jueves, 21 de junio de 2012

ANGUSTIA A LA MESOPOTÁMICA





Ur, Uruk, Lagash, Nippur, Eridú, Babilonia, Caldea, Asiria, tablillas de arcilla, tablillas cuneiformes, Tigris, Éufrates, un sin número de dioses de mal carácter. En fin, estas son algunas de las palabras que me vienen a la mente cuando pienso en la civilización más antigua de la historia de la humanidad: la mesopotámica.

Mesopotamia significa “país entre dos ríos”. Su territorio forma parte de la región conocida como “Creciente Fértil” o "Medialuna de las Tierras Fértiles" que cubría el arco territorial que abarcaba además de Asiria y Caldea (actual Irak) Siria, Fenicia (actual Líbano) Palestina y Egipto. Disponía de agua en abundancia debido a la presencia de dos importantes ríos: el Éufrates de 3297km y el Tigris de 2130km, más sus afluentes, los cuales todos los años amenazaban la zona destruyendo las áreas cultivadas y la vida en sus proximidades. Eran ríos torrenciales que aumentaban su caudal ordinario en determinadas épocas del año como consecuencia del deshielo de las montañas donde nacían. Sumado al clima árido que sobrepasaba los 50°C en verano más la forma cóncava del suelo, el agua desbordada formaba zonas pantanosas de mal drenaje cuya desecación, por evaporación, aumentaba el índice de salinización del suelo, inhabilitándolo para el cultivo y el desarrollo y generando condiciones insalubres que provocaban epidemias, falta de agua potable, escasa flora y fauna, etc.  Fue entonces la necesidad que esos pueblos tuvieron de controlar el agua, lo que favoreció la supervivencia en una zona tan hostil.

Por lo tanto, desde el punto de vista psicológico, el mesopotámico vivió en una constante preocupación, incertidumbre e inestabilidad. La necesidad de controlar las aguas para sobrevivir generaba una angustia perenne en la mente de aquellos hombres.  El control frenaba al caos, la catástrofe, y la supervivencia dependía de la correcta interpretación de los signos de la naturaleza y eso explica. Así se explica que el mito mesopotámico de la creación del universo careciera de armonía y paz. Según su mitología, éste se  había originado en una lucha entre dioses y la matanza de un gran monstruo, Kingu, de cuya sangre había surgido la humanidad.

Este sentimiento de inseguridad, de la fragilidad humana frente a su entorno, no se encontraba por ejemplo, en la cultura egipcia. Según varios historiadores, este contraste de actitudes guardaría relación con las diferencias geográficas entre ambos pueblos. El gran Nilo, era considerado más bien un regalo de los dioses que traía consigo la fertilización y abundancia en aquellas tierras situadas al margen de su prolongado cauce (más de 6.500 km) desde su nacimiento en las montañas de Etiopía y en la región de los Grandes Lagos de África Oriental hasta su desembocadura en el Mediterráneo tras formar un amplio delta.

El ciclo del Nilo era regular y constante por lo que los egipcios habían dividido el año en tres períodos: el de la inundación (Akhet), el de la siembra (Peret) y el de la cosecha (Shemu) lo que les permitió predecir las crecidas e inundaciones que eran esperadas como un “don” de los dioses y no como castigo divino. En contraposición a la temeridad mesopotámica, el sistema de canalización e irrigación que habían construido permitió el desarrollo de una vida abundante y placentera . Egipto obtuvo su prosperidad de la inundación anual del Nilo mientras que la Mesopotamia estuvo sujeta a una precipitación insegura siendo el caudal de los ríos turbulento y peligroso

Cabe destacar que Egipto se encontraba aislado y protegido entre los desiertos mientras que la Mesopotamia carecía de límites claros y además sufría el permanente saqueo de los montañeses en el este y los nómades en el oeste. De esta forma, la sensación de inseguridad geográfica y política se trasladó también a la esfera religiosa.

Mientras que el rey egipcio era un ser divino enviado a la tierra, “el Horus viviente”, encargado de establecer la armonía entre la sociedad y la naturaleza, el soberano de la Mesopotamia, el Lugal, era parte de la comunidad, encargado de interpretar los signos de los dioses. Su concentración tenía que sobrepasar los límites humanos ya que no podía haber margen para el error de lo contrario sería motivo de catástrofes venideras. En contraposición, en Egipto nunca se planteó este problema ya que en general la religión desconocía la ira de los dioses. El Estado se sentía seguro, guiado por el “Hijo de Re”, mientras que los mesopotámicos veían en su rey a un hombre que no podía malinterpretar la voluntad de los dioses que en definitiva eran los grandes propietarios de las tierras. Según su creencia, el hombre había sido creado para servirlos y en eso se resumía su misión. Así, la celebración de festivales anuales contribuía a controlar la naturaleza, reforzar el cosmos y mitigar la furia divina.

El hombre y la naturaleza circundante mantenían un diálogo constante a través de los augurios y oráculos. La constante vigilancia de los fenómenos naturales tenía un solo fin: prevenir el castigo, interpretando la  voluntad de los dioses. El rey era asistido por una asamblea de sacerdotes que estaban atentos a los deseos divinos ya sea a través de los sueños del rey o del hígado de una oveja. Antes de matarla se susurraba al oído la pregunta dirigida a la divinidad y la configuración del órgano del animal indicaba la respuesta.

La relación entre los dioses y los hombres en la Mesopotamia estuvo marcada por la incertidumbre e inseguridad a lo largo de toda su historia. El deseo de complacerlos fue el modus vivendi del mesopotámico hasta llegar a la “casa del polvo”, la muerte, con la que dejaba de existir tanto en la Tierra como en la eternidad.

Ahora ya lo sabés.



Lic. Andrea Manfredi



Bibliografía:

Braudel, F., Memorias del Mediterráneo, Madrid, Cátedra.

Bravo, Gustavo, Historia del Mundo Antiguo

Frankfort, Henri, Reyes y Dioses. Estudio de la religión de Oriente Próximo en la Antigüedad en tanto que integración de la sociedad y la naturaleza, Alianza, 1983

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