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Pocos saben que El Pato es
nuestro deporte nacional. Como las justas y torneos de los caballeros
medievales en Europa, el pato requiere de eximios y valerosos jinetes a la hora
de practicarlo, por eso este post tiene por objeto contarte los orígenes de
este juego.
La primer noticia de este
entretenimiento es de 1610, cuando se realizaron festejos por la beatificación
del fundador de la Compañía
de Jesús, San Ignacio de Loyola, donde “se corrieron toros y jugaron cañas
sesenta jinetes bien montados” la mitad de estos pintados como indios, al
finalizar el día, “corrieron algunos patos, que a todos causó admiración”. Ese
mismo año, tuvo lugar una partida entre los indios calchaquíes que desafiaron a
los indios del valle de Guachipas, ganaron los primeros rematando la jornada
hípica corriendo carreras de caballos.
El Pato a mediados del
siglo XIX fue graficado por Salvaire (sacerdote misionero) “consistía en
abrochar un cuero vacuno por todos los costados, poner dentro de él un pato y
un ave cualquiera doméstica”, otras veces también se ponían objetos de valor.
“La pelota de cuero tenía dos manijas de cuero trenzado y una tercera en la
parte posterior. Lo jugaban dos bandos de jinetes, un jinete de cada bando
tomaba una manija lateral de la pelota y se lanzaban al galope, sus respectivos
bandos, en abigarrado tropel, iban en persecución con el objeto de agarrar la
tercer manija, que una vez alcanzada había que defender bravamente ante los
empellones y golpes de los adversarios”.
Este deporte que
ocasionaba “algunas muertes repentinas, y otros muchos desórdenes, embriagueces
y puñaladas” obligó a las autoridades coloniales a prohibirlo mediante bandos
en 1778, 1784 y 1790, promulgados los últimos por el marqués de
Sobremonte, debido a la cantidad de
contusos leves, graves y muertos que dejaban como saldo las bravías jornadas.
Pero el juego se siguió
practicando y en 1796, la Iglesia
tomó cartas en el asunto advirtiendo que “de lo mandado contra una diversión
cristiana y opuesta al Precepto del Decálogo, en que se os ordena el recíproco
amor al prójimo; previniéndoos como os prevenimos que, siempre que no diereis
el debido obedecimiento a este mandato, seréis excomulgados y expulsados del
Templo como miembros corrompidos y segregados del cuerpo místico de la Iglesia; negándoos
sepultura eclesiástica a aquellos que por su desgracia llegasen a fenecer en
tan bárbaro juego”.
Evidentemente el gusto por
este deporte desafiaba cualquier límite civil o divino, ya que en 1806 tuvo
lugar una partida de Pato en Luján, donde se encontraban detenidos los
británicos que habían participado en las Invasiones Inglesas de ese año. En esa
ocasión, el primer regimiento de húsares llevaron a cabo una partida de Pato
iniciándose el juego cuando su capitán, Vicente Villafañe, lanzó el pato por
encima de su hombro, mientras cruzaba al galope por el medio de sus soldados
formados en dos filas enfrentadas, lo que llenó de admiración al brigadier sir
Carr Beresford y a sus oficiales. El premio consistía en un par de espuelas de
plata donadas por el coronel Pack.
El apego al juego continuó
luego de la
Independencia, posiblemente con el mismo nivel de violencia,
ya que un decreto del 21 de junio de 1822 firmado por el entonces gobernador de
Buenos Aires Martín Rodríguez, señalaba que “todo el que se encuentre en este
juego, por la primera vez será destinado por un mes a los trabajos públicos;
por dos meses en la segunda, y por seis en el tercera” y “quedarán sujetos a la
indemnización de los daños que causaren”.
El general Garmendia a
mediados del siglo XIX describió la previa a una partida de pato de la
siguiente manera “los paisanos están desmontados, arreglando sus monturas,
otros en actitud de espera, teniendo todos de las riendas de sus caballos; se
han convidado a jugar al juego del pato y esperan la señal de la lucha
divididos en dos bandos; los azules y los colorados van a ser actores en una
fiesta de la fuerza bruta, de la destreza y del valor”. Jinetes y pingos,
lucían para esas ocasiones las mejores prendas “riendas con virolas labradas y
trenzadas, boleadoras de marfil encadenadas en los extremos con pasadores de
oro” vistosos estribos y arreos. Los paisanos lucían “chaquetilla, chiripá y
calzoncillo cribado; cinturón reluciente con monedas de oro y plata, cruzado
por la parte de atrás con facones y dagas y calzando la clásica bota de potro
sobada, con posadas espuelas”.
Como un actual periodista
deportivo, Garmendia relataba: “los caballos en confuso tropel, se juntan, se
separan, dando tirones hercúleos y pechadas bestiales”, los jinetes caían y
volvían de un salto a ocupar su posición sobre la cabalgadura. Cuando el pato
caía, lo recogían del suelo y pasaba de mano en mano, hasta que un jinete lo
aferraba con destreza y partía en carrera veloz, “principia en este momento una
lucha tan confusa, envuelta en una masa de polvo y el rumor cavernoso del suelo
pisoteado, que es imposible describirla”, se cae uno y veinte más quedan
tendidos en el suelo. En medio de un griterío ensordecedor, el juego finalizaba
cuando el jinete alcanzaba la meta llevando en alto el trofeo que arrojaba a la
concurrencia diciendo “Ahí tienen el pato, venga el baile!”. Y ahí nomás se
armaba el bailongo.
El Pato carecía de normas
siendo reglamentado en 1937, entonces un Decreto de 1938 que señalaba “en la
actualidad es un deporte sano y vigoroso, similar al polo” dejó sin efecto el
reglamento de 1889 de la
Policía de la
Provincia de Buenos Aires que prohibía la práctica del juego.
Este deporte maravilloso
que como vimos desconocían los ingleses que quedaron “admirados” al ver la
destreza que exigía la partida, no fue practicado por españoles ni británicos,
ya que no lo jugaron ni lo juegan en la actualidad. Incluso si fuera un juego
traído por los españoles, como las corridas de toros, El Pato se practicaría en
el resto de Hispanoamérica.
El Pato nació de las
entrañas de las habilidades, la gallardía y la maestría demostrada por nuestros
indios y gauchos en el manejo del caballo (introducido en América por los
españoles). Este entretenimiento de jinetes eximios, fue declarado deporte
nacional el 16 de septiembre de 1953, mediante el Decreto 17.468, “EL PATO, con
exclusión de cualquier otro debe declarárselo “DEPORTE NACIONAL”, que es deber
del Estado velar por que las nobles costumbres de raíz histórica pura como lo
es “EL PATO”, sean amparadas y apoyadas oficialmente, exaltando el sentimiento
de nacionalidad y amor sobre lo realmente autóctono” Firmado Juan D. Perón.
Finalmente, en 1941, se
creó la
Federación Argentina de Pato (FAP), cuya finalidad es
fomentar, dirigir y difundir el juego de El Pato, así como “organizar torneos y
velar por la aplicación de los reglamentos, a la vez que orientar y promover la
crianza del tipo de caballo más apto para este propósito”.
Ahora ya lo sabés!
Lic. Alicia Di Gaetano
Bibliografía:
Torre Revelo, José, Crónicas del Buenos Aires colonial,
Buenos Aires, Taurus, 2004
Página web www.pato.org.ar
Este post no lo habia leido ...excelente
ResponderEliminargracias
Muchas gracias Anónimo. Me alegro que te haya gustado.
EliminarAlicia
Muy interesante, no sabía que el pato era el deporte nacional. Felicitaciones por el aniversario.
ResponderEliminarGabriela
Muchas gracias Gabriela por comentar!!!!.
EliminarAlicia
El pato es el deporte nacional, la del ceibo es la flor nacional y el vino es la bebida nacional.
ResponderEliminarMuchas gracias, Alicia, por este artículo que es excelente.
Mil Gracias Mario por compartir los datos que mencionas en el comentario y me alegro que el post haya sido de tu agrado.
EliminarAlicia