jueves, 10 de noviembre de 2011

Entre bambalinas y candilejas coloniales

En la América colonial, el teatro fue introducido por religiosos misioneros para difundir las doctrinas católicas, los aborígenes interpretaban piezas sagradas escritas en su lengua bajo la guía de los eclesiásticos. La representación sacramental más antigua que se conoce fue interpretada en 1533 por los naturales de Tlaxcala, dirigidos por los franciscanos del Virreinato de México. Como estas obras eran realizadas dentro de los templos, a fines del siglo XVI, las autoridades virreinales erigieron teatros en las principales ciudades hispanoamericanas. En el Río de la Plata las representaciones teatrales se realizaban en recintos inapropiados, ya que recién en el siglo XIX poseyó un teatro. En este post te invito a dar una mirada al mundo artístico colonial de nuestra patria:

Las actrices recién hacia 1587 accedieron a los escenarios, pero sólo aquellas casadas cuyos maridos fueran parte de la farándula, siendo hasta entonces interpretados los papeles femeninos por jóvenes vestidos de mujer. Siempre asistían eclesiásticos y un Oidor del real Tribunal a las representaciones, para evitar “cuantos defectos pueden corromper la juventud y servir de escándalo al pueblo, que se revisen antes las comedias y se quite de ellas toda expresión inhonesta o cualquier pasaje que pueda mirarse con este aspecto”. Al igual que en España las obras de teatro eran censuradas.

El espectáculo lo difundía un joven de la trouppe que recorría calles y plazas gritando al son de un tambor. Las compañías de cómicos ambulantes atravesaban nuestro país en pintorescas caravanas, anunciando su presencia con instrumentos musicales. Estas compañías, se instalaban en los patios traseros de las casas y de las posadas, donde el público se disponía a cielo abierto en las galerías altas y bajas, convirtiéndose en plateas preferenciales las ventanas que daban a los patios. Se colocaba a modo de escenario un tablado, sin telón, y como única decoración una cortina o un tapiz de fondo. Al terminar la función, los artistas pasaban un guante o un pañuelo pidiendo una moneda como recompensa por su actuación. Como frecuentemente surgían peleas entre los espectadores, que a golpazo limpio y entre los quejidos de las mujeres y los niños, abandonaban la función para continuar la riña afuera, la justicia prohibió que las representaciones teatrales se realizaran en estos patios. Entonces se empezaron a utilizar los corrales y los terrenos baldíos para instalar los entarimados, donde las mujeres asistían separadas de los hombres. El espectáculo que se suspendía en caso de lluvia, duraba dos horas y media, comenzaba a las cuatro de la tarde en verano y a las tres en invierno.

Los escándalos también eran habituales en las representaciones teatrales, como el que tuvo lugar el 14 de diciembre de 1733 en Catamarca, donde un actor hacía el papel de maestro y otro llamado Juan Castillo, hacía de madre que llevaba en brazos a “su hijo” que era un chivo de verdad. “El maestro se dirige a la madre y pregunta: que inclinación tiene el niño? Dígame señora, a qué le ha de dedicar: a sacerdote, a Alcalde o a Regidor?. La madre contesta “No lo quiero para otra cosa, sino para Teniente, no le ve tan lindas barbas y rostro, que es propio para teniente?”, haciendo en ese momento balar al chivo. Asistía a la función el Teniente de gobernador, justicia mayor y capitán de guerra, maestre de campo don Juan de Sosa, quien poseía tupidas barbas, que, como tuvo que soportar la carcajada y las burlas del auditorio, puso preso a Castillo por “pronunciar palabras ofensivas hacia la primera autoridad”. En Buenos Aires también se abrió un expediente por una gresca protagonizada por un tal Francisco López, que asistió a una función de teatro con su mujer. La pareja dejó  atado su caballo en la puerta como el resto del público, cuando a un gracioso se le ocurrió unir las colas de los animales. Al finalizar el espectáculo, estaba la mujer montada para partir, cuando comenzó la tirada de cohetes espantando a los equinos que trataban de desunir sus colas al galope. La señora quedó tendida con las faldas levantadas exhibiendo sus prendas íntimas, y ante las carcajadas de la gente, el marido montó en cólera contra los espectadores, pero este hecho quedó impune porque el chistoso nunca fue localizado.

En 1747, para los festejos de la proclamación de Fernando VI, se representaron en Buenos Aires “La vida es sueño” y “Las armas de la hermosura”, de Calderón de la Barca, haciendo de actores en esa ocasión, los soldados de la guarnición del fuerte de San Baltasar de Austria. Hacia 1789, Buenos Aires ya contaba con el Teatro de la Ranchería, conocido como Casa de Comedias, ubicado en las actuales Alsina y Perú, donde estaba el Mercado del Centro. La construcción del teatro se le encomendó al empresario Francisco de Velarde, para “representación de Comedias dispuestas a beneficio de los Niños Expósitos”. Era como un galpón amplio con bastidores, telones, vestuario y cubierto de techos de paja, con bancos de madera y largas filas de palcos, según refiere el propio Velarde. La entrada costaba 2 reales para los blancos y 1 para “los que no lo eran”. Desafortunadamente, el 16 de agosto de 1792 el teatro se incendió debido a un cohete que partió desde la iglesia de San Juan Bautista.

Hacia 1804 se inauguró el segundo teatro de la colonia, que se conocería como Teatro Argentino, emplazado en las actuales Reconquista y Perón, frente al convento de la Merced, a pesar de las protestas del mercedario fray Basilio Cruz, porque se autorizó una casa de comedias frente a “otra de recogimiento y religiosidad”. También las autoridades de la Ciudad se molestaron al sentirse desairadas porque los actores saludaban más veces al “Señor Virrey, después al Señor Oydor Juez del Teatro” y dejaron para el final a los señores Alcaldes. Según la certificación del escribano Inocencio Antonio Agrelo del 18 de octubre de 1804, “en la noche del día dos del corriente se adornaron con colgaduras de damasco los Palcos del Señor Virrey y del Señor Juez de Teatro, sin haberse puesto igual adorno ni otro alguno en el Palco de la Ciudad”. Estas quejas presentadas al Cabildo, fueron dirimidas por Real Cédula expedida en Madrid el 12 de junio de 1805.

La noche del 24 de junio de 1806, el Virrey Sobremonte y su familia se encontraban en el teatro, disfrutando de “El sí de las niñas” de Moratín, cuando un mensajero le entregó un pliego urgente por el que el Capitán de Navío Santiago de Liniers, le advertía que buques de guerra británicos: 6 corbetas, 2 bergantines y 1 fragata de 32 cañones se acercaban a la rada de Buenos Aires. Las invasiones inglesas habían comenzado, pero esta es otra historia.

Ahora ya lo sabés!

Lic. Alicia Di Gaetano

Bibliografía:
Rípodas Ardanaz, Daisy, “La vida urbana en su faz pública” en Nueva historia de la Nación Argentina, Período español (1600­ 1810), Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Planeta, 1999, Tomo III
Torre Revello, José, Crónicas del Buenos Aires colonial, Buenos Aires, Taurus, 2004

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