di Gaetano

Bibliografía:
Rípodas Ardanaz, Daisy, “La vida urbana en su faz pública” en Nueva historia de la Nación Argentina, Período español (1600­ 1810), Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Planeta, 1999, Tomo III
Torre Revello, José, Crónicas del Buenos Aires colonial, Buenos Aires, Taurus, 2004

jueves, 3 de noviembre de 2011

DE NEGROS, GRINGOS Y COMPADRES. EL TANGO

En esas casonas de Buenos Aires donde vivían los descastados, los negros, los inmigrantes y los compadres, en los patios del conventillo se gestó la música de Buenos Aires, el tango.

Ya a fines del siglo XVIII la música de los negros se había incorporado a las celebraciones de la Iglesia Católica. Las procesiones avanzaban al ritmo del candombe y toda la población disfrutaba de los bailes al ritmo de la percusión de sus tambores.
Luego de la Independencia en 1810 los negros lograron su libertad gracias al decreto de igualdad que había sancionado la Asamblea General Constituyente y ya durante los tiempos de la Confederación desde la década del ’20, los negros tenían derechos ciudadanos y la población blanca los aceptaba con bondad. Los carnavales por estas épocas eran verdaderas fiestas patrióticas y no era raro ver a Don Juan Manuel de Rosas junto a su hija Manuelita con los jefes negros del carnaval disfrutando de los ritmos morenos, de los tambores que hacían temblar Buenos Aires. Estos negros vivían en grupos que llevaban los nombres de sus lugares de origen como por ejemplo Bengular, Angolas y Congos, entre otros. Estos barrios eran los llamados “barrios del tambor” y se hallaban en Montserrat, Santa Lucía y San Telmo mayormente.
Cuando en 1852 la Confederación fue derrotada y Rosas se exilió en Inglaterra los negros se vieron huérfanos de su protector y se recluyeron en los conventillos donde compartieron el día a día con otras gentes que llegaban poco a poco a la ciudad.
El nuevo gobierno, los que serían luego conocidos como la Generación del ’80, se dispuso a recibir a hombres de otras nacionalidades que quisieran poblar nuestro país. Claro que el plan inicial no era el que terminó siendo. Los inmigrantes que llegaron al país no eran aquellos que los liberales habían esperado. Comenzaron a llegar masivamente al país hombres de todas las nacionalidades, pero sobre todo europeos de los estratos sociales más bajos que huían de sus países buscando un mejor porvenir. Para 1880 más de la mitad de la población era extranjera. La cantidad de gente nueva que llegaba debía vivir en algún lugar, y la vivienda se convirtió en un grave problema. Y para los gobernantes y la población autóctona del país, los inmigrantes pasaron a ser también un problema. Poco a poco el europeo se vio discriminado, y terminó viviendo en los mismos conventillos donde habitaban los últimos negros de la Confederación. Allí se encontraron también con los compadres, que eran en general ex combatientes, ex servidores de la Confederación y gauchos pobres del campo que habían venido a la ciudad en busca de trabajo. Poco a poco “las clases dominantes encerraron a los negros, gringos y compadres en la misma jaula.
Allí en las grandes casonas de Buenos Aires convivían estas gentes tan diferentes que traían consigo sus historias de vida,  sus costumbres y sobretodo sus músicas. Cuando llegaban las fiestas en los patios de los conventillos, los barrios temblaban al ritmo de los tambores negros y se tomaban un descanso con las melodías de las milongas de los compadres.
Con el tiempo llegaron las nuevas generaciones que mamando milonga pero también tambor africano le dieron a la música gaucha un nuevo ritmo, más acelerado, cercano al candombe.
Llegó con el tiempo a Buenos Aires la música de las habaneras cubanas. Estas se habían desarrollado a principios del siglo XIX en Cuba y a través de España habían llegado a Buenos Aires. La habanera arrasó con la música porteña y se fusionó con la milonga. El baile de los “milongueros” era realmente un espectáculo. Siguiendo el compás y tomando a su compañera por la cintura el bailarín se movía de un lado al otro hasta que en un momento se frenaba de pronto, improvisando, para luego seguir al ritmo de la música. Nació así el famoso “corte” porque “tal demostración de habilidad cortaba la marcha de la pareja”. El baile de “corte y quebrada” era todo un arte de la improvisación.
La nueva coreografía llevó a los músicos a adaptar el ritmo a ese nuevo y original baile. Así entre corte y quebrada se fue creando y formando el tango. “El tango-danza se originó como una forma particular de bailar la habanera que empleaban los jóvenes negros, blancos o mulatos, oriundos de los barrios del tambor.” Con el pasar de los años los europeos imprimieron también su huella en la música de Buenos Aires. El gringo desplazó al negro del ámbito musical y le dio al tango “un ritmo más lento y nostálgico” que aun hoy se mantiene.

Se ha dicho siempre que el tango fue obra de prostitutas y malvivientes, pero nada más alejado de la realidad. Sin embargo existe una explicación para esto. El tango, su música y su danza, no tenían lugar ni en las academias ni en los salones de baile de la alta sociedad. Por eso fueron los burdeles los primeros que abrieron sus puertas a esta nueva música. Los pobladores de los barrios del tambor frecuentaban los burdeles, bares y piringundines de la ciudad y a estos lugares fue a parar el tango y allí fue donde terminó de adoptar su particularidad.
A estos lugares iban también los niños bien de la alta sociedad que enfatuados por el alcohol y otras drogas se perdían en los amores pagos de las trabajadoras de los burdeles. Fue allí donde estos niños escucharon el tango por primera vez, lo cantaron y lo bailaron. Fueron ellos quienes contaron que el tango había nacido en los burdeles y que éste era cosa de putas.

Sin embargo podemos decir que el tango, lejos de ser un producto de burdel, fue la conjunción de la percusión y el candombe de los negros, de la milonga lastimera del gaucho y de la habanera cubana. Pero sobre todo fue producto del sentir de la desolación de los negros, del abandono de los compadres de la Confederación y de la frustración de los gringos que habían visto sus sueños morir en el patio de un conventillo.

AHORA YA LO SABÉS!

Lic. Diana Fubini

Bibliografía
Labraña, Luis y Ana Sebastián, Tango. Una historia, Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 2000