jueves, 15 de septiembre de 2011

EL HEREJE Y EL TRAIDOR. CRÓNICA DE DOS MUERTES



Inglaterra – Siglo XVI

El preso ha perdido la noción del tiempo, ya no sabe hace cuánto tiempo fue llevado con los grilletes lacerantes en sus muñecas a esa celda húmeda. Sólo sabe que se encuentra allí encarcelado esperando la resolución de su caso, entre cuatro paredes en condiciones insalubres, con alimañas de todo tipo como sus únicos compañeros. De no haber tenido esa Biblia traducida al inglés, piensa, nada de esto habría ocurrido. Pero la Biblia en inglés había sido prohibida y todo aquel que tuviera una era considerado un hereje protestante. El preso rememora una y otra vez la audiencia donde se le exigió que negase su inclinación protestante, sin embargo él había decidido no claudicar, la idea de ser un mártir ante lo ojos de Dios era sin dudas atrayente.
Cuando finalmente una mañana se abrió la pequeña puerta de madera de la celda el preso supo que había el final de su historia, había sido hallado culpable de herejía.
Con los grilletes una vez más sobre sus brazos en carne viva fue llevado hasta las puertas de la torre. Se escuchaban de fondo y luego cada vez con más nitidez los abucheos de la gente que se había congregado para presenciar el espectáculo. Al abrirse de par en par las puertas la luz del sol lo cegó, pero lejos de aventurar una hermosa jornada la luz significa para él el comienzo del fin. Al salir de la torre el condenado es atado boca abajo a una especie de parrilla hecha de maderos para ser arrastrado por caballos hasta el cadalso, y esto es sólo el inicio, y el preso lo sabe, ya lo ha visto antes, alguna vez él fue parte de ese público expectante.
Bien conoce el condenado lo que le espera, pues el destino de los herejes es la hoguera. Allí se dirige atado de pies y manos y arrastrado por las callejuelas de la ciudad por entre medio del populacho que lo abuchea. La ejecución se realizará en un espacio público para que todos puedan ver cuál es el destino de aquel que niega la religión imperante.
El gentío, que como si se tratara de una obra de teatro, ya sabe el lugar y el horario de la ejecución, se acerca por curiosidad, pero también los familiares y amigos del hereje asisten para brindarle apoyo moral. Su padre se acerca sigiloso y tras unas palabras de aliento le entrega una bolsita con pólvora para que cuelgue de su cuello con la esperanza de que al momento del contacto con el fuego la explosión le provoque una muerte inmediata, evitándole una lenta y terrible agonía.
Ya atado al poste mayor sobre una pira de maderos se lo cuestiona por última vez, pero el hereje no reniega de sus creencias, elige obedecer a su Dios y ganarse la vida eterna, pues como inglés y súbdito de la corona le debe pleitesía al rey, siempre y cuando esto no atente contra las leyes divinas porque ante todo es un siervo de Dios. No, el hereje no claudica. El verdugo enciende los maderos que arden con premura, el calor inunda todo el espacio y el terror de quemarse vivo se apodera de su alma. Afortunadamente, cuando el fuego comienza a chamuscar su cuerpo la pólvora hace su efecto y en cuestión de segundos, el reo muere producto de la explosión. El público acostumbrado, pero igualmente impresionable, tapa sus ojos en el momento álgido, pero luego espía por el rabillo del ojo, para ver el final de un hereje más.

En la celda contigua, otro preso escucha el gentío enardecido en el momento de la ejecución y tal vez, sólo tal vez, desea por un segundo, ser hereje y no traidor. Le han comunicado que su ejecución tendrá lugar al día siguiente a las 9 de la mañana, pero como bien hemos dicho, él no es un hereje, es un traidor, ha atentado en contra de la vida del rey y por tanto le espera la pena máxima: ser colgado, destripado y descuartizado (conocido en Inglaterra como “hanged, drawn and quartered”). El traidor repasa en su cabeza una y otra vez lo que ya sabe que le sucederá. Primero será colgado por el cuello hasta estar casi muerto, será liberado mientras esté todavía con vida y luego será castrado y destripado, sus tripas serán quemadas frente a sus ojos para luego ser decapitado y finalmente descuartizado. El traidor tiene todavía 24 interminables horas para repasar uno por uno los pasos de la pena que le ha tocado en gracia. Sabe que su ejecución será pública y por eso teme también al abucheo y al desprecio de la gente, pero tal vez estén también allí sus familiares y tiene la esperanza de que alguno lleve consigo unas monedas. Con ese dinero, reflexiona, podría pagar a su verdugo y tal vez asegurarse la muerte al ser colgado y evitarse los horrores del destripamiento que le quitan el sueño. Conoce historias de verdugos que consideraron que habían recibido poco dinero o que simplemente sentían desprecio por la víctima y que por eso alargaron su sufrimiento, pero él espera que nada de esto ocurra.
Por un momento el traidor lamenta haber sido desterrado de la corte cuando era joven porque sabe que de haber estado bajo el ala protectora de la corte y del rey se le habrían perdonado las torturas y se le habría concedido la muerte sólo por decapitación, como a Tomas Moro, traidor pero amigo del rey. Sin embargo es inútil pensar en qué podría haber sido si… y rápidamente desecha esos pensamientos.
El griterío se apaga poco a poco y el silencio sofocante al que ya está acostumbrado inunda la celda. El traidor aprovecha para practicar su discurso final, el discurso que se espera de lo condenados a muerte. Debe alabar al rey y desearle una larga vida, ¡QUÉ IRONÍA! El traidor conoce, por cuentos que recorren las calles de Londres, que hasta los más ilustres condenados han alabado al rey en su último minuto de vida y en su calidad de inglés que acepta su destino y obedece la ley, no puede ser menos. El miedo no lo deja pensar y decide pedir prestadas las palabras de una famosa condenada a muerte, Ana Bolena, y en la plenitud de la noche repite una y otra vez lo que serán sus últimas palabras en este mundo: “rezo a Dios para que salve al rey y le de mucho tiempo para reinar sobre ustedes…

En la Inglaterra del siglo XVI miles de personas presenciaron las ejecuciones de herejes y traidores y muchos de ellos escribieron lo que vieron. Hemos acompañado a dos condenados en sus últimas horas de vida según las crónicas de la época.


Ahora ya lo sabés!
Lic. Diana Fubini

Bibliografía

Hibbert, ChristopherThe Virgin Queen. A personal history of Elizabeth I, Londres, Tauris Parke Paperbacks
Ridley, JasperThe Tudor age, Londres, Robinson, 2002
Weir, AlisonHenry VIII. King & court, Londres, Vintage, 2008




4 comentarios:

  1. Muy bueno.
    Me gusto como esta escrito, es decir desde donde esta escrito.
    Bien, bien. De lectura amena y corrida.

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  2. Gracias Tano por leernos y comentar siempre!!
    Qué bueno que te gustó el post!

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  3. Muy bueno, esxelentemente escrito, parece un cuento pero no deja de ser histórico , gracias por instruirnos

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