jueves, 17 de mayo de 2012

Los cacos en la Chicago Argentina de principios del siglo XX


Eran las 10 de la noche de un frío 24 de mayo de 1916, el tren número 20 que partía de Tucumán con destino a Buenos Aires, y que transportaba la recaudación de las boleterías de las estaciones y los sueldos de los empleados del ferrocarril, hacía su parada en el andén de Rosario Central (Santa Fe). Allí fue abordado por Pedro Alessi, Salvatore Casaliccio, Luis Ansaldi, Antonio Sciabica y Esteban Curaba, todos con boletos de segunda clase, que se ubicaron en el vagón cercano al que transportaba dinero. El plan para asaltar el tren estaba en marcha.
Pedro Alessi tenía casi 30 años y como durante 5, se había desempeñado como guarda del Ferrocarril Central Argentino, tenía perfecto conocimiento sobre cómo se realizaba el traslado del dinero recaudado y tenía también un plan para asaltar el tren. Como era oriundo de Raffadale, Sicilia, le presentó el proyecto a su paisano José Cuffaro, alias Peppo Budello, quien dentro de la mafia siciliana rosarina de principios del siglo XX era reconocido como un “capitán”. Cuffaro que había sido detenido varias veces por la policía local y que estaba sindicado por los informantes policiales como “mafioso”, trabajaba como conserje del teatro Colón de Rosario (que fue demolido en los años ’50) donde realizaba las reuniones de logística de sus actividades delictivas.
A poco de partir el tren de la estación Rosario Central, los asaltantes encabezados por Alessi con el rostro cubierto y a punta de pistola, ingresaron en el vagón de la recaudación donde el custodio Amadeo Fiori, el cajero Nazareno Cestola y el estafetero José Barrutti fueron reducidos y maniatados. Alessi con una tenaza que extrajo de su sobretodo, comenzó a cortar las cadenas que sujetaban las cajas de la recaudación, los depósitos bancarios, el dinero en billetes, las monedas y los sueldos del personal que serían abonados a principios de mes. Alessi como ex guarda que conocía al dedillo el funcionamiento del tren, accionó una palanca automática del convoy que hizo disminuir su marcha, deteniéndose finalmente frente al predio del Mercado de Hacienda, donde en un sulky (especie de carruaje chico tirado por caballos, utilizado como medio de transporte) los esperaban Cuffaro y Curaba.
Cuando el tren se detuvo a apenas media cuadra de la estación Coronel Aguirre, el maquinista Domingo de Francesi, que desconocía que se había producido un robo, bajó de la locomotora con una antorcha en la mano buscando el desperfecto. En ese momento el cajero Céstola que había logrado desatarse, comenzó a gritar pidiendo auxilio. El maquinista alertado reanudó rápidamente la marcha del convoy, mientras que el guarda de la estación que se estaba acercando al tren para ver qué había pasado, cuando escuchó los gritos volvió corriendo a la estación para llamar a la policía. Los asaltantes que obviamente no contaban con este imprevisto tuvieron que apresurar el atraco y empezaron a arrojar al campo las cajas con el dinero, y en vez de saltar cuando el tren se detuvo, tuvieron que bajarse en la estación. En la oscuridad, Cuffaro y Curaba trataban de encontrar y subir al sulky las cajas con el dinero y ya habían hallado una, cuando el resto de la banda llegó corriendo y entre todos, lograron subir otras dos. Como es sabido que las cosas hechas a las apuradas siempre salen mal, en la corrida perdieron unas 30 bolsas de dinero, que eran las que contenían el grueso de la recaudación. Para peor, Juan Curaba que era el encargado de agarrar los sacos del dinero, se confundió y se llevó uno que tenía estampillas. Encima, los cacos (como se le decía entonces a los delincuentes) al escuchar que se acercaba la policía se desbandaron dejando en el lugar las pruebas del delito, como herramientas, sombreros, linternas, cortafierros, etc.
En la fuga, Cuffaro y Juan Curaba se dirigieron a bordo del sulky al barrio Sáenz Peña, que era el lugar acordado por la banda para encontrarse y en un descampado ocultaron en un pozo el total de solamente 2.254,74 pesos de los 17.274,84 que transportaba el tren. Entre tanto Sciabica y Ansaldi se fueron al barrio Saladillo, mientras Alessi, Esteban Curaba y Casaliccio se ponían a cubierto de la persecución policial huyendo a pie. Al día siguiente, la banda se repartió el botín dejando como corresponde al “capo” Cuffaro alias Peppo Budello, la jugosa cantidad de 1.734,74 pesos, que obviamente era mucho más de la mitad de lo robado, mientras que el resto de la banda se repartió lo que quedaba. Entre tanto, ni bien llegó el tren a Retiro, todo el personal que trabajaba en él, desde los mozos hasta el maquinista, fue detenido por la policía y llevado nuevamente a Rosario, a las oficinas de la Policía de Investigaciones. Allí todos fueron liberados casi inmediatamente, menos los custodios del furgón que llevaba el dinero que, hasta que se comprobó su inocencia permanecieron 15 días presos. La policía no logró dar con los verdaderos autores del asalto, sólo encontraron cerca de la vía, la tenaza que había utilizado Alessi y los pertrechos que habían dejado en la huída. El 30 de mayo atraparon a un siciliano al que no se le pudo probar nada, pero que aplacó por un tiempo a la prensa y a la opinión pública. Si bien en un principio el robo al tren pareció un éxito en cuanto a que la policía no pudo detener inmediatamente a los verdaderos culpables, en realidad el dinero que robaron no les sirvió de mucho, porque la compañía tranviaria hizo pública la numeración de los billetes de cincuenta pesos que se encontraban entre el dinero robado.
Como de este osado golpe al tren que había sido planeado con bastante antelación sólo obtuvieron un magro botín, la banda volvió a los métodos con los que conseguían mayor cantidad de dinero y que los dejaba menos expuestos: los secuestros extorsivos. Entonces una tarde el propio Peppo Budello y otro de sus secuaces, Francisco Ulisano secuestraron a un tal Moressi, que también era siciliano y conductor del coche de plaza Nº 3 (un sulky pero con capota, lo que hoy diríamos un taxi o remise). Los secuestradores luego de hacerlo recorrer varias direcciones, finalmente lo llevaron a un lugar despoblado, donde en una casa de las afueras de Rosario lo mantuvieron encerrado en un sótano. Cuando el rescate fue pagado, llevaron a Moressi hasta la parada del tranvía para que pudiera regresar a su casa. El secuestrado le dijo a la policía que había estado todo el tiempo con los ojos vendados y que no podía reconocer a sus secuestradores. ¿No es raro? ¿Habrá estado con los ojos tapados cuando lo abordaron Ulisano y Budello y cuando subió al tranvía?.
Cuando el 19 de septiembre, tras algunos meses de investigar el atraco al tren y a algunos secuestros, la policía emitió la orden de captura sobre Cuffaro, se lo describió como “jornalero con instrucción y once años de estadía en el país, 1,69 m., blanco, cabello castaño oscuro, bigote más claro, barba afeitada”. Y, gracias al allanamiento de su cuarto en el teatro Colón, se pudo encontrar que escondía armas, cachiporras y balas.
El Subjefe de la División de Investigaciones de Rosario, el subcomisario Pinazo, decía que la policía cuando menos se lo esperaba, encontraba en una calle aislada o en un mercado, el cuerpo de un hombre muerto de quien muchas veces era imposible conocer su identidad y menos aún la de sus asesinos.  Pinazo trataba de buscar el origen histórico de la mafia y siguiendo la línea positivista de la época y el pensamiento de Cesare Lombroso, decía que era la “sangre sarracena” que corría por las venas de los sicilianos la culpable de ese comportamiento criminal. En su hipótesis sobre el porqué los mafiosos elegían a sus víctimas entre las personas humildes, arriesgaba como respuesta que el hecho de que éstas fueran connacionales, les daba una especie de garantía de seguridad ya que ninguno denunciaba y que por esa razón muchos crímenes quedaban impunes “apareciendo como simples accidentes o desapariciones misteriosas”. La mafia rosarina también seguía códigos que debían ser respetados como en su Italia natal.
A principios del siglo XX, Rosario era una ciudad conocida por la opinión pública como de atentados con bombas a los comerciantes que se negaban a pagar extorsiones, secuestros de niños y vendettas. Pero estos actos criminales no terminaron con los arrestos de Cuffaro y su banda. Hacia los años ’30, la ciudad recibió el nombre de “la Chicago Argentina” gracias a las actividades delictivas de Chicho Grande y Chicho Chico vinculadas también a lo que mejor sabían hacer en esa época los mafiosos: secuestros extorsivos, prostitución y juego clandestino. Las bandas italoargentinas fanfarroneaban con estar organizadas como la mafia siciliana, con sus “capos” y sus códigos de ormetá. En otro post que publiqué en diciembre de 2011 “Yira, Yira … (como dice la canción de Enrique Santos Discépolo)”, comenté cómo estas mafias se relacionaban con las de Buenos Aires para facilitar la trata de personas. Estos hechos no hubieran sido posibles sin la complicidad de la corrupción política y policial de la época, pero gracias al esfuerzo de algunos policías y jueces honestos se logró que estos mal vivientes pudieran ser identificados. Algunos volvieron a su terruño, otros fueron muertos en enfrentamientos y la mayoría terminaron presos.
Ahora ya lo sabés!
Lic. Alicia Di Gaetano
Bibliografía
Aguirre, Osvaldo, Historias de la mafia en la Argentina”, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2010
Luna, Felix (Dir.) Historia de la Argentina 1930-1943, Colombia, Crónica Hyspanoamérica Ediciones de Argentina S.A., 1992

5 comentarios:

  1. LA VERDAD TENIA CONOCIMIENTO DE LA MAFIA EN ROSARIO PERO DESCONOCIA COMPLETAMENTE LA HISTORIA DE ESTOS CACOS

    FELICITACIONES LICENCIADA ES EXCELENTE ESTE POST

    MARCELO

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  2. Realmente me encanto este post! una muy buena historia y muy buena la forma en la cual esta escrita!

    Florencia

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  3. yo sabia algo de esta historia. y gata galiffi?quien era?hay fotos antoño sciabica

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  4. Marcelo y Florencia, muchas gracias por el comentario. Nos alegra saber que el post les gustó. Esperamos seguir contando con ustedes y con sus opiniones, que como la de todos los lectores, para nosotras son muy importantes.

    Anónimo: Ágata Galiffi, fue la hermosa y elegante hija de Juan Galiffi, alias Chicho Grande. Ambos compartían la pasión por el teatro y el hipódromo. Ágata que admiraba a su padre, acumuló acusaciones de contrabando de seda, extorsiones y amenazas en al ambiente del turf, aunque nunca se le pudo probar nada. Temida y respetada en el mundo del hampa, era culta, descripta por los medios de la época como bellísima y refinada, se había casado con el abogado Lucchini. Fue amante de Arturo Pláceres que era actor y publicista de políticos conservadores cordobeses, aunque algunos dicen que había sido militante anarquista. El 23 de junio de 1939, Ágata fue trasladada al Hospital de Alienados de San Miguel de Tucumán, acusada de falsificar billetes y de intentar robar un banco en Tucumán. Pero ella en su defensa decía que había ido a esa provincia para abrir una pensión de lujo y que no sabía nada sobre la construcción de un túnel. Pasó 7 años de su vida en el hospicio, en una pequeña celda donde sólo podía hablar con las monjas. El 16 de junio de 1948 salió en libertad y volvió a Rosario, donde trabajó de enfermera, de empleada en un bar y de recolectora de avisos para un diario. Finalmente se instaló en San Juan donde se hizo cargo de uno de los viñedos de su padre para dedicarse a la explotación de miel y árboles frutales. Se volvió a casar con un “porteño” y en 1987 falleció de cáncer. En el cementerio de Causete descansan sus restos.
    En cuanto a si hay fotos de Antonio Sciabica, seguramente las hay en los expedientes judiciales y quizá en diarios de la época.

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  5. Es una pena que no exista una recopilación netamente histórica sobre la vida de los Galiffi. Algunos artículos que he leído demuestran desprecio y otros pena por Agata. Reitero que la mejor obra que puede hacerse no es un libro como el que compre de Esther Goris, sino un libro de reconstrucción histórica. Hay muchísimos diarios, revistas y de varias provincias. Estuve en la pensión de calle San Lorenzo donde Agata se tiroteo con la policia y con solo estar en ese lugar no podía creerlo. Es una super historia, y lo mas grande que no fué ficción. A ver si nos agrupamos para penetrar la historia y darle un sentido a miles de hojas de periódicos y documentos. Parece que no hubiera mucho pero si nos juntamos sería demasiado. Por ejemplo no tenia conocimiento que se habia vuelto a casar y el cementerio. Gracias por esta información

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