jueves, 24 de noviembre de 2011

El Diluvio Universal y el Arca … ¿de Noé o de Ut-Napistín?

Durante la Edad Media y la Edad Moderna, en líneas generales, los relatos bíblicos no eran puestos en tela de juicio. Pero a partir de los siglos XVII y XVIII los movimientos filosóficos racionalistas y luego los positivistas, pusieron en consideración las ideas dogmáticas religiosas. Desde entonces, los arqueólogos han tratado de comprobar la veracidad de las historias narradas en la Biblia. En este post te invito a acompañar a los “verdaderos Indiana Jones” en sus excavaciones, para analizar si son leyendas: el Diluvio y el Arca de Noé.

El judaísmo y el cristianismo tuvieron su cuna en el área que se extiende desde el extremo occidental del “creciente Fértil” hasta la estepa sirio-arábiga. Por lo tanto, los hebreos tuvieron contacto tanto con los invasores amoritas, arameos, elamitas, coseos, etc., como con los grandes imperios mesopotámicos de Asia Menor: hititas, hurritas y egipcios, que como se ha demostrado, tenían una misma familia lingüística. También se demostró que en Babilonia (actual Irak) se hablaban 2 lenguas, el sumerio (utilizado por sacerdotes y juristas) y el semita. Es importante abordar las cuestiones lingüísticas cuando los mitos son analizados, ya que muchas veces, las leyendas son transferidas de una cultura a otra a partir del idioma.

En 1845 el explorador británico Austen Henry Layard, reubicó la ciudad de Nínive que había sido destruida en el 612 a.C., cerca de Mosul, Irak. Allí se descubrió la biblioteca del rey Asurbanipal, donde se encontró el poema del Gilgamesh cuyos fragmentos hablaban de un gran diluvio.

A medida que se descubrieron documentos escritos en tablillas de barro, los especialistas en escritura cuneiforme luego de analizar el origen de los signos, las relaciones lingüísticas y otros problemas análogos, arribaron a la conclusión de que se encontraban ante un idioma desconocido: mezcla de signos que correspondían a una escritura de letras, sílabas e imágenes, por lo que se especuló con que no podía ser babilónica, ni asiria, ni semita, sino de un pueblo probablemente no semita. La hipótesis era muy osada, sin embargo al avanzar las investigaciones, algunos estudiosos le dieron a ese pueblo el nombre de acadios y sumerios. Ambos calificativos eran tomados del título de los más remotos “reyes de Sumer y Acad”. Los historiadores tuvieron claros indicios de que la cultura babilónica había sido heredada de pueblos mucho más antiguos que los egipcios y los semitas.

Los hallazgos arqueológicos y las inscripciones en los fragmentos de las tabillas descubiertas, demostraban que esta civilización parecía unirse con el Génesis, al menos con los primeros hombres anteriores al diluvio. Esta hipótesis se confirmaba con el hallazgo de las “listas de reyes sumerios”: Así como la Biblia cita a 10 “primeros padres”, desde Adán hasta el Diluvio, los sumerios los llamaron “primeros reyes” igualmente en número de 10.

En 1872 George Smith, un aficionado en el campo de la arqueología y apasionado seguidor de la epopeya de Gilgamesh, (que estaba incompleta) partió a Kuyunki (Irak), para buscar en una montaña de escombros las placas de arcilla que faltaban para completar el relato. Smith regresó a Londres con 384 fragmentos de placas de arcilla, descifrando que Ut-napistin, había soñado que el dios Ea le advertía que los dioses impondrían un castigo a los hombres por lo que “todo cuanto tenía lo llevé conmigo; todo el fruto de mi vida lo cargué en el barco; familia y parientes todos: Animales del campo, animales de las praderas y artesanos de todos los oficios. A todos embarqué. Subí al barco y cerré la puerta…En el horizonte lejano se apelotonaba una nube negra… La claridad del día se convirtió de repente en noche: Ya no pude distinguir la tierra del cielo. Los dioses, llenos de terror ante las aguas, huían y se refugiaban en el cielo de Anu. Los dioses, se acurrucaban como perros junto a la pared y se quedaban quietos…Durante 6 días y 6 noches aumentaron la tempestad y las olas, el huracán bramaba sobre todo el país. [...] Al amanecer del séptimo día solté una paloma y la envié lejos, y como no hallaba sitio donde descansar, regresó. Envié una golondrina y la dejé volar; Voló, voló la golondrina y volvió también a mí, porque no hallaba un sitio donde descansar, por eso volvía. Solté luego un cuervo, le dejé volar, y él marchó volando. El cuervo vio que el nivel del agua descendía; Por eso come, vuela, grazna … y no regresa” ¿Te suena conocido?

A partir de 1921, el arqueólogo británico Sir Leonard Woolley, abrió una fosa en la colina de Sumer (actual Irak), que es casi como empieza toda investigación arqueológica, hasta una profundidad de 12 metros. En esta tierra los habitantes de Ur habían cavado las tumbas para sus monarcas, allí se encontraron joyas y recipientes de oro. Pero cuando alcanzó mayor profundidad en la excavación, halló una capa de arcilla completamente limpia que no presentaba la menor huella de restos de utensilios ni de basura; esta arcilla limpia y uniforme formaba una capa de casi dos metros y medio. Esto demostraba que el país de Sumer debió conocer una enorme inundación. Woolley se hallaba ante una conclusión trascendental: en concordancia con el relato bíblico y con la epopeya del Gilgamés, se confirmaba la autenticidad histórica de uno de los relatos más importantes de la humanidad: El Diluvio. Woolley, sirviéndose de la información de las tumbas de reyes sumerios “luego vino el diluvio y después del diluvio el rey descendió de nuevo del cielo” y de su descubrimiento, afirmó que esta civilización existió 4.000 años a.C.

Si bien este descubrimiento arqueológico evidenció que el Diluvio no era una leyenda, el desciframiento de la escritura cuneiforme del Gilgamesh confirmó lo que muchos se negaban a admitir: la narración de la Biblia no era la más antigua que existía sobre el Diluvio. Evidentemente, los hebreos tuvieron contacto con el mito de Gilgamesh, ya que los escritores del Antiguo Testamento “copiaron” el relato con pocas diferencias, convirtiendo a Ut-napistin en el bíblico Noé.

El frío y deshabitado Monte de Ararat, situado en la frontera entre Turquía y Armenia, parece guardar el secreto del Arca de Noé. Su denominación armenia es Hayastan, que quiere decir tierra de los hijos de Hayat, justamente, el nombre de uno de los hijos de Noé. En este inhóspito lugar, en 1949, un aldeano turco declaró haber visto el Arca de Noé y desde entonces algunas expediciones intentaron llegar hasta allí. Pero la búsqueda de esta reliquia se hace difícil, sea por las condiciones climáticas (el frío extremo) o porque hasta no hace mucho era una zona militar reservada, donde operaba la guerrilla kurda. Las imágenes satelitales del Monte de Ararat hacen sospechar que podría tratarse del Arca, pero ¿de Noé o de Ut-napistín? El día que costosísimas excavaciones se puedan llevar a cabo, esta enigmática incógnita quedará resuelta.

Ahora ya lo sabés!
Lic. Alicia Di Gaetano

Referencias:
Ceram, C.W., Dioses, Tumbas y Sabios, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, 1993

Puech, Henri Charles Puech [Dir] Historia de las Religiones. Religiones Antiguas II, España, Siglo XXI, 2002

http://www.abc.es/20100428/cultura-cultura/hallan-arca-monte-ararat-20100428.html

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