Mesopotamia significa “país
entre dos ríos”. Su territorio forma parte de la región conocida como “Creciente Fértil” o "Medialuna de las Tierras Fértiles" que cubría el arco territorial que abarcaba además de Asiria y Caldea (actual Irak) Siria, Fenicia (actual Líbano) Palestina y Egipto. Disponía de agua en abundancia
debido a la presencia de dos importantes ríos: el Éufrates de 3297km y el Tigris de
2130km, más sus afluentes, los cuales todos los años amenazaban la zona
destruyendo las áreas cultivadas y la vida en sus proximidades. Eran ríos
torrenciales que aumentaban su caudal ordinario en determinadas épocas del año
como consecuencia del deshielo de las montañas donde nacían. Sumado al
clima árido que sobrepasaba los 50°C en verano más la forma cóncava del suelo,
el agua desbordada formaba zonas pantanosas de mal drenaje cuya desecación, por
evaporación, aumentaba el índice de salinización del suelo, inhabilitándolo para
el cultivo y el desarrollo y generando condiciones insalubres que provocaban epidemias, falta de agua potable, escasa flora y fauna, etc. Fue entonces la necesidad que esos pueblos tuvieron de controlar el agua,
lo que favoreció la supervivencia en una zona tan hostil.
Por lo tanto, desde el punto de vista
psicológico, el mesopotámico vivió en una constante preocupación, incertidumbre
e inestabilidad. La necesidad de controlar las aguas para sobrevivir generaba
una angustia perenne en la mente de aquellos hombres. El control frenaba al caos, la catástrofe, y
la supervivencia dependía de la correcta interpretación de los signos de la
naturaleza y eso explica. Así se explica que el mito mesopotámico de la creación del universo
careciera de armonía y paz. Según su mitología, éste se había
originado en una lucha entre dioses y la matanza de un gran monstruo, Kingu, de
cuya sangre había surgido la humanidad.
Este sentimiento de inseguridad, de la
fragilidad humana frente a su entorno, no se encontraba por ejemplo, en la
cultura egipcia. Según varios historiadores, este contraste de actitudes
guardaría relación con las diferencias geográficas entre ambos pueblos. El gran
Nilo, era considerado más bien un regalo de los dioses que traía consigo la
fertilización y abundancia en aquellas tierras situadas al margen de su prolongado cauce (más de 6.500 km) desde su nacimiento en las montañas de Etiopía y en la
región de los Grandes Lagos de África Oriental hasta su desembocadura en el
Mediterráneo tras formar un amplio delta.
El ciclo del Nilo era regular y
constante por lo que los egipcios habían dividido el año en tres períodos: el
de la inundación (Akhet), el de la
siembra (Peret) y el de la cosecha (Shemu) lo que les permitió predecir las
crecidas e inundaciones que eran esperadas como un “don” de los dioses y no como
castigo divino. En contraposición a la temeridad mesopotámica, el sistema de canalización e irrigación que habían construido
permitió el desarrollo de una vida abundante y placentera . Egipto obtuvo su prosperidad de la inundación anual
del Nilo mientras que la Mesopotamia estuvo sujeta a una precipitación insegura
siendo el caudal de los ríos turbulento y peligroso
Cabe destacar que Egipto se encontraba
aislado y protegido entre los desiertos mientras que la Mesopotamia carecía de
límites claros y además sufría el permanente saqueo de los montañeses en el este y
los nómades en el oeste. De esta forma, la sensación de inseguridad geográfica
y política se trasladó también a la esfera religiosa.
Mientras que el rey egipcio era un ser
divino enviado a la tierra, “el Horus viviente”, encargado de establecer la armonía
entre la sociedad y la naturaleza, el soberano de la Mesopotamia, el Lugal, era parte de la comunidad,
encargado de interpretar los signos de los dioses. Su concentración tenía que
sobrepasar los límites humanos ya que no podía haber margen para el error de lo contrario
sería motivo de catástrofes venideras. En contraposición, en Egipto nunca se
planteó este problema ya que en general la religión desconocía la ira de los
dioses. El Estado se sentía seguro, guiado por el “Hijo de Re”, mientras que
los mesopotámicos veían en su rey a un hombre que no podía malinterpretar la
voluntad de los dioses que en definitiva eran los grandes propietarios de las tierras. Según su creencia, el
hombre había sido creado para servirlos y en eso se resumía su misión. Así, la
celebración de festivales anuales contribuía a controlar la naturaleza, reforzar
el cosmos y mitigar la furia divina.
El hombre y la naturaleza circundante
mantenían un diálogo constante a través de los augurios y oráculos. La
constante vigilancia de los fenómenos naturales tenía un solo fin: prevenir el
castigo, interpretando la voluntad de los dioses. El rey era asistido
por una asamblea de sacerdotes que estaban atentos a los deseos divinos ya sea a través de los sueños del rey o del hígado de una oveja.
Antes de matarla se susurraba al oído la pregunta dirigida a la divinidad y la
configuración del órgano del animal indicaba la respuesta.
La relación entre los dioses y los
hombres en la Mesopotamia estuvo marcada por la incertidumbre e inseguridad a lo largo de toda su historia. El deseo de complacerlos fue el modus vivendi del mesopotámico hasta llegar a la “casa del polvo”,
la muerte, con la que dejaba de existir tanto en la Tierra como en la eternidad.
Ahora ya lo sabés.
Lic. Andrea Manfredi
Bibliografía:
Braudel, F., Memorias del Mediterráneo, Madrid, Cátedra.
Bravo, Gustavo, Historia del Mundo Antiguo
Frankfort, Henri, Reyes y Dioses. Estudio de la religión de Oriente Próximo en la
Antigüedad en tanto que integración de la sociedad y la naturaleza,
Alianza, 1983
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